“Azul, el poder de un nombre. Samidak” de Begoña pérez Ruiz. ¡No he podido!
Esto no es ni una crítica ni una reseña de la novela “Azul, el poder de un nombre. Samidak”, de Begoña Pérez Ruiz. Para hacer eso debería haberme formado una imagen completa de la obra, lo que habría requerido leerme sus 882 páginas y no he sido capaz de pasar de la 324.
Este libro me llamaba mucho la atención cuando lo veía en las librerías por los siguientes motivos: su portada, la apuesta por la ciencia ficción de aventuras que parecía prometer su sinopsis, que el autor fuera una mujer y española (aunque nacida en Francia), que una editorial hubiera apostado por una primera obra tan voluminosa, que aparentemente estuviera teniendo éxito y que fuera gloriosamente ignorada en las webs de literatura fantástica por las que suelo navegar.
No me decidí a comprarlo, debido a los problemas de espacio que tengo en mi casa. Al final lo encontré en mi biblioteca. Tiemblo de pensar en que podría haberlo comprado y encontrarme semejante mamotreto ocupando el escaso espacio del que dispongo.
Cuando llegué a la página 13, el final de prólogo, supe que había cometido un grave error. En el prólogo se cuenta como la madre de la recién nacida protagonista se deshace de su bebé enviándolo a otro mundo para mantenerlo a salvo de sus enemigos. Los tópicos no son tan malos como la gente cree, pero hay que saber salvarlos, ya sea subvirtiéndolos o haciéndolos propios con algún toque personal. Nada de eso hay en este prólogo. Lo mismo lo podría haber escrito un guionista de Holywood y no, no es un cumplido.
A partir de ahí, las cosas no paran de empeorar. El libro no está mal escrito, pero el estilo de la autora tiene varias cosas que se me atragantan.
Primero, los subrayados. No para de recalcar lo evidente. Si un personaje se lleva una sorpresa, tiene que decirnos que está sorprendido. Si varios se llevan un susto de muerte, tiene que decirnos que están asustados. Eso me hacía saltarme continuamente palabras y hasta frases. Este defecto, por cierto, también es muy característico de Joan Manuel Gisbert, autor al que adoro desde que tenía cinco años, convertido actualmente en uno de mis vicios secretos. Incluso he creído detectar similitudes entre el estilo de los dos autores, pero lo que puedo disculpar en una novela de entre 100 y 200 páginas, de ritmo vertiginoso, no es de recibo en un tocho de 882.
El consejo mas trillado sobre la escritura nunca fue mas indicado: No cuentes, ¡muestra!
A continuación viene el problema de las descripciones. Begoña Pérez Ruiz se obstina en describir absolutamente todo y lo hace en cuanto se menciona. No se trata sólo de que describa con detalle cada prenda de vestir que usan sus personajes, que lo hace, es que lo describe TODO. En el momento en que se menciona a una federación de planetas, nos cuenta su composición y sistema de gobierno. En cuanto traslada la acción a una ciudad, nos cuenta su arquitectura urbana. En cuanto aparecen unos alienígenas, su estructura social. Así con todo.
Hay que reconocer que son descripciones bastante precisas y cortas. El problema no es su longitud, es la cantidad. Y la cantidad de información irrelevante a consumir hasta que empiezan a pasar cosas.
Todo eso lo habría podido perdonar, pero lo que finalmente me hizo abandonar la lectura fue la historia de amor. O mejor dicho, la mala pinta que estaba adquiriendo la historia de amor. Eso de la parejita separada por causas de fuerza mayor que no paran de sufrir porque están separados, me ha provocado ganas de vomitar. Cuando empecé a leer sobre como la protagonista pasaba las noches llorando, mi frustración alcanzó tales cotas que, si el libro hubiera sido mio, podría haberlo arrojado por la ventana. Así que decidí dejar de sufrir y abandoné la lectura.
Esta es mi opinión personal, crudamente sincera. Una vez dicha debería hacer algunas matizaciones. Para empezar, parece evidente que no pertenezco al público para el que este libro ha sido pensado. Diría que tengo entre veinte y treinta años mas que la edad de su público ideal y eso ha podido condicionar mi experiencia. Quizá las quinceañeras y quinceañeros disfruten enormemente de su lectura. Quizá, una vez superadas las cursiladas, haya partes buenas. Recalco que no he leído la novela completa. En goodreads y en otras partes, la gente escribe muy elogiosamente sobre las escenas de acción, por ejemplo. Las pocas que yo leí no fueron nada extraordinario, pero estas cosas se suelen preparar para el gran final.
Tampoco he encontrado nada particularmente interesante en el mundo que Begoña Pérez Ruiz ha creado, aunque es evidente, dado el nivel de detalle, que ha invertido una gran cantidad de tiempo y esfuerzo en su creación. Aplaudo dicho esfuerzo y su creatividad. Le deseo sinceramente que tenga suerte con su obra, que cree un universo de fantasía que haga soñar a una generación de jóvenes lectores, pero no es probable que yo vuelva a acercarme a él. No había abandonado la lectura de una novela desde Mayo del 2015. En aquella ocasión fue “La balsa de piedra” de Saramago. Eso significa que Begoña Pérez Ruiz ha conseguido igualar a un premio nobel.
Con razón me espantan ya las novelas con títulos de nombres inventados, sobre todo si estos incluyen alguna "k".
ResponderEliminarAcabo de acordarme de Amatka. No he dicho nada.
Has hecho que me de cuenta de que, al interrumpir la lectura, ya nunca sabré que quiere decir eso de Samidak.Tendré que vivir con ello.
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