¿Escribiré algún día la reseña de “La espada del demonio” de Richard A. Lupoff?

 


Continuemos volcando mi extenso caudal de conocimientos sobre Richard A. Lupoff, autor con el que mantengo una deuda que jamás podré pagar.

Richard A. Lupoff debía ser un autor bastante pulpero y fanático de Sherlock Holmes. Hay un relato suyo incluido en la antología “Humo y Espejos”, en la que se enfrentaba al mítico detective contra las creaciones de pesadillas de H.P. Lovecraft. El suyo era, probablemente, el relato más soso e intrascendente de la antología, que ya es decir. También hay uno suyo incluido en “El otro canon de Sherlock Holmes”, publicado por Barsoom/Costas de Carcosa , aunque en este caso no estoy seguro de si se trata de un relato o un ensayo ficticio relacionado con Tarzán, compré el libro, pero aún no lo he leído. Hay algún otro relato suyo desperdigado en obras como “El mago de Venus”.

Según la wikipedia, escribió novelas de Buck Rogers bajo seudónimo y una novela en la que Charles Lindberg y Manfred Von Ritchofen se enfrentan en una carrera aérea en un mundo paralelo en el que la tierra es plana.

Aunque no lo parezca, “La espada del demonio” es su cuarta novela publicada en España. Entre las otras se encuentra “El libro de Lovecraft”, que trata, al parecer sobre los flirteos entre el escritor de Providence y el fascismo. Nunca he llegado a leerla, porque he encontrado pocas reseñas y nada que me confirme que en ella un comando de escritores de Weird Tales vuele por los aires una base secreta de los nazis, dedicada a la creación de portentosas armas secretas, ubicada en los Estados Unidos de la época.

Y por fin llegamos al punto clave. Las otras dos novelas son “La torre negra” y “La batalla final” respectivamente la primera novela y el desenlace del ciclo de “La mazmorra”.




¡Que tiempos aquellos cuando yo era un ingenuo adolescente! En aquellas eras, mi hermano (el futuro asalariado de la NASA, no el geólogo) solía ocuparse siempre de la compra de regalos, lo que traía como consecuencia que era el único hermano que no tenía ningún presente cuando llegaba su cumpleaños.

Así, al menos, es como yo lo recuerdo.

Decidí echarme esa responsabilidad sobre mis hombros. Como era un apasionado de Philip José Farmer, cuando salió el primero de aquellos libros, con portadas tan bonitas y el nombre de dicho autor impreso en ellas, en letras bien grandes, me apresuré a regalárselo. ¡Que poco consciente era, por aquel entonces, de las arteras maniobras editoriales! El libro en cuestión no era obra de Farmer sino de Richard A. Lupoff. La serie era una especie de homenaje al autor de “El mundo del río”, escrita por diversos autores que, se suponía que intentaban reproducir sus temas y obsesiones. Farmer se limitaba a escribir las introducciones.

Cuando, finalmente, mi hermano se llevó todos sus libros de casa de mis padres ya no se acordaba de que esta serie le pertenecía y se quejó de que toda la basura de nuestra biblioteca le perteneciera. En cambio, cuando me comunicó que el libro era, en realidad, de otro autor, debió de faltarle el coraje para desilusionar a un muchacho que obviamente le idolatraba y que creía haberle hecho un regalazo y contestó que no le importaba que siguiera regalándole los libros de la serie.

No creo que ya quede nadie que la recuerde. La saga de “La mazmorra” cuenta la historia de un noble inglés del siglo XIX, Clive Folliot que, al buscar a su hermano desaparecido mientras exploraba África, cruza una especie de portal espacio-temporal y va a parar a la Mazmorra, una especie de mundo artificial de creadores desconocidos, cuyos habitantes han sido traídos contra su voluntad y proceden de diferentes épocas y planetas. Clive reúne un grupo de aliados, entre los cuales hay cyborgs y arañas telépatas, los alegres camaradas de Clive Folliot o la comunidad de Folliot, si prefieren, con ayuda de los cuales va atravesando los diferentes niveles en que está estructurada la Mazmorra, como si fuera un videojuego.

