“Los horrores del escalpelo” de Daniel Mares



Bueno, tengo un poco abandonado el blog últimamente. Las fiestas, mis responsabilidades personales, pero, sobre todo, la enorme extensión de este maldito tocho de Daniel Mares. Parece que fue ayer y fue hace casi 8 años cuando avisé los problemas por los que estaba pasando Grupo Ajec en esta entrada. Llevado por mi deseo de contribuir a la salvación de la editorial y por mi admiración a Daniel Mares, en cuanto apareció, me apresuré a comprarme este volumen, pero no lo he leído hasta ahora, probablemente desanimado por su extensión.

Su lectura me ha llevado todo el mes de Diciembre y se ha saldado con una lesión de espalda. Ríanse, ríanse, pero paseen primero por las calles de Madrid con 1300 gramos en la mochila, a los que hay que añadir un par de tuppers de cristal y ya verán.

En la novela, dos personajes de los que nunca llegaremos a saber el nombre, Alto y Lento, acuden intermitentemente a un hospital para recoger el testimonio del moribundo Raimundo Aguirre. Poco a poco, éste va desgranando su vida, nacido en Florida, de antepasados españoles, mutilado durante la guerra de secesión de los Estados Unidos por la explosión de un cañón que le arrancó la nariz y la mitad de la cara, se describe a sí mismo como una figura mostruosa, gigantesco, fuerte, violento y de escasa inteligencia, apenas capaz de hablar, descripción que no concuerda con el sofisticado lenguaje que emplea en su narración, en la que hace gala de una gran cultura. Diría que imita el estilo de la literatura de la época y, al principio, sus continuas referencias a Dios y a sus culpas y pecados pueden hacerse un poco pesadas, pero, o bien uno se acostumbra a ellas o terminan desapareciendo.

Aguirre es un narrador peculiar, por otros motivos. Sus interlocutores no tardan en percatarse de que continuamente describe escenas en las que no estuvo presente, aporta datos que no pudo conocer y desordena continuamente la secuencia de acontecimientos, prefiriendo referirlos en el orden que considera más interesante, en vez de en el que ocurrieron, aún sin abandonar el punto de vista de un mismo personaje. Eso puede enredar bastante la narración, sobre todo en su parte final, en la que es conveniente seguirla con un calendario.

El relato de Aguirre lleva a su encuentro con Leonardo Torres Quevedo, durante un viaje de aprendizaje por Europa. Hago un inciso para agradecer a Daniel Mares lo que esta lectura me ha revelado de este personaje histórico. En la facultad me lo mencionaron como uno de los precursores de la informática y recordaba vagamente que había creado una calculadora mecánica o algo así. No tenía ni idea de lo visionario de sus logros ni de su magnitud.

Durante su primer encuentro, Aguirre y Torres Quevedo presenciarán la demostración del funcionamiento de un autómata capaz de jugar al ajedrez. Años después, la búsqueda de este autómata llevará a Torres Quevedo de vuelta a Londres, donde ambos personajes se verán envueltos en los crímenes de Jack el destripador.

Siempre presidida por la fascinante presencia de los autómatas y por la sombra del asesino más espeluznante de la historia, esta es una novela titánica, excesiva, tanto por su extensión como ambición. Casi podría hablar de ella como una especie de “Señor de los anillos” victoriano, no sólo por el número de paginas, sino por la perfección con la que recrea la época en que transcurre. El periodo victoriano es muy querido por los escritores de género fantástico, pero, mientras que la mayoría de ellos recurren a sus lecturas juveniles para ambientar sus obras, Daniel Mares ha preferido las fuentes históricas. El trabajo de documentación de “Los horrores del escalpelo” es asombroso. Vamos es que casi hace falta un plano del Londres de la época (amablemente suministrado por Grupo Ajec) para poder seguir la novela. También es emocionante, entretenida e inclasificable. Podemos decir igual que una novela histórica, policíaca, de terror, steampunk, de ciencia ficción (como dice el propio Daniel Mares) o incluso, algunas partes, de aventuras. En su reseña en el “Sitio de ciencia ficción”, Francisco José Súñer Iglesias lo tildaba de un “notable libro de relatos” y es una opinión perfectamente comprensible y evidencia su principal defecto: la dispersión narrativa.

No creo que en este caso se lícito quejarse del exceso de paja, no al menos en el sentido que yo le doy habitualmente. No se trata de que las descripciones sean eternas, ni que el estilo de Daniel Mares sea alambicado y recargado y requiera medio centenar de palabras para hacer que un personaje cruce una puerta. Todo lo contrario, hace gala de una economía de recursos mas que apreciable, va siempre al grano de la situación. El problema es que cuenta demasiadas cosas.

No era necesario conocer todas las peripecias de la vida de Aguirre, muchas de ellas irrelevantes para la trama. Tampoco era necesario el grado de detalle con el que se narra un episodio bélico, del que además se dan dos versiones, que podría ser casi publicable por separado. La trama de Lento y Alto, los interlocutores de Aguirre, no carece de interés, tiene intriga y termina por volverse angustiosa, pero es evidente que su principal función es interrumpir el relato de Aguirre, para descansar la atención del lector, reflexionar sobre lo narrado hasta entonces, permitir elipsis y generar expectación. Eso hace que deba estirarse como un chicle, para cubrir el extensísimo relato de Aguirre, de modo que se vuelve repetitiva y monótona. Muchos de sus capítulos resultan indistinguibles entre sí. El colmo de mi paciencia como lector se alcanzó cuando Alto y Lento se ponen a leer un supuesto folletín de la época, que guarda misteriosas similitudes con la historia principal… ¡y se nos transcriben los capítulos que leen!

Me apresuro a recalcar que solamente se transcriben tres capítulos de este supuesto folletín y que son muy breves, pero su presencia es totalmente accesoria e innecesaria, así como las conversaciones que Lento y Alto mantienen acerca de ella. Es el ejemplo más evidente de la dolencia que aqueja a “Los horrores del escalpelo”. Daniel Mares se ha lanzado a escribir todas las ideas que tenía, sin darse cuenta de que no todas funcionaban igual de bien y que algunas se aniquilaban entre sí.

A pesar de ello, confieso sin ambages que la novela me ha entusiasmado, me ha enganchado, ha logrado que esperara con emoción los momentos de ocio en que podía dedicarme a su lectura, sabedor de que siempre ocurriría algo emocionante o impactante en ellos. El elemento fantástico, poco a poco, se va apoderando del libro que, objetivamente, creo que contiene algunos de los mejores momentos que he leído en una novela de este género en los últimos años.

No obstante, no es una lectura para todos los paladares. Daniel Mares es un escritor visceral, que no ahorra detalles desagradables a sus personajes, pocas veces amigables. Sabedor de la injusticia básica del mundo, los momentos de ternura y fraternidad, que los hay, son sólo un breve descanso, antes de que el hacha se abata sobre sus cuellos. Los peores destinos aguardan a los más inocentes. Conocedor de ello, esperé lo peor para uno de ellos, casi desde el principio, pero eso no evitó que, cuando lo peor ocurrió, casi al final del libro ya, tuviera que cerrarlo indignado. Aún así, eso es bueno, significa que Daniel Mares consiguió una respuesta emocional de mí.

Pero que yo la haya disfrutado mucho, no significa necesariamente que sea una gran obra. Buena, si, no cabe duda, pero no excepcional, debido a su dispersión narrativa, al exceso de tramas y de incidentes irrelevantes. Problemas de los que uno podría cerciorarse sin necesidad de leerla, simplemente, levantando el libro y comprobando lo mucho que pesa.

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