"La ciudad embajada" de China Mieville
China Mieville podría haberse
pasado toda la vida escribiendo novelas ambientadas en el universo de Nueva Crobuzon
y probablemente tendría millones de fans en todo el mundo que se enzarzarían
por Internet en acalorados debates sobre el trazado de las calles de su urbe
imaginaria y agotarían las ediciones de sus libros antes de que llegarán a las
librerías y tendría el suficiente dinero para comprar como adorno para el jardín
un tanque o un Mirage.
En lugar de ello, ha optado por
reinventarse a si mismo en cada nueva obra reinterprentando diferentes géneros
bajo su prisma personal. Ahora le ha llegado el turno a la ciencia ficción. Podríamos
decir que “Ciudad Embajada” es a la ciencia ficción lo que “La ciudad y la
ciudad” es a la novela negra. Y agradecido que estoy por haberlo visto, porque “Ciudad
embajada” es la mejor novela de ciencia ficción que he leído en lo que va de
año, o, como mínimo, la mejor contemporánea.
Como algo hay que contar del
argumento, diré que la acción transcurre en una colonia en un remoto planeta,
cuyos aborígenes, los arikei o los anfitriones, son expertos en biología, crianza,
manipulación genética o como queramos llamarlo. Toda su tecnología es orgánica,
toda su tecnología está viva y los terrestres dependen de ella hasta para obtener
el aire que respiran.
Los anfitriones tienen dos bocas
y han evolucionado de tal modo que su lenguaje necesita hablarse por dos bocas
a la vez. Por motivos que nunca justifica muy creíblemente, para los
anfitriones las palabras no son mas que un canal hacia la mente de su
interlocutor, de modo que no pueden hablar con intercomunicadores, traductores
ni inteligencias artificiales Para comunicarse con ellos, fue necesario criar a
mediante clonación a gemelos idénticos unidos continuamente por un enlace
mental, los embajadores, que son los únicos que pueden comunicarse con los
embajadores y constituyen la casta gobernante de la ciudad. Curiosamente en el
texto, los nombres de los embajadores aparecen en singular, pero los verbos en
plural. Cosas como “Calvin andaban por el pasillo”, reflejando el hecho de que
son dos. Un recurso sencillo y creativo, que debe evidenciar que Mieville hace
algo parecido en el original, pero me preguntó el qué, puesto que los verbos
suelen ser iguales en inglés en singular y plural.
En estas llega al planeta un nuevo
embajador, el primero llegado desde fuera del planeta. Y hasta aquí puedo
contar. Sólo diré que lo que se desencadena es muy apocalíptico.
Las catástrofes y los golpes de
efecto se suceden uno tras otro a un ritmo vertiginoso, los protagonistas no
paran de afrontar penalidades, catástrofes y crisis, unas detrás de otra. El
aburrimiento es imposible en su lectura. Quizá se podría argüir que tal vez
hubiera sido mejor un ritmo más reposado y un mayor número de páginas, que
hubieran permitido desarrollar más los personajes y el impacto que todo esto
tiene en ellos. No sabría decir, la novela está bastante bien como está, y soy
de los que opinan que mas vale que falten páginas a que sobren.
Los frikis culo-gordos como yo se
pueden quejar de lo rebuscado que resulta que los anfitriones no entiendan a
las inteligencias artificiales, pero si entiendan una grabación, si está fue
hecha por un embajador, porque la hizo una persona con consciencia, aunque si
la escuchan mucho pierda sus propiedades y es sólo sonido. Hay un par de
cuestiones flojillas como esas, de las que hacen enloquecer de furia a los
escritores cuando algún fan listillo se las pregunta en las convenciones, y
Mieville parece de los que tienen poca paciencia, aunque en este caso me
parecen algo más importantes. Creo que las mete para justificar que ciertos
personajes puedan hacer un viaje, necesario para la trama, porque no fue capaz
de resolverlo de modo más elegante. De igual modo, el tema de la arquitectura y
la tecnología viva, una idea fascinante y ya clásica en la ciencia ficción, no
está plasmada de un modo creíble. No me estoy refiriendo a que sea científicamente
plausible o no, que en esta ocasión no me importa lo mas mínimo, sino a que
consiga hacer que el lector se sumerja en ese mundo que ha creado. Hay algunas
imágenes fascinantes, cuando nos habla de granjas salvajes, de anuncios
abandonados errantes, de casas que se inclinan y anticuerpos limpiadores, pero,
la mayor parte del tiempo, la acción podría estar transcurriendo igual en un
Nueva York post apocalíptico, lo cual ya es raro, porque la descripción de
ambientes, cuanto mas extraños mejor, es uno de los puntos fuertes de Mieville.
En todo caso, estos puntos no entorpecen el goce de la lectura.
Hay reflexiones sobre el poder,
la religión, las drogas, el colonialismo y el independentismo y sobre todo
¡SOBRE EL LENGUAJE! Esta parte y los anfitriones son lo más interesante del
libro. Mieville ha creado a unos alienígenas realmente fascinantes, que tienen
una evolución fascinante, y su relación con el lenguaje y el Idioma mismo es,
..bueno, ¡FASCINANTE! Hay sentido de la maravilla a porrillo, es un auténtico “festín
de la imaginación”, como decía Miquel Barceló. Me encantaría poner ejemplos
para demostrarlo, me muero por hablar de los símiles, no se creerían lo
importante que son los símiles en la trama, ni la forma que toman para los
anfitriones, ni como el lenguaje puede modelar la visión de la realidad, o la
realidad modela al lenguaje, o la capacidad de cuestionar la realidad modela la
consciencia. Cuestiones que parecen muy abstractas pero que en la novela son
preocupaciones muy concretas. Y urgentes. Pero hablar de todo eso sería
adelantar sorpresas y hallazgos argumentales que es mejor que se encuentre por
si mismos mientras la leen. Porque “Ciudad embajada” es una novela de la que es
muy divertido hablar, pero que es mucha mas divertido leer.
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