“La isla de Bowen” de César Mallorquí


Esta va a ser un reseña acomplejada y no precisamente porque hayan pasado seis años desde que se publicó este libro y me decida a leerlo ahora.

“La isla de Bowen” partía con todos los puntos para gustarme mucho. Estoy completamente sintonizado en la frecuencia de la novela. Eché mis dientes literarios leyendo novelas de aventuras de viajes, fundamentalmente de Julio Verne. Tengo por aquellas obras un cariño inconmensurable y “La isla de Bowen” no deja de ser un descomunal homenaje a ese género, en general y a Julio Verne en particular. Además, su autor es muy popular dentro del mundillo de los aficionados a lo fantástico. Soy lector asiduo de su sitio web, “La fraternidad de Babel” y aunque no siempre comparto sus opiniones, siempre las encuentro interesantes y admiro el talante dialogador que muestra con los que le comentan. En mi librería habitual “Estudio en escarlata”, le conocen y dicen que es muy majo. También es admirado por gente a cuyo trabajo tengo un inmenso respeto, como Rodolfo Martínez y creo que precisamente éste dedicó algunos parabienes a “La isla de Bowen”, cosa normal, porque todas las críticas que he leído fueron muy elogiosas.

En estas circunstancias, es casi con vergüenza que confieso que “La isla de Bowen” no me ha gustado lo más mínimo.

No sé si será porque se trata de una novela juvenil y yo ya estoy muy mayor, pero he sido incapaz de entrar en su juego y es algo que no me ha ocurrido con otras novelas juveniles, o incluso infantiles. En vez de homenajear las viejas novelas de aventuras, César Mallorquí ha abrazado sus códigos con tal fidelidad, que incluso ha mimetizado sus defectos, extirpando de su novela la menor traza de originalidad.

Para mí, lo peor son los personajes. Si fueran un decorado, diría que son “de cartón piedra”. Estoy habituado a leer novelas en las que los autores se centran en la acción y se despreocupan de sus personajes, pero no recuerdo cuando fue la última ocasión en que me creí menos al elenco de una obra. Todos me resultan impostados, diseñados específicamente para caerme bien o resultar entrañables. En mi caso ocurrió lo contrario, me parecen tópicos, parodias de personajes igual de tópicos, pero más carismáticos y sus diálogos me resultan antinaturales y falsos.

El caso es particularmente grave, porque son cosas en las que estoy acostumbrado a hacer la vista gorda, pero que en “La isla de Bowen” me atormentan, al no ofrecerme su lectura nada que lo compense.

El protagonista principal, el profesor Zarco, parece una imitación del profesor Challenger. No es un juicio personal, un personaje secundario lo reconoce casi al comienzo de la novela, aunque se apresure a comunicarnos que, a pesar de su mal genio “tiene un corazón de oro”.

Suspiro.

Menos mal que me lo avisan, de no ser así no habría podido seguir leyendo sus aventuras y la sorpresa me habría provocado un ataque al corazón cuando por fin se comporta noblemente.

Bien, al profesor Challenger, digo a Zarco, le piden ayuda la mujer y la hija de otro explorado, un colega/rival, que ha desaparecido mientras investigaba las reliquias encontradas en la tumba del santo que da nombre a la isla de la novela. Recluta como fotógrafo personal a un triste muchacho acomplejado por sus recuerdos de la primera guerra mundial y emprende una búsqueda que habrá de llevarles al Ártico, perseguidos por un millonario muy interesado en el metal del que se componen las reliquias.

Haré un inciso para comentar que, si un héroe ha de medirse por la talla de sus enemigos Zarco no es que sea Superman, es que no le llega a la suela de los zapatos a Superlópez. Si los protagonistas ya resultan poco carismáticos, el villano es pura abstracción platónica, una mera convención, necesaria para el desarrollo de la historia.

Tras doscientas páginas de rutinaria intriga, empieza un viaje igualmente rutinario, tan carente de interés como de sorpresas, que termina en una aventura con toques de ciencia ficción.

Lo diré por tercera vez: la novela me ha resultado rutinaria. Recuerdo que cuando empezó el juego del gato y el ratón con el malvado millonario, suspiré (he suspirado mucho mientra leía esta novela) y pensé que para que se molestaban. Llegaría un momento en que mediante una estratagema astuta, los buenos parecerían haberle dado esquinazo durante casi la mitad de la novela, pero luego, justo antes del final, serían aprisionados por él, que les habría encontrado, por supuesto, por culpa de una traición. ¿Imaginan lo que ocurrió? ¡Spoiler!

Resumiendo diré, que no he encontrado nada destacable en esta lectura. El estilo es muy sencillo, no sé si es porque está pensada para una obra juvenil o es una opción estilística. Despojar la escritura de todo artificio literario, reduciéndola a lo esencial, es algo en realidad muy difícil, que cuando se hace bien da un resultado espectacular. En mi opinión, no es el caso de “La isla de Bowen”, que estilísticamente me ha resultado carente de interés. Como los personajes y como la historia. Estoy seguro de haber disfrutado de libros mucho peores, pero eran divertidos, emocionantes, o sorprendentes, o sus giros inesperados me tenían en vilo, o sus descripciones me maravillaban o tenían alguna característica que me hiciera perdonar sus defectos. “La isla de Bowen” no tiene ningún defecto gordo, pero tampoco ninguna virtud. Su lectura me ha resultado insulsa, indiferente.

Lo mejor que puedo decir de esta anodina novela, es que es más breve de lo que parece, así que no se hace larga. Su lectura me llevó poco más de una semana y no aburre, porque, aunque ninguna de ellas sea memorable, no dejan de pasar cosas y va de menos a más: las cosas que pasan son cada vez más graves y todo suma, en un continuo crescendo que hace que la historia esté a punto de interesarme en su tramo final.

En fin, no se si me habré expresado de un modo demasiado visceral, espero no haber ofendido a nadie, pero esta es mi opinión personal.












PD: Un defecto menor, en el fondo irrelevante, que no soy capaz de pasar por alto, es el asunto del Capitán Nemo. Hay varias referencias al Capitán Nemo a lo largo de la novela. Se habla un poco de él y se encuentran sus rastros. ¿Por qué lo considero un defecto? ¡Porque no pinta nada en toda la novela! Es absolutamente irrelevante. Lo mismo podrían haberse eliminado esas páginas sin que afectaran a la trama en lo más mínimo. No es enervante, no es un número de páginas alto, pero ¿A santo de que viene esto? Supongo que César Mallorquí debe ser un gran fan de “20.000 leguas de viaje submarino”, pero si lo que quería era hacerle un homenaje, haberlo metido en la trama y si no encajaba, por ejemplo porque debería estar muerto en las fechas en las que transcurre, con cualquier guiño habría bastado, sin necesidad de escribir tanto en vano.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El fin de la muerte” de Cixin Liu

"Mark" de Robin Wood y Ricardo Villagrán

“La era del diamante: manual ilustrado para jovencitas” de Neal Stephenson