“Los espejos turbios” de Rafael Marín



El joven Angelito Fiestas, durante una fiesta universitaria, es testigo de un asesinato. El asesino es un escritor de éxito, hombre respetado y célebre que incluso va a participar como rey mago en la cabalgata de reyes. Convencido de que nadie le creerá, Angelito recurre a su amigo Torre, ex boxeador amnésico y detective ocasional.

Conocía a Torre por sus apariciones en varios relatos de Rafa Marín, pero esta la primera novela suya que leo. Hubiera preferido leer “Detective sin licencia”, pero no he podido encontrarla. Han pasado cuatro años desde que adquirí “Los espejos turbios”, pero al fin me he decidido a leerla.

Lo primero que sorprende de su lectura es el lenguaje empleado. Es una novela escrita en gaditano. De por sí eso no me ha supuesto ningún problema, mi madre es de Granada, mi padre de Málaga y veraneé durante años en el puerto de Santa María. En alguna ocasión me he encontrado alguna palabra que desconocía, pero su significado se podía deducir por el contexto, así que ni siquiera he tenido que consultar el glosario que aparece al final. Además, como leí en algún lugar, esa es la gracia.

Lo que he llevado algo peor son las larguísimas frases, plagadas de comas y conjunciones. La novela alterna capítulos narrados desde el punto de vista de Angelito y de Torre. Angelito es un friki y sus capítulos están llenos de referencias a la cultura popular, cómics, películas, dibujos animados japoneses... Al comienzo, el estilo de los capítulos de Angelito me resultó muy recargado. La densidad de metáforas y símiles por centímetro cuadrado era tan alta que cansaba e impedía que los momentos mas impactantes destacaran sobre los demás, por mucha gracia que me hicieran los símiles y metáforas empleados.

Por su parte, los capítulos de Torre están llenos de divagaciones. Como todo en este blog, es un tema exclusivamente de gusto personal, pero no soporto las divagaciones, me apartaron del mismísimo Saramago. Torre en cualquier momento interrumpe su trayecto para que el narrador relate con pelos y señales la vida de cualquier personaje con el que se cruce por la calle, que no va a volver a aparecer en la novela y con el que seguramente ni hable.

Dicho esto, no sé si porque el autor bajó el ritmo o porque me acostumbré, estos problemas dejaron de afectarme pasados unos capítulos.

Los detectives de serie negra son inseparables de sus ciudades, personajes a igual o mayor altura que el resto del reparto. A su manera, Torre es un detective de serie negra y “Los espejos turbios” funciona peor como novela policíaca que como recreación de Cádiz durante las navidades. Como tal, es excelente, tanto que creo que voy a estrenar una etiqueta nueva que diga “costumbrismo”. Consigue recrear eso tan indefinido que llaman “color local”. Refleja muy bien esos días de comilonas, reuniones familiares, grandes fiestorros y compras compulsivas. Dota de gran humanidad a todos los personajes, desde los principales a los infinitos secundarios y contiene apasionantes reflexiones sobre la vida, el paso del tiempo la soledad, … o el submundo de la pornografía.

Por el contrario, la trama criminal la he encontrado poco interesante y bastante rutinaria. Probablemente no fuera en lo que estaba mas preocupado el autor. Me ha parecido que ocupa menos parte de la novela que la descripción del entorno, y no me quejo. Soy bastante escéptico sobre los trastornos de personalidad, aunque nunca me he documentado sobre el tema. Desde esta perspectiva el villano de la obra resulta muy poco interesante, un puñado de tópicos popularizados por la ficción. Además, nunca habla y casi ni se le ve. Intencionado o no, solo es un mcguffin para poner en marcha la novela.

En dos ocasiones he percibido lo que yo llamo el síndrome de la serie de televisión o del cliffhanger, el capítulo que solo sirve para preparar una gran revelación que tiene lugar justo a su final. Una es en el capítulo nueve, la otra es en el capítulo once. En este último es mucho menos acusado, a fin de cuentas las cosas que ocurre tienen su interés, de hecho lo leí con mucha expectación y se ahonda en las relaciones entre los personajes, pero, cuando llegué al final exclamé: “Ah, ¿tanta vuelta para esto?” Le tengo mucha manía a este síndrome. Cuando me lo encuentro, pienso que si esa era la única función que tenía el capítulo, me podría haber ahorrado todas sus páginas e ir directamente a la última. Si George RR Martin lo superara, las novelas de la “Canción de Hielo y Fuego” no pasarían de las trescientas páginas.

Terminaré el apartado de cosas que no me han gustado resaltando que el señor Rafael Marín escribe muy bien, francamente bien, pero que siempre prefiere explicar a mostrar. Y se explica muy bien, es cierto, pero nunca deja al lector que saque sus propias conclusiones. Eso en mi opinión resta fuerza a algunos momentos. Pienso en el final del capítulo catorce en el que se describe la situación y casi el destino de cierta pareja. Es un gran párrafo, pero habría tenido mas impacto emocional si el lector hubiera deducido ese destino por sus gestos y sus palabras, en vez de serle expuesto por el narrador.
Todas estas cosas no quitan su calidad al texto, y los peros que le he puesto son filias y fobias personales y que si se los resto a las cosas que si me han gustado, el balance es positivo. Es una novela agradable de leer, entretenida, divertida y bien escrita, con algún que otro personaje inolvidable.

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