"La ciudad y las estrellas" de Arthur C. Clarke




En un futuro, muy, muy, pero que muy lejano, entre las arenas del desierto en el que se ha convertido la Tierra, el último bastión de la humanidad es la ciudad de Diaspar. Según cuentan las leyendas, hace millones de años, los humanos se refugiaron en Diaspar, huyendo de unos misteriosos invasores que habían asolado su imperio estelar. La vida en Diaspar es apacible y sosegada, no hay hambre ni enfermedad ni, aparentemente, la muerte. Todas las necesidades de sus habitantes están cubiertas por las máquinas que los sirven, capaces de materializar en un instante cualquier objeto que necesiten, incluso a los propios ciudadanos, que cuando el peso de sus existencias inmortales se hace insoportable, seleccionan los recuerdos que desean conservar y son almacenados por un tiempo aleatoria en los circuitos de la ciudad, para renacer luego, completamente adultos, pero con mentalidad infantil, hasta que, en el curso de unos pocos años, recuperan sus recuerdos. En este contexto nace Alvin, un único, el primero en mucho tiempo, una persona completamente nueva, sin recuerdos de vidas anteriores. Alvin carece de la aversión al mundo exterior que padecen todos los habitantes de Diaspar y pronto se obsesionará con la idea de abandonar la ciudad.

Hay libros que es una auténtica pena haber tardado tanto en leerlos. No sólo por lo que uno se está perdiendo, si no porque no los lees en el momento adecuado de tu vida. En mi opinión “La ciudad y las estrellas” es una novela eminentemente juvenil. Es muy fácil asimilar a Alvin con un adolescente rebelde, si no con un niño. Incluso el argumento tiene algo de cuento de hadas. El estilo es intencionadamente sencillo, lo que es típico de Clarke y a menudo de agradecer, pero también la aproxima a la literatura juvenil, los capítulos son cortos, todo ocurre muy deprisa, la acción y la descripción priman sobre la introspección y las descripciones son una acumulación de maravilla sobre otras.

Sin embargo, a mi edad, hay un par de cosas que me chirrían. No demasiado, pero me chirrían.

Para empezar, a Clarke no se le da muy bien transmitir algunas cosas y se ve obligado a contarlas, cosa que, personalmente, odio. Se nos habla mucho de las maravillas de Diaspar, pero apenas se nos muestran. Un par de instancias de aceras móviles, con cambios de gravedad que permiten giros imposibles y eso es todo. Habla de sus maravillosos edificios, pero no cuenta que es lo que los hace tan maravillosos. Para mi es muy frustrante, es como si un documental sobre algún paraíso natural consistiera en un primer plano del narrador, contando lo bonito que es, pero sin uno sola toma del lugar. Me ha dejado con ganas de saber cómo es de verdad Diaspar.

Y ese “narrar en vez de mostrar” se extiende a los personajes. Los diálogos son casi inexistentes. Los personajes se definen por lo que el narrador cuenta de ellos, muy poco por lo que hacen y nada por lo que dicen. El caso más sangrante es el de Khedron, el bufón, aliado inicial de Alvin, a pesar de que Alvin, en algún momento, piensa que desconfía de él por su modo de hablar, frívolo y burlón. Bueno, pues si Alvin lo dice, será verdad, que para algo es el protagonista, pero el caso es que Khedron apenas si abre la boca en todo el libro y las dos frases que manda por un mensaje no tienen nada de burlonas.

Aparte de esta política de establecer como hechos consumados lo que es incapaz de demostrar, mi otra objeción a la novela sería que incluye un par de los tópicos más comunes de la ciencia ficción. Soy consciente de que Clarke concibió esta novela en 1948, es probable que en ese momento no fueran tópicos. Es más probable que fuera el propio Clarke el que los inventó. Pero ahora parecen salidos de una parodia tipo “Futurama”

Aparte de esto, sinceramente, es una novela que me gusta mucho. Como ya he dicho, es muy entretenida, pero no es sólo eso. Destila una cierta belleza melancólica, pero, a la vez, las revelaciones se suceden una a continuación de otra, cada una más asombrosa que la anterior, envueltas en esa especie de arrobo humilde, que sólo Clarke parece capaz de transmitir, maravillado ante la inmensidad del cosmos y consciente del desconocimiento que de él tenemos, los seres humanos. Es el libro que recomendaría a cualquier joven que tuviera curiosidad por iniciarse en la ciencia ficción.

(Aunque mi sobrino haya empezado con las Fundaciones)

Comentarios

  1. Creía haber leído ya esta novela, en el volumen que la recoge junto con la lamentable continuación que escribió Gregory Benford, pero recientemente descubrí que, en realidad, ese libro contiene la primera versión que escribió Clarke, en forma de novela corta, pero que él siempre consideró la novela la versión definitiva. Resultó ser la última razón que me faltaba para comprarme esta edición. Y me alegro, porque probablemente sea la última novela de Clarke que lea y me ha quitado el mal sabor de boca que me dejó “El espectro del Titanic”.

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  2. Es curioso lo de esta novela. La primera parte, hasta la escapada, siempre me ha parecido sublime, quizás más por lo que me inspiraba que por el relato en sí. Pero es tan lírico el concepto de la ciudad eterna como una burbuja en el tiempo, y los resquicios que encuentra Alvin para otear más allá de sus paredes, que desde que la leí de chaval me ha inspirado una melancolía deliciosa. El resto ya ni fú ni fá, y sin embargo ha sido para mí uno de los libros de Clarke más queridos. La releí hace poco y descubrí que ni tan sublime la primera parte ni tan flojo el resto. Pienso que es una novela que en distintas etapas de tu vida se percibe de distinta manera. Bueno, como casi todas las buenas novelas. En cualquier caso, muy grande, con todas sus pegas.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Alberto. Coincido casi al 100% con todo lo que has expresado. No sabes como lamento haber tardo tanto en leerla.

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