"Starbound" de Joe Haldeman


 
Al final de “Rumbo a Marte” (MarsBOund) Carmen Dula decía que iba a tener gemelos y que al niño decidió llamarlo “Rojo” en honor al marciano que se sacrificó para salvar la Tierra.

Bien, en StarBound, Joe Haldeman decide enviar a Carmen en un largo viaje espacial a velocidades relativistas de un mínimo de 12 años subjetivos. Como no parece un buen entorno para criar a una pareja de niños, en las primeras páginas descubrimos que los niños se gestaron ex – útero, y que ella y Paul sólo aportaron el material genético porque les tocó en un sorteo y que los niños ya desde el comienzo iban a ser criados de un modo grupal, por toda la comunidad marciana.

Lo que nos da una idea del grado de planificación de esta saga.

Pues sí, después de que unos alienígenas intentaran acabar con toda la vida en la Tierra, a las autoridades no se les ocurre nada mejor que mandar una nave a su sistema natal a molestarlos. No hay ninguna estrategia bien planificada. No se trata de un intento de revancha, la nave no va armada y no se espera que la tecnología terrestre pueda plantar cara a sus adversarios. Tampoco hay motivos para pensar que esos dioses estelares vayan a hacer caso a los embajadores, lo más probable es que los borren de la existencia de un manotazo. Eso no es obstáculo para gastar una fortuna colosal cuyo único objetivo parece ser ofrecer en el altar del sacrificio a 7 seres humanos y dos marcianos, que aceptan este aciago destino con resignación y sin el menor vestigio de ira o rebeldía.

De modo que Joe Haldeman nos narra el día a día de un largo viaje espacial. Que novedad. Debe ser un tema que le apasiona. “Mundos aparte” consistía fundamentalmente en la preparación de un viaje similar. “Mundos en expansión” consistía en dicho viaje, como también lo hacía el 60% o más de “Viejo siglo XX” y partes significativas de “Libertad interminable” o la propia “Rumbo a Marte”, si bien, en este último caso, se trataba de un viaje más breve.

Inicialmente, la novela alterna los puntos de vista de Carmen y de otro de los tripulantes, Namir, un antiguo oficial de inteligencia israelí. Namir es el típico personaje de Haldeman, amigable, culto y sofisticado (es un gran chef, lee a Shakespeare, admira la pintura de Vermeer , toca, al parecer espantosamente mal, la balalaika) y tiene un pasado atormentado por sus experiencias durante la masacre de la Gehena. Esta alternancia de puntos de vista ya es algo que Haldeman practicó en otras ocasiones (“Compradores de tiempo” por ejemplo) aunque, con la excusa de que todos los tripulantes están obligados a mantener un diario para la prosperidad, pronto se añaden capítulos de uno de los marcianos, Mosca en Ámbar, lo que es un alivio, porque los capítulos de Carmen y Namir parecen escritos por la misma persona, una persona que se expresa de un modo irónico y divertido, pero básicamente, siempre igual. A menudo, al empezar un capítulo, no sabía en cual de los dos personajes estaba centrado el punto de vista, a menos que Namir empezara a pensar en platos de comida o en asesinatos. Incluso llegué a pensar que, merced a una confluencia inter-dimensional, Marianne O'Hara se hubiera materializado en la nave y pasado a formar parte de la tripulación. Personalmente, me gusta el estilo de Haldeman, pero, si se empeña en utilizar la primera persona, creo que debería esforzarse más en diferenciar a sus narradores. Por cierto, que este es un problema que comparte con Robert A. Henlein.

Exsoldado o xenologa, da lo mismo. Ninguno de los tripulantes toma nunca una decisión o realiza un acto que sea importante para la trama. De hecho, no lo hace ninguno de los personajes. Humanos o marcianos por igual, todos son títeres en manos de los Otros, sus gobiernos, o su propia apatía, porque, aunque las posibilidades de que pudieran conseguir algo rebelándose contra sus múltiples amos sean nulas, tampoco es que lo intenten, o se lo planteen siquiera. O que les escueza como los tratan.

Sinceramente, creo que “Starbound” es un libro malo y que los lectores españoles no nos perdimos nada con que se diera carpetazo a la publicación de esta serie. Pienso eso, porque nada de lo que ocurre tiene mucho sentido. La misión ya de por sí es un poco absurda, como también es absurdo encerrar en una nave espacial 6 personas con un perturbado mental que padece de claustrofobia, selección de personal brillante donde las haya. Igual de absurdo que resultan lo arbitrario de las acciones de los Otros y lo imprudente de las humanas. Se tratan muchos temas interesantes, pero ninguno en profundidad y todos han sido tratados con anterioridad, en obras del mismo u otros autores. Hay mejores novelas que tratan el aislamiento y la crispación que quizá lleguen a causar los viajes interestelares. Infiernos, hay capítulos de “Star Trek” en los que se narra mejor como los protagonistas tienen que hacer de embajadores de la humanidad ante extraterrestres similares a dioses. Ni siquiera las historias personales de los personajes tienen mucha importancia. Aunque los narradores digan que sí, la progresiva pérdida de un miembro de la tripulación no parece afectarles demasiado y hay cosas que parecen quedar cojas

Me refiero a que, desde el primer momento en que se conocen, Carmen y Namir experimentan una profunda atracción mutua, pero esa atracción no llega a tener consecuencias, fuera de lo mucho que admiren sus traseros cuando pasan por la piscina. Cierto que, dado lo civilizados que son todos los personajes y que ambos mantengan relaciones estables pero abiertas, si dicha atracción hubiera culminado en un encuentro sexual, las consecuencias, en cuanto a tensión emocional, hubieran sido nimias, así que no pasa nada porque Haldeman se olvidara de esa subtrama sentimental, pero el caso es que la había plantado, creando unas expectativas que luego defrauda. Quizá sea un prurito de realismo