"El ojo de Átropos" de Víctor Conde


 
Seguir el ritmo de publicación de Víctor Conde es difícil, pero hasta limitándose a sus aportaciones a la ciencia ficción empieza a ser imposible.

“El ojo de Átropos” tiene un comienzo impactante. Por arte de magia, Mercurio desaparece de su órbita para aparecer en las cercanías de Venus. Por supuesto, se envía una expedición a investigar tan estrafalario hecho. Inicialmente parece que nos encontramos con otro intento de escribir hard del rey patrio de la ciencia ficción metafísica, como “6 AM en la marisma al borde del universo”. La situación no parece nada creíble, pero el modo en el que los protagonistas se enfrentan a ella, si. Frente a la verosimilitud de las descripciones del viaje espacial y la tecnología implicada, entre los elegidos para examinar el extraño suceso figura una informática.

BIEN

Si, pero su función consiste en proporcionarle los datos que recopilan los demás expedicionarios a un superordenador creado por ella misma, residente en la Tierra, con el consecuente retraso de comunicaciones. Es decir, es una tarea que podría realizar teletrabajando en su casa, con los pies encima de la mesa.

(No tan bien)

Para mí, la primera mitad de la novela tiene un cierto aroma a la ciencia ficción más clásica, que encuentro encantador, incluyendo sus defectos, como son personajes bastante esquemáticos y hasta prescindibles (terminada la lectura no acabo de comprender la necesidad de los capítulos de Stefan Errieri), que se explican unos a otros cosas que la mayoría de ellos ya debe ser. Para mí, esta mitad de la novela es la mejor. Las especulaciones de los personajes son interesantes y ponen sobre la mesa un tema tabú para la mayoría de los escritores de ciencia ficción: la inevitabilidad de la extinción de las especies inteligentes, por causas naturales. Incluso las deducciones del ordenador, SIFR, aunque expresadas de un modo un tanto rimbombante, tienen su interés.

Pero las cosas se complican según la novela avanza. Primero, porque tuerce por un camino para mi gusto demasiado tópico: el tripulante, forzosamente abandonado por la expedición, que se da de bruces con las inteligencias que se esconden en la tramoya del portento cósmico. Luego, porque esa misma peripecia rutinaria se vuelve irrelevante, sustituida por una sucesión de revelaciones, a cada cual más impactante y sobrecogedora, de esas por las que me acabo de referir a Víctor Conde como “el rey patrio de la ciencia ficción metafísica”, si es que dicho trono y dicho subgénero existieran. Diríase que para el autor no es posible escribir una novela de ciencia ficción que no formule una nueva teoría cosmológica que reconfigure la naturaleza de la realidad y reconstruya el universo, o universos desde la mísmisa composición de sus ladrillos cuánticos. Si no la mitad, quizá el último tercio del libro no son más que revelaciones y revelaciones, unas sobre otras, cada una más increíble que la anterior.

El estilo, entre lírico y coloquial de Víctor Conde no ayuda a comprenderlas mejor, en el último capítulo incluso dice algo así como que sus verdades sólo pueden expresarse por el arte y no la ciencia. Decidir sobre el interés o la verosimilitud de tales manifiestos está más allá de mis capacidades. Leyendo con cuidado era capaz de seguir el hilo, frase a frase, pero al cabo de una páginas ya no sabía de que estaba hablando al principio. Se mencionan muchos conceptos científicos de los que he oído hablar alguna vez, aunque no puedo decir que los comprenda, así que no diré que sean un conjunto de chaladuras sin sentido, aunque tampoco lo descarto. He entendido algo, pero no lo suficiente para decidirme

Sin embargo, si que opino que ese ensayo sobre el origen del universo, su destino y lo que hay más allá de él, acaba por eliminar toda emoción de la historia y la preocupación del lector por su desenlace o sus personajes y eso si que me parece un error. A fin de cuentas, al leer una novela, lo que queremos es que nos cuenten una historia.

Siempre me he reído de la moda del thriller esotérico que empezó Dan Brown. No tengo nada contra las historias de aventuras o suspense, pero me parecía que los aficionados a esas novelas adoptaban una actitud falsamente espiritual, como si buscaran una revelación y no un buen rato: “Yo no leo este libro porque sea entretenido ¡Dios me libre! lo leo por sus profundas revelaciones sobre la fe y el origen de la religión. Cualquier cosa por debajo de eso sería rebajarme”.

Nunca me lo había planteado, pero quizá los lectores de ciencia ficción seamos de los que vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

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