"El caracol en la pendiente" de Arkadi y Boris Strugatski


Dice la contraportada:

... Fue dividida en dos líneas narrativas: la Administración y el Bosque. El protagonista de la primera, el lingüista Perets, sueña desde la infancia con el Bosque. Trabaja en la Administración de Asuntos del Bosque, aunque no lo permiten entrar en él. También quiere abandonar la Administración, y tampoco se lo permiten. Ante tal situación, no le queda sino observar abismado desde la altura de un precipicio cómo transcurre esa extraña vida en el lugar de sus sueños. Allí dictan órdenes disparatadas, hacen cálculos con máquinas estropeadas y obedecen a un director al que solo oyen por teléfono.

El protagonista de la segunda línea narrativa, Kandid, fue investigador del Bosque hasta que sufrió un accidente y perdió la memoria. Socorrido y curado por los habitantes autóctonos, recuerda fragmentos de su pasado e intenta reresar con los hombres, pero acabará simpatizando con unos seres aparentemente condenados a la desaparición.

Pues, por una vez en la vida, la sinopsis resume perfectamente el libro. Sólo falta indicar que, al menos inicialmente, ambas líneas narrativas son tremendamente divertidas. La parte de Perets es eminentemente kafkiana, un hombre corriente enfrentado a una burocracia sin sentido que ni comprende ni puede llegar a entender. La segunda es más fantástica, quizá tenga algo de cuento de hadas, con ese bosque misterioso en el que, si te pierdes, encontrarás cualquier tipo de prodigio. La sinopsis no menciona que los habitantes autóctonos del Bosque viven en una especie de comunión con la naturaleza, hacen crecer montones de hierba para sentarse y parecen controlar el comportamiento de las hormigas, pero son incapaces de tener la boca cerrada, ni de mantener la misma opinión durante mucho tiempo, algo que parece afectar al propio Kandid, que se pasa la vida recordándose a si mismo que pasado mañana tiene intención de irse del pueblo y recordándoselo a sus posibles compañeros de viaje. Así y todo, llegan a hacerse entrañables, al estilo de la aldea de los galos de Astérix, en la que el protagonista parece el único cuerdo. Algo parecido le ocurre a Perets, mientras sufre todo tipo de desventuras, como que, caducada su tarjeta de residencia, le saquen de la cama para echarlo del hotel, a altas horas de la madrugada, pero no disponga de ningún medio de abandonar la Administración y, tras pasar toda la noche deambulando por bibliotecas vacías y talleres mecánicos, finalmente acabe alojado en las habitaciones personales del dueño del hotel. O que, cuando por fin consigue subirse a un camión que abandona la Administración, éste le lleve al Bosque, para cobrar unos beneficios y luego le traiga de vuelta.

Ambas tramas son bastante absurdas y esa es su gracia. También son bastante crípticas, como las circunstancias políticas obligaban a ser a los Strugatski, aunque me da la sensación de que luego acabó convirtiéndose en un rasgo de estilo. ¿Es la Administración una crítica encubierta al régimen stalinista? Pues no lo sé. Es probable, aunque parece una sátira de toda burocracia, en general. Todo es deliberadamente oscuro, la novela pertenece al territorio del simbolismo y lo metafórico. A juzgar por la edad de Perets, la novela transcurre en la primera mitad del siglo XX, pero nunca se explica en que país, lo mismo podría ser un planeta lejano y el Bosque, con sus monstruos que atacan a los lugareños, sus geiseres ectoplasmáticos y las misteriosas damas que flotan en los lagos, parece, ciertamente, un lugar de otro planeta. Por el contrario, sus personajes son de lo más cotidianos, chupatintas de los que abundan en cualquier oficina, chóferes que alardean de sus conquistas amorosas (aunque sean por la fuerza), gorrones chismosos que se comen todo lo que contemplan … Ninguno de ellos parece ver nada extraño en lo que les rodea y parecen bastante felices con sus pequeñas vidas. Sólo sus protagonistas intentan, fútilmente, abandonar su perplejo existir y ninguno de los dos es un héroe, precisamente.

A pesar, o gracias a, sus sin sentidos, inicialmente disfruté mucho de la novela. Pero llega un momento en que se me hizo cansina. Transmitir la imposibilidad de comprender el mundo mediante la narración de una serie de eventos incomprensibles funciona sólo durante un cierto tiempo. Luego, se enfría el interés. Es como una canción que siempre mantuviera pulsada la misma nota. El momento culminante, para mí, fue el parlamento de los juguetes, soñado por Perets. Ya había ido perdiendo el interés, pero, en ese momento, lo perdí por completo, ya no sentía el menor deseo de intentar desentrañar lo que los autores querían transmitirme con tanta frase sin sentido y aparentemente profunda.

“El caracol en la pendiente” , curiosamente, la obra de la que sus autores estaban más orgullosos, es la que menos me ha gustado. No puedo decir que sólo se la recomendaría a mi peor enemigo, está bien escrita, los personajes están bien delineados y, a ratos, resulta muy divertida. Pero, desde luego, no se la recomendaría a mi mejor amigo.

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