“Leviathan” de Scott Westerfeld

 




Scott Westerfeld se dio a conocer, en España, con la bilogía "Sucesión", formada por las novelas “El imperio elevado” y “El asesinato de los mundos”. Fueron muy bien recibidas, o, al menos, todos los comentarios que he leído fueron muy positivos. Creo que alguien llegó a llamarla “la primera gran space ópera del siglo XX”. Por desgracia para los entusiastas, “Los juegos del hambre” y “Crepúsculo” se cruzaron en su camino y, desde entonces, Scott Westerfeld ha orientado su carrera hacia un público juvenil, abandonando por completo dicha saga.

(Personalmente yo la encontré entretenida, con algunas ideas imaginativas, pero las escenas de acción se me hicieron algo farragosas y tampoco es que fuera demasiado adulta)

La saga “Leviathan” está incluida dentro de la vertiente “young adult” que caracteriza la obra de Westerfeld, pero en ella el autor vuelve a tejer un universo interesante. La novela transcurre en las postrimerías del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en una línea temporal que se diferencia de la nuestra en dos cosas. Por una parte el imperio austro-húngaro dispone de todo tipo de maquinaría a vapor, sobre todo vehículos de combate con patas articuladas y por otro lado Charles Darwin descubrió el ADN e inventó la ingeniería genética, así que Gran Bretaña utiliza todo tipo de animales modificados para los fines más variados.

El “Leviathan” del título es una nave aérea, descrita a menudo como un “ecosistema” una ballena modificada de la que cuelga una barquilla, que consume la miel producida por las abejas que construyen sus colmenas en sus tubos gástricos para generar hidrógeno (del modo más desagradable posible) que hincha las vejigas que la mantienen en el aire, cubierta de medusas aéreas, halcones y murciélagos de combate, gusanos fosforescentes y criaturas que detectan escapas de hidrógeno.

¿Fascinante, no? Quizá.

Hay dos maneras de reseñar esta novela.

Por un lado, puedo hacerlo como hago habitualmente, como casi cincuentón amante de la ciencia ficción hasta niveles ridículos. Entonces me quejaría de algunos de sus postulados. La revolución “genética” que sustituyó a la revolución industrial en Gran Bretaña parece haber dejado los cielos de Londres limpios. Eso me parece un poco fantasmada, como si todas las funciones que hacen las máquinas pudieran ser realizadas por animales modificados y además de un modo rentable; como si la presencia animal no contaminara (hay relatos de la época victoriana que describen la capa de mierda de caballo que cubría las calles de Londres y los esfuerzos que hacían las damas para preservar el dobladillo de sus vestidos y no estamos hablando de una presencia animal tan asfixiante como la que se describe en la novela), y sobre todo, como si esa revolución “genética” hubiera podido realizarse sin el apoyo de una industria poderosa y ese es el punto más flojo de la novela, que jamás se explica de que medios se sirven para modificar las cadenas de adn ( a las que se refieren como cadenas de vida)

Y, aunque no me opongo, pues comprendo sus beneficios, la idea de modificar seres vivos para que realicen tareas útiles me da un poco de repelús, trata a los animales como cosas de las que servirnos, en vez de como seres vivos independientes. Alguien dirá que es lo que hace el ser humano desde que la primera bestia de tiro se unció a un carro, pero no me parece lo mismo.

Consideraciones éticas o seudocientíficas aparte, también hay que señalar que los personajes son poco originales y bastante esquemáticos y que el estilo es correcto, pero absolutamente funcional.

Ese sería el modo incorrecto de enfocar esta reseña. El modo correcto es tener en cuenta a que público está dirigida la novela y con que objetivo.

En ese caso diría que la novela tiene dos protagonistas, Alek y Deryn. Alek es el único hijo del archiduque Francisco en esta línea temporal. Tras la muerte de sus padres, un grupo de sus más leales amigos y sirvientes le ayudan a huir de su más que probable asesinato, por parte del ejército astro-húngaro, decidido a no tenerle como aspirante al trono. A pesar de su juventud, Alek es un gran piloto de los artefactos “Crankers” y es tan valiente como ingenuo.

Deryn es una adolescente a la que su fallecido padre inculcó el amor por los cielos y el vuelo, que se hace pasar por hombre para enrolarse en el ejército y acaba de cadete en el Leviathan. Deryn también es muy valiente y demuestra en todo momento estar por encima de sus compañeros masculinos de la misma edad.

Ambos personajes son agradables. El libro se estructura en bloques de dos capítulos dedicados a cada uno de los personajes. No hay un bloque en el que no haya una escena de acción o un momento de peligro. Las escenas de acción son fluidas y emocionantes. El libro se lee muy bien y tiene muchas ilustraciones, bastante chulas. De su lectura se puede aprender un poquito sobre la primera guerra mundial y un poquito de biología. Los animales modificados son alucinantes.

Pero no carece de defectos. Alek es demasiado bueno e impulsivo. Hay una acción suya en concreto que es absolutamente impensable, si lo piensas bien, es ridícula, a nadie le cabría en la cabeza, ni siquiera a alguien tan inocentón e impulsivo como él. Se justifica sólo porque es imprescindible para el avance de la historia.

La traducción no es muy acertada. Se nota que se han hecho un lío con los pronombres y los sustantivos que en ingles carecen de género, pero no en español. Eso hace que en capítulos que transcurren desde el punto de vista de Alek, se refieran a Deryn como “la muchacha” o digan que está “contenta” o incluyo ella se refiera a sí misma con un adjetivo femenino, cuando se supone que intenta mantener oculto su género.

El inevitable interés amoroso, que vaticino que acabará frustrado al final de la trilogía, sólo se empieza a insinuar cuando el libro ya está acabando y es un poco flojo, la verdad, creo que Westerfeld fuerza demasiado las cosas, haciendo que la escena en que Alek expone sus vulnerabilidades ante una encandilada Deryn quede teatral.

Eso no quita que sea una lectura muy agradable, un delirio de escapismo y acción en una época en la que más parezco necesitarlo.

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