"Rouletabille en el palacio del zar" de Gaston Leroux
Al final de “El perfume de la dama de negro” la presencia de Rouletabille era requerida, nada mas y nada menos, que por el zar de todas las rusias. No era este requerimiento, si no una amenaza de muerte de los revolucionarios nihilistas lo que le decidía a emprender viaje. Su misión consiste en proteger al general Trebasof de los atentados que está sufriendo, que no parecen posibles sin la colaboración de algún miembro de su círculo más interno. Las sospechas se centran en su propia hija, Natasha.
Una vez más el reportero adolescente se enfrenta un enigma que aparenta irresoluble: encontrar el camino que siguen el veneno y los explosivos para entrar a su vivienda. Y, una vez más, tenemos planos y croquis de las distintas plantas, aunque esta vez las referencias a ellos son más contenidas y menos frecuentes. Incluso Gaston Leroux se saca un par de conejos del sombrero, un agujero en una puerta que sirve para descorrer un pasador del que el narrador olvida informar previamente, que traicionan las intenciones originales de “El misterio del cuarto amarillo” de jugar limpio con el lector. Se nota, quizá una cierta desgana y un cierto cansancio a la hora de plantear escenarios imposibles, quizá el autor ya estuviera harto de repetir la misma fórmula y se plantease nuevos rumbos para su personaje, no lo sé.
En todo caso, el estilo de Leroux se me ha empezado a atragantar, fundamentalmente por su histrionismo. En el personaje principal es, hasta cierto punto, disculpable, pues sus procesos mentales deben permanecer ocultos para que pueda sorprender al lector con sus hallazgos a la vez que debe intrigarlo con un comportamiento excéntrico, siguiendo en todo ello la plantilla diseñada por Conan Doyle para los super-detectives. Pero en el resto de personajes, resulta insoportable. En las escenas dramáticas se suceden los sollozos, los gritos y los arrebatos, componiendo un espectáculo tan ruidoso como cursi y mojigato, que incita a abandonar la lectura.
Y pensándolo bien, Rouletabille tampoco se libra. Uno de los grandes hallazgos de la novela, es que, en determinado momento, Rouletabille se equivoca. El muchacho, como ya he dicho, no deja de ser un calco de los detectives victorianos hiper-racionales, sabelotodos y terriblemente pagados de sí mismos. Leroux realiza una maniobra genial: aparentemente Rouletabille comete un terrible error, lo que le provoca una crisis de auto confianza que le llevará a vagar como alma en pena durante media novela, incapaz de comprender que le ha pasado y porque ya no es capaz de descifrar el mundo.
Y, por desgracia, poniéndose más que un poco cursi y auto-compasivo.
Lo curioso es que la historia, en el fondo, no está nada mal. Hay unas cuantas vueltas de tuerca ingeniosas, un ritmo bastante animado y alguna situación muy emocionante. Si fuera un autor moderno, diría que podría ser un buen guionista, tratándose de Leroux, quizá fue un buen dramaturgo, pero no un buen escritor. El recargado estilo de Leroux parece interponerse intencionadamente en el disfrute del lector, eligiendo los peores momentos posibles para ponerse pedante, supuestamente poético o terriblemente sentimental. Hay una escena que es para enmarcarla. Los protagonistas han descubierto que unos terroristas suicidas se han introducido en la casa. Si intentan reducirlos, detonarán sus bombas, lo mismo ocurrirá si se ven descubiertos o se dan cuenta de que intentan huir de la casa. El modo en que tratan de mantener la compostura y darles esquinazo, es modélico para una película de suspense. Y, sin embargo, si tiene emoción es a pesar del autor, porque lo cuenta de un modo que es incapaz de transmitir angustia.
Creo que pasará mucho tiempo antes de que le vuelva a dar un tiento a Leroux, si es que lo hago.
Como curiosidad: Gastón Leroux también fue periodista y, al parecer, en la novela recoge el ambiente de sus propias experiencias en la Rusia de la época. Los aristócratas rusos que la protagonizan se presentan como exaltados, dados a los arrebatos sentimentales, borrachos, cultos y simpáticos. Pero su testimonio también recoge las corrupciones, las torturas, los destierros a Siberia y las ejecuciones sumarias y masivas. De hecho, para un lector moderno, el general Trebasof al que Rouletabille intenta proteger es lisa y llanamente un criminal de guerra, probablemente un genocida, principal responsable de una serie de sanguinarias represalias sobre los estudiantes de Moscú, que le habrían ganado la horca en Nuremberg. La novela fue escrita antes de la revolución de los bolcheviques y es triste ver que, por lo visto, los zares se comportaban exactamente igual que los soviets y que, por mucho que cambie la ideología y los regímenes políticas, nada acabe de cambiar en aquel país.
No sé yo si este es el mejor momento para publicar esta reseña, pero uno se acaba los libros cuando se los acaba.
ResponderEliminarBueno. Yo soy de la opinión que incluso la novela "histórica" hay que leerla como un divertimento, ya que la propaganda es algo bastante habitual históricamente hablando hacia cualquiera de los bandos, así que lo peor en este caso puede ser que no te ha gustado mucho. Gracias por la reseña./
EliminarLamento no haberme dado cuenta de este comentario antes, se supone que el blog debería avisarme. Estoy totalmente de acuerdo contigo, pero se supone, recalco lo de "se supone" que no es una novela histórica. El autor, supuestamente está reproduciendo el ambiente que conoció unos pocos años antes de escribirla. Aunque la verdad, como turista veterano, creo que visitar un país unos pocos días no sirve lo más mínimo para conocer como es realmente su situación.
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