“El proclamador – La ida” de Robert Silverberg




Durante mucho tiempo he sido capaz de mantener la media de una entrega semanal de este blog. Guarden ese hermoso recuerdo, por cierto. El secreto no estaba en que sea un lector compulsivo (que lo soy), ni que los trayectos de ida y vuelta al trabajo solían suponer hora y media de lectura diaria (que también), si no en ir con retraso y dedicarme a reseñar los libros que leí hace más de una semana.

Eso me permite rellenar esta entrega, dedicada al inevitable Robert Silverberg, que sube enormemente el nivel con respecto a mis últimas reseñas.

Este volumen se compone de dos novelas cortas “El proclamador” y “La ida”, las dos bastante interesantes, aunque con sus defectos.

“El proclamador” creo que puede considerarse una sátira, a costa de las religiones organizadas. Situado en un ficticio fin de milenio que nunca fue tan apocalíptico en la vida real, un predicador religioso convence a la población de la Tierra para que rece unida, pidiendo a Dios una señal, que les de esperanza en esos días sombríos. Como resultado, la Tierra detiene su rotación durante un largo periodo de tiempo. Esta señal ineludible, que debería unir a todos los credos, al final no sirve más que para crear discordia. Las religiones oficiales no se posicionan o la niegan, puesto que el profeta, el “proclamador” no viene de su seno, las minoritarias se la atribuyen y acaba siendo revindicada por los cultos apocalípticos a los que se pretendía combatir.

El “proclamador” no deja de ser una figura trágica, es un hombre de paja, un antiguo timador elegido por su carisma por la cúpula de su culto. Bastante más sensato que esta, se da cuenta pronto de la verdadera situación, pero sus intentos conciliadores son bloqueados por los verdaderos dirigentes, cuya sed de poder terminará en tragedia. Al final, el pobre hombre será declarado el anticristo por la iglesia católica.

La novela se compone de una mezcla de testimonios, noticias y semblanzas de personajes, con pocos momentos puramente narrativos. Este recurso sirve para dar una perspectiva global de la situación y resulta casi ineludible en este tipo de historia, pero no siempre funciona. Algunos de los testimonios son demasiado evidentes, demasiado funcionales. Se echa en falta una pizca más de desarrollo de personajes y quizá todo vaya demasiado deprisa.

Quizá esta historia hubiera resultado más eficaz en un registro más cómico o humorístico, algo que parece quedar fuera de las capacidades de Silverberg. No está mal de todas formas.

“La ida” es una obra muy distinga. Transcurre en un futuro en el que la medicina ha alcanzado tal desarrollo que la enfermedad ha sido completamente desterrada. Las personas sólo mueren en accidentes, crímenes o suicidio. Para mantener la población estable, sólo se permite un nacimiento cuando otra persona muere. Como consecuencia, como se dice en la propia novela, es la primera cultura humana que considera el suicidio como algo positivo. Apartarse de en medio para dejar paso a la siguiente generación, hacer girar la rueda. Cosas así.

¿Utopía o Distopía? Personalmente, yo me decanto por lo primero.

La novela sigue el proceso, o tal vez debería decir el ritual, de un anciano (casi todas las personas lo son, en la novela) que ha decidido despedirse de este mundo. Abandona sus posesiones y se va a vivir en una residencia donde otros que han tomado la misma decisión se preparan para la “ida”.

Todo es extraordinariamente civilizado en este lugar, en ningún momento se les mete prisa, es más, al protagonista le recalcan hasta el final que puede cambiar de opinión en cualquier momento, se trata de morir cuando se esté preparado o la vida ya no ofrezca alicientes. La residencia ofrece todas las comodidades posibles, cuidados médicos y psicológicos, incluso vacaciones pagadas y viajes a cualquier rincón del mundo que se desee ver, antes de morir.

El conflicto, si lo hay, reside en las motivaciones del músico protagonista para abandonar la vida, que insiste una y otra vez que no quiere cambiar de opinión, pero que retrasa la “ida” continuamente.

Expresé mis dudas sobre la existencia del conflicto, porque este es nimio. Tengo la sensación de que el interés de Silverberg era ilustrar el procedimiento de suicidio civilizado, pero que, aunque la idea le gustaba, no conseguía construir una historia con ella. Si creo que a “El proclamador” le habrían venido bien más páginas, a “La ida”, me parece que le sobran. Aún así son dos obras interesantes y un volumen recomendable.

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