Lupoff pone las bases de las futuras entregas en una obra peculiar. Su prosa no es nada del otro mundo, aunque las haya visto peores. Recurre mucho al socorrido recurso de caracterizar a un personaje con un rasgo físico o un atavío y repetirlo una y mil veces. Por ejemplo, si al describir hay una mujer por primera vez habla de “su pelo azabache” luego lo repite cada vez que el personaje cruza las líneas de una página. Hay gente que cree que eso es escribir bien, cuando en realidad es ser monótono. Es un defecto más frecuente de lo que parece. Arturo Pérez Reverte lo padece, sin ir más lejos. En fin, estilismos aparte, la novela es amena, hay en ella muchas aventuras, momentos impactantes y bastante imaginación, pero muy poco sentido. Las cosas parecen ocurrir “porque sí” el autor se limitaba a ensamblar unas escenas con otras sin un objetivo claro. No había casi humor, en su lugar monstruos, violencia y algo de sexo, pero, por lo demás, recordaba mucho a “Alicia en el país de las maravillas”.

Durante cuatro continuaciones, tres autores mercenario se esforzaron por dotar de algún sentido al batiburrillo enloquecido que había montado Lupoff y, por momentos, parecía que lo conseguirían. Si leyera ahora esos libros, completamente orientados a la acción y al mero entretenimiento, estoy seguro de que los encontraría excesivamente sencillos y quizá algo infantiles. En aquellos tiempos, los disfruté como un bendito y todavía hoy los recuerdo con cierto cariño. Los cambios de autor provocaban evidentes incoherencias estilísticas, e incluso alteraciones en la psicología de los personajes, pero la cosa parecía ir avanzando más o menos. Cada autor construía sobre lo que habían escrito los anteriores y, poco a poco, el puzzle empezaba a cobrar sentidos.




Entonces, llegó “La batalla final”, Richard A. Lupoff volvió para cerrar la serie que el mismo había empezado y decidió ignorar por completo la labor de los autores que le sucedieron. Se deshizo de todos los personajes que los demás habían ido desarrollando, ignoró las lineas argumentales apuntaladas y volvió al delirio sin sentido original, pero aumentándolo un quinientos por ciento. Mis recuerdos ya son borrosos, pero el protagonista pasa de estar perdido en el polo norte, junto al monstruo de Frankenstein, a volver al Londres victoriano, por intermediación de una médium, luego coge un coche aéreo que lo lleva al cinturón de asteroides, donde coge un tren que cruza entre diferentes dimensiones para llevarlo a … Yo que sé. A fuerza de giros inesperados, la novela avanza hasta alcanzar el más decepcionante y absurdo de todos los finales posibles.

Décadas después, sería testigo de la ira y los desgarros de vestiduras que causarían los finales de “Battlestar Galactica” y “Perdidos”. Mientras internet hervía de indignación, a mi me consumía la indiferencia. Richard A Lupoff ya me había enseñado que un largo camino, plagado de intriga y, tal vez, emoción, sólo podía terminar en el más estrepitoso de los fracasos y la más completa decepción. Formación del carácter, lo llaman en las escuelas privadas de Estados Unidos. Esa es la deuda impagable que tengo con él.

Comentarios

  1. ¡Anda! Lupoff rima con Lindelof. ¡Todo encaja!

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    1. Bueno, me gustan tanto como al que más, pero, en las series de televisión, el objetivo principal suele ser hacer más y más capítulos. Rara vez se plantean contar una historia. En "Perdidos" jugaban con tus expectativas, te hacían creer que estabas a un capitulo de que las cosas empezaran a cobrar sentido y entendieras algo. En las dos novelas de "La Mazmorra" de Lupoff, sobre todo en la última, JAMAS EXISTIÓ ESA ESPERANZA.

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