"La cara en el abismo" de Abraham Merritt




Los azares vacacionales han hecho que se me acumulen un montón de libros que reseñar, la mayoría de ellos muy “pulperos”. Y no me estoy refiriendo a “La montaña en el mar”, que ya he reseñado, ni a “Herederos del Caos”

El primero de ellos ha sido esta, “La cara en el abismo”, una novela por la que me es imposible no sentir simpatía.

Tenemos a un tal Nicholas Graydon, que mientras está buscando en Perú el tesoro del inca Atahualpa, se encuentra con un enclave de seres humanos y otros animales más o menos racionales (hombres lagartos, hombres arañas), que fueron evolucionados en su día a partir de los simios de la época, por reptiles inteligentes mediante técnicas que ahora llamaríamos ingeniería genética, oprimidos ahora por un cruel tirano que utiliza dinosaurios como bestias de circo romano, sabuesos y monturas en cacerías humanas. Nada más llegar, Graydon se liga a la joven más guapa del lugar y se une a los rebeldes, cuya única esperanza es conseguir el auxilio de “La madre serpiente” el último de los saurios inteligentes que queda en la Tierra.

Casi parece que uno esté leyendo una aventura del Flash Gordon de Alex Raymond. Si el libro se publicara ahora, sería lógico adjurar de tantos tópicos y lugares comunes, pero dadas las fechas de publicación de su contenido, es lícito pensar que Abraham Merritt estuviera creando esos tópicos, más que siguiéndolos. (El ejemplar se compone de un relato y una novela que lo continua, publicados respectivamente en 1923 y 1930). Por desgracia, el paso del tiempo no ha tratado la obra demasiado bien. Los personajes no sólo son planos, si no que son poco carismáticos. De Graydon, el supuesto héroe de la historia, apenas sabemos más que el nombre y en realidad hace muy poco: vagabundear de un lado a otro según lo que le aconsejan sus compañeros, que luego acuden en su rescate cuando se mete en problemas. Aunque esto ocurre a menudo, ellos siguen acudiendo, una y otra vez, sin perder la esperanza de que algún día se espabile. Su amada Suarra es tan dulce como pánfila y sus compañeros no suelen brillar mucho más allá. Al final, héroes y villanos son poco más que peones en una partida de ajedrez entre enigmáticos dioses que sí que parecen personajes mucho más interesantes y en los que al final resulta difícil decidir las simpatías. Las de Merritt estaban, obviamente, con la Madre Serpiente, pero el modo en el que ésta restablece el orden al final, a base de ejecuciones sumarias de los dirigentes u opositores del bando contrario, es escalofriante

Antes he dicho “dioses”. ¿Se trata de una novela de fantasía? A ojos del lector actual “La cara en el abismo” es lo que parece. Incluso tiene a un Oscuro Señor del Mal, desterrado hace tiempo de nuestro mundo dispuesto a recuperar lo que considera suyo. Sin embargo, Merritt deja claro en todo momento que existen explicaciones científicas a todos los prodigios que se suceden ante Graydon. Explicaciones que, cuando Graydon se atreve a especular sobre ellas, resultan ridículas y absurdas, aunque los años y la traducción pueden estar entorpeciéndolas (Graydon afirma en ocasiones “ver” los átomos. No entiendo a que se refería). Para Merritt, el mundo puede ser aterrador y maravilloso, pero no incomprensible. Aplaudo su actitud, pero, por desgracia, vuelve su prosa muy farragosa, especialmente en lo que se refiere a las descripciones y las descripciones tienen un peso muy grande en “La cara en el abismo”, son, a la vez, el punto fuerte de la novela y su mayor debilidad.

Merritt pone un gran cuidado en la ambientación, detallando con precisión todos los lugares que atraviesan sus protagonistas, curiosamente, la mayor parte de ellos bajo tierra. Se deleita con la iluminación, las estatuas, las puertas inmensas que se alzan y caen, como telones, los rayos de luz que cruzan de uno a otro lado. A poco que el lector ponga de su parte, conseguirá evadirse a un mundo extraño, mágico, a pesar de los esfuerzos de su creador por racionalizarlo. Es una novela con una generosa porción de “sentido de maravilla”. Pero ese carácter tan descriptivo entorpece la acción de modo que llega a ser irritante. Hasta las batallas consisten mayormente en intercambios de ondas de luz de colores… precedidas de la configuración y descripción de las máquinas que las producen, esferas y artefactos alambicados que despiertan en mi mente recuerdos de la entrañable imaginación de Jack Kirby.

De este modo, el disfrute de la novela depende de la capacidad del lector de perderse en las ensoñaciones de Merritt. Encantará a los que sólo busquen perderse en un mundo mítico e irritará a los que busquen un entretenimiento dinámico, salpicado con un poco de acción, no hablemos ya de los que busquen profundidad psicológica o algún tipo de tesis.

No debería concluir la reseña sin hablar de los “Forjadores de sueños” personajes que viven en sueño perpetuo, habitantes de los mundos ficticios que ellos mismos han creado, la mayoria dispuestos a elegir la muerte, antes que abandonarlos. Leído ahora, casi un siglo después de que este texto fuera escrito, parece una premonición de la realidad virtual, pero me pregunto si Merritt no estaría pensando simplemente en las personas que viven tan inmersas en su mundo interior que no son consciente de lo que ocurre a su alrededor. Como los adictos a la ficción. Los soñadores, en suma.

Comentarios

  1. La próxima vez, le hago una foto con el móvil.

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  2. Los "Forjadores de sueños" viene a ser "El leon de Comarre" pre-Clarke!

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    1. Hola, Alberto. No te lo vas a creer ¡pero jamás he leído el león de Comarre! Conseguí encontrar por la red un escaneado de un volumen que lo recopila junto con la versión original, en novela corta de "La ciudad y las estrellas", pero por unas cosas u otras, al final nunca llego a leerlo.

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