“Música en la sangre”. de Greg Bear
Vergil
Ulam un biotecnólogo que trabaja en la creación de
biochips y proyectos militares, trata de crear computadores
biológicos celulares, manipulando los genes de linfocitos
obtenidos de su propia sangre. Cuando sus empleadores le obligan a destruir su
proyecto, decide inocularse los linfocitos modificados, con la esperanza de
poder evadir la seguridad en su lugar de trabajo sin ser detectado, y poder
continuar sus trabajos en otra parte. Cualquier lector entrenado puede deducir
que no va a ser una buena idea.
Hay
varias cosas de esta novela (o el relato que expande), independientemente de su
calidad, que conviene resaltar. Una, que está considerada la primera aparición
de la nanotecnología en la ciencia ficción. Es más, se la considera una obra
visionaria, puesto que antecede por un año a la edición en 1986 del libro “Engines of Creation” de Eric Drexler,
libro que define la idea de nanomáquina tal y como se le reconoce hoy en día, y
que suele marcar el comienzo de la utilización de tal concepto de nanomáquina,
como un argumento narrativo recurrente en la ciencia ficción.
La
exhibición de erudición que acaban de leer, está directamente sacada de la
wikipedia.
Lo
segundo que llama la atención es lo mucho que se parece el argumento, al menos
en un principio, al episodio 15 “Una nueva raza”, de la primera temporada del
revival de “Más allá del limite” (En
inglés Outer limits 1x15 The new breed)
Tras realizar una búsqueda por Internet, para ver si es una adaptación, no
parece serlo oficialmente, pero hay miles de post y comentarios del estilo:
“Esto es una adaptación de Música en la
sangre”. “¿Habrán pagado algo a Greg Bear por esto? Aparentemente no.
Por
último, no se lo van a creer, algunos pasajes, a su vez, me han recordado a la
novela inacabada de Mark Twain “3000 años
entre los microbios”, de reciente publicación en España a cargo de la
biblioteca del laberinto, como si la novela de Bear fuera la versión sería de
la de Samuel Clemens. Supongo que estoy hilando demasiado fino, debido al
escaso periodo de tiempo que ha mediado entre las dos lecturas, aunque en
Estados Unidos los estudiantes de literatura seguro que se saben de memoria la obra
de Twain.
Volvamos
a la novela. Como decía es una expansión de un relato. Y se nota. Sin haberlo
leído, creo que puedo decir hasta donde llegó exactamente el relato, y cual es
la parte nueva, aunque seguro que rehizo el cuento original, porque el tiempo
no pasa en balde. Ubicaría el comienzo de la expansión en el instante en que el
inquietante cuento de terror que hemos estado leyendo se convierte en una
novela de catástrofes. Como en todas las novelas de catástrofes, el
protagonismo pasa a repartirse entre varios supervivientes de la misma.
Ahí comienzan los problemas.
Vergil Ulam era un personaje no muy agradable pero pasablemente caracterizado.
No ocurre lo mismo con los nuevos protagonistas. Tanto la muchacha “algo lenta”
como los dos hermanos que se pasean por unos estados unidos transformados por
los noocitos, que así dan en llamar a los linfocitos conscientes de la trama,
son personajes bastante esquemáticos, especialmente los dos hermanos, cuya
presencia es totalmente gratuita. La única función de sus capítulos es servir
de separación entre los de Suzy y los del doctor Bernard, único personaje de la
novela con algo de profundidad psicológica y humanidad. Aunque reconozco que
las descripciones del paisaje alienígena en que se ha convertido Estados Unidos
son fascinantes, estos dos hermanos no despiertan la menor empatía, lo que les
ocurre no resulta emocionante, ni interesante y, al final, simplemente
desaparecen, como si Greg Bear se hubiera olvidado de ello o hubiera perdido el
interés en dichos personajes, como de echo le ocurre al lector.
Bueno,
podríamos decir que no es tan grave, a fin de cuentas no ocupan tantas páginas,
pero si tenemos en cuenta que es una novela corta, la cosa pinta peor. ¿No será
que Greg Bear necesitaba alcanzar un cierto número de páginas para que el libro
se publicara como novela?
Aún
así, puede que esté montando un circo con esto de los personajes. No están peor
caracterizados que los de cualquier novela de Michael Chricton. Probablemente
lo estén más. Es lo que se espera en este tipo de novelas. También lo es el
estilo, funcional y con mucha influencia cinematográfica, típico de Bear, pero
menos trabajado que en otras ocasiones, quizá por tratarse de una obra más
primeriza.
Hacia
el final, el argumento da un vuelco más que inesperado, casi metafísico, que a
mi me resulta muy poco creíble. Se que realmente existen estudios sobre la
física de la información, pero, aún así, creo que los escritores de ciencia
ficción llevan entendiendo algo mal desde los tiempos de Schrödinger,
probablemente porque ese error les da mas juego narrativo. La narración explora
entonces dilemas éticos y filosóficos, con cantidades aplastantes de sense of wonder, uno de los puntos
fuertes de Bear y alcanza un climático final. O finales.
Es
una pequeña joyita, una píldora de alta densidad especulativa, que además
resulta muy entretenida. A pesar de ello y de que agradezco su brevedad, los
temas tratados son de tan altos vuelos que habrían requerido un mayor
desarrollo, echo en falta más profundidad y menos pasear por ciudades
desiertas, más realismo y menos experiencias oníricas tipo Matrix o la escena final de 2001 y, sobre todo una estructura
narrativa y unos personajes más sólidos.
Para
acabar, un comentario triste. Una parte destacable de la acción transcurre
en pleno World Trace Center. Es habitual
que la ciencia ficción quede desfasada. Ojalá no lo hubiera sido de una forma
tan salvaje y sangrienta.
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