“La epopeya de los amantes” de Miguel Santander


Para epopeya la que he tenido que pasar yo para leer este libro. Obtuve mi ejemplar electrónica de la propia universidad politécnica de Cataluña. Como suelo hacer con mis adquisiciones electrónicas, lo pasé a mi ereader, comprobé que el fichero se abría correctamente (empezaba con un índice que hojee por encima).  Luego lo copie en disco duro externo y luego … me olvidé.

Cuando finalmente me puse a leerlo habían pasado años. Me encontré con que la portada y el índice se leían estupendamente, pero, ¡Oh maleficio cruel!, el libro parecía estar constituido únicamente del índice. Los apartados del índice estaban colocados en las páginas a las que apuntaban. Pasar una página del índice implicaba pasar veinte o treinta páginas del libro y cuando finalmente llegué al final de él, me encontraba con el final del libro.

Consulté la copia del disco duro externo y pasaba lo mismo. Tuve que aceptar el hecho de que mi copia de la historia de Miguel Santander era defectuosa. ¡Estas cosas no pasaban con las ediciones en papel! Supongo que podría quejarme a la UPC, pero no sabía a quien dirigir mis airados emails. Además, como ya dije, habían pasado años y tenía el palpito de que ya había terminado cualquier posible periodo de garantía.

Pasados los sudores fríos, las maldiciones y los puñetazos sobre la mesa y sobre mi muslo, que hay que ver lo que duelen, pasados, quizá varios días, tuve la brillante idea de utilizar el Calibre y convertir mi epub en un rtf, que es un formato menos moderno, pero que me gusta mas, por lo poco que ocupa y lo compatible que es con casi todo. ¡Bingo! En el fichero resultante si que se encontraba la historia que pretendía leer.

Alivio e inquietud. Al final, todo había acabado bien, pero había menoscabado mi fe en el formato electrónico. Soy un gran fan de él, si todo lo que he leído en formato electrónico lo tuviera en papel, para dejar espacio a los libros, ya habría tenido que salir de mi casa, en la que por cierto, las torres de libros amenazan con derrumbarse sobre mi cabeza y derrumbar el suelo sobre la de mi vecino de abajo, que es una loca airada que me cae bastante mal. El formato electrónico, sin embargo, te deja sujeto a estás malas pasadas. ¿Quién sabe en que estado se encuentran todas las novelas que duermen el sueño de los justos en mi reader, esperando la pulsación que las convoque? ¿Cuántos de los ejemplares que creo poseer serán en realidad otro puñado de ceros y unos enloquecidos? ¿A quién reclamar si la situación se repite?

Supongo que, en realidad, la situación es idéntica a aquella en la que se ve cualquiera que compre por correo, salvo que con un ejemplar físico es más fácil percatarte de su mal estado, aunque no te lo leas hasta años después. Y no es un pensamiento que me tranquilice mucho. Me acuerdo perfectamente de “Los ordenadores no discuten” de Gordon Dickson y no quiero acabar en el corredor de la muerte.

Después de esta ingrata experiencia, me encontraba terriblemente mal dispuesto hacia el libro y era difícil que me impresionase. No está mal, empieza con una supuesta leyenda sumeria, narrada de modo muy convincente, de la cual acabaremos conociendo el origen con detalle, según avanza la lectura. Dar muchos detalles es estropearla, sólo comentaré que el protagonista y narrador es Nikola Tesla y que es una historia de viajes en el tiempo. Está bastante bien, el modo en que Miguel Santander logra encajar su ficción sobre los hechos reales de la vida de Tesla es brillante y hace un uso muy ingenioso de las convenciones de las narraciones sobre viajes en el tiempo. Nada muy novedoso, pero bien realizado.

Por poner pegas, o quizás por el resquemor que me han dejado mis problemas, diría que encontré la historia algo falta de vidilla. La he disfrutado del modo en que dice el tópico que se admiran los mecanismos de relojerías. La exactitud y la precisión con la que encajan las piezas del mecanismo, produce un cierto deleite estético, pero no una conexión emocional. Miguel Santander no ha logrado provocarme empatía por las tribulaciones de su ficticio Tesla, ni conseguir que estas me emocionen ni me perturben, al menos, no tanto como lo ha hecho conseguir leerlas,

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