“La sombra del adepto” de Rodolfo Martínez

Bueno, finalmente he terminado la saga de “El adepto de la reina” y todavía no ha sido el fin del mundo. Ni siquiera el fin de mi mundo laboral. Supongo que todos los mitos acaban cayendo, tarde o temprano. Otra prueba de la mediocridad de la vida.

Ante todo “La sombra del adepto” es una novela aceptablemente entretenida, que cierra de forma bastante satisfactoria, aunque poco sorprendente, las diversas tramas de la serie, dejando, por supuesto, muchos cabos sueltos que podrían o no ser resueltos en hipotéticas secuelas.

Aunque no creo que eso suceda.

La novela reúne todas las características de las anteriores entregas de la serie: es una novela eminentemente dialogada, en la que los personajes se definen por lo que dicen, no por lo que hacen, ya que hacer, hacen muy poco: se limitan a dejarse llevar por los acontecimientos y ser usados como marionetas por maestros titiriteros ocultos en la sombra, de manera, a veces un tanto rebuscada, con dos notables excepciones.

Una es el villano, cuya verdadera identidad ya quedó revelada al final de “Los rostros del pasado” y que, como buen supervillano que se precie, ilustra al lector con abundante monólogos en los que glosa su pasado, sus planes futuros, sus opiniones, su visión del mundo y casi cualquier otra tema que la imaginación pueda conjurar. Esos monólogos son la principal razón de ser de la novela, el resto de las subtramas parecen servir sólo para separarlos.

La otra es la dedicada a Avanzadilla, el carneutil de “El jardín de la memoria” que no sólo lucha por mantener su propia identidad sino que intenta que otros hermanos de especie hagan lo mismo. Sus fragmentos son extremadamente breves y, para mi gusto, muy poco interesantes, aunque el final de esta parte de la novela sea excelente. Ahora que lo pienso, bastante superior al de las demás.

Muchos pasajes de la obra recuerdan otros momentos de la saga, o a otras obras de Rodolfo Martínez: Shercroft, supuestamente el personaje más inteligente de ella, vuelve a comportarse como un pardillo, no una, sino dos veces. Un personaje realizará el sacrificio supremo durante el desenlace. Hay una escena que me recuerda mucho a otra de “Los rostros del pasado”, hay frases que se repiten, intactas, de uno a otro libro y en varios capítulos de éste (la cicatriz interminable que era el cuerpo de Yáxtor Brandan). El autor abusa demasiado del adjetivo “preciso” (“claro y preciso” habitualmente) y, cuando describe un proceso largo a muletillas del tipo “hacía un ajuste aquí y otro allá cuando hacía falta”). Estos defectos, si es que lo son, pueden atribuirse a la lectura de un número excesivo de obras del mismo autor, en un plazo de tiempo demasiado reducido.

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