“Miscelánea” de Robert E. Howard.



En el 2013 y el 2014, la biblioteca del laberinto publicó dos tomos de miscelánea de Robert E. Howard: “La isla de los eones” y “La tumba del dragón”. Poéticos títulos. Por cierto que el primero de ellos coincide con el de otra antología del mismo autor, publicada por “Los libros de barsoon”. En mi reseña de esta última, dije era un libro que predicaba solo para conversos, unicamente recomendable para los asiduos del autor texano. Pues bien, esta doble antología es la plasmación por antonomasia de esas palabras. Se trata de una recopilación de textos que no tienen nada en común … salvo haber salido de la pluma de Robert Edwin Howard.



El primero es el más peculiar de ellos. Comienza con la misma historia que ya incluyó la edición de los “Libros de barsoon”. No sé si es de agradecer que sólo incluya una de las versiones, en esta ocasión no hay ni versión alternativa, ni las notas sobre el desarrollo de la historia, ni un posible final. Ello hace que su lectura sea menos agotadora, pero también que sepa a poco. Curiosamente, el libro termina con “El jinete trueno”, que también fue incluido por Barsoon. Ya expresé allí la opinión que me mereció:

“… uno de sus relatos de memoria racial. En este caso, el protagonista es un nativo americano, que narra una experiencia vivida por uno de sus antepasados. Todo lo relativo al descubrimiento de las memorias de sus vidas pasadas es magnífico y la historia principal empieza muy bien, pero un final apresurado la echa bastante a perder.

Me pregunto si su publicación de este volumen fue el final del buen rollo entre las dos editoriales, que previamente hablaban de ser “colecciones hermanas” y ahora parecen ignorarse. Probablemente no. Honestamente, en este tema no sé de lo que hablo.

Otros relatos, excelentes, muy conocidos y reproducidos en múltiples antologías son “Las lanzas de Clontarf” y “Dioses del norte”. Del primero he leído dos versiones y una adaptación al cómic. Del segundo, dos adaptaciones al cómic, como mínimo y, al parecer esta es la segunda versión literaria. Es uno de los cuentos más conocidos de Conan, aunque en esta versión el protagonista se llame Amra. No sé en que otra cosa se diferencia de la que ya he leído … probablemente varias veces.

El resto del volumen es mucho más peculiar. Un par de historias sobre pegar en el culo a las jovencitas, un par de relatos cómicos del oeste, varios relatos ultra cortos, que parecen conversaciones de bar, algunos que parecen casi estampas costumbristas y que contienen reflexiones sobre la vida cotidiana nada despreciables

“El resto del tiempo, trabajaba sin descanso, como impulsado por el miedo que por lo común aguijonea a los hombres de su talla… el miedo a ser arrancados de la rutina donde han caído y ser arrojados al océano de la vida sin una tabla de salvación.”

“Los detalles eran sencillamente una rutina que había durado veinte años y que continuaría así hasta su muerte: una sucesión sin fin de gestos de monotonía desesperante, sumando, comiendo él solo, las salidas al cine, acostarse y levantarse.”



Me siento aludido. Ahí me clavó el señor Howard.

Y la parte más extraña los relatos de confesiones, del tipo “Yo fui contrabandista de licor”, “Yo fui esclava sexual en México” … Comprendo y comparto las dudas de Francisco Arellano sobre su autoría. Estos relatos resultan demasiado admonitorios, demasiado ejemplarizantes. A la vez que destilan una poco escondida fascinación por lo pecaminoso, exhiben una moralina nada habitual en nuestro autor y precisamente por eso pueden resultar cargantes.

De modo que, salvo los relatos famosos, resulta un libro curioso, pero no particularmente atractivo, conversos aparte.








Si “La isla de los eones” se solapaba con la antología del mismo nombre de “Los libros de barsoon”, “La tumba del dragón”, por su parte, se solapa con “Luna de Zambebwei” con la que comparte los relatos “Bajo el baobab”, “La cabaña encantada” y “El señor del miedo”. “La cabaña del miedo” es un cuento de terror tan sencillo como modélico. Los otros dos, en particular “El señor del miedo” son bastante olvidables.

En esta segunda parte de la miscelánea, abundan las curiosidades: cartas, poemas ¡qué difícil debe ser traducir la poesía de este hombre!, “El demonio leñador” un relato finalizado por otro autor, que pierde enteros en cuanto éste interviene, una especie de poema en prosa: “Imágenes en el fuego”, un round-robin: “El desafío del más allá”, es decir, un relato escrito por varios autores en el que cada uno escribe un poquito y se lo pasa al siguiente para que lo continúe. La lista de autores es impresionante: Catherine L. Moore, Abraham Merrit, H.P. Lovecraft … El resultado, como suele pasar en estos experimentos, no tanto. Es remarcable el giro de timón que da Robert E. Howard, cuando todo apuntaba que íbamos a asistir o a un heroico sacrificio o al comienzo de la destrucción de nuestro mundo, Howard tira por una tercera vía, completamente inesperada.

“Un pacífico ermitaño” es otro ejemplo de western cómico de Howard. Es llamativo como un sus westerns satíricos Howard parodiaba a sus propios personajes típicos, convirtiendo a los protagonistas en auténticos patanes descerebrados que sólo triunfan por unas capacidades psíquicas sobrehumanas.

Hay dos historias de apariciones sobrenaturales en medio de combates de boxeo, lo suficientemente breves para no hacerse cansinas, aunque Howard consigue sacara adelante, una y otra vez, argumentos aparentemente repetitivos.

“La tumba del dragón” y “Con las manos atadas” son dos de los típicos relatos del autor, de aventuras de marineros borrachines, aficionados al boxeo y no muy espabilados. “con las manos atadas” parece un fragmento. “La tumba del dragón” es muy entretenido y divertido. Howard brilla en sus especialidades, la creación de una atmósfera misteriosa … y las escenas en las que los protagonistas deambulan por pasadizos secretos a oscuras. El lector bien entrenado en suspender su incredulidad pasará un buen rato con “La tumba del dragón”.

“El fantasma del sombrero de seda” es algo que yo nunca habría esperado leer de su autor: un relato de niños detectives, que me ha hecho recordar mi infancia con nostalgia. ¡Como disfrutaba durante mi niñez de los libros de “Los tres investigadores”! Bueno, es entretenido.

Y llegamos a lo que para mi es el plato fuerte. “Por el amor de Barbara Allen” es una sencilla historia de amor sobrenatural en el que un fantasma posee a su sobrino-nieto, o tal vez este sea su reencarnación, para despedir a su amada en el lecho de muerte. Un tanto arcaico, quizá pero no carece de una belleza sencilla y delicada y “Amor sin fin”, sólo un fragmento, que me embarriza por completo en el fango de la subjetividad. Se intuye por completo por donde van los tiros y las notas de Howard que se incluyen al final lo confirman. No es una historia muy original, ni los personajes son muy profundos, pero mi inmersión en ella fue total. Quizá sea la maestría de Howard para recrear atmósferas tan misteriosas como melancólicas, rodeadas en esta ocasión por halo de decadencia y fatalidad, el modo tan cuidados en el que hace avanzar la narración, de modo que cada mirada y cada frase murmurada están repletas de significado…

En fin, es totalmente subjetivo. Estoy seguro de que mucha gente no verá en este fragmento de historia lo mismo que yo, que les parecerá tópica y que termina antes de de que la historia haya empezado de verdad, pero en mi caso fueron estas páginas inconclusas las que cambiaron mi opinión del libro, de una mera curiosidad a un volumen atesorable.

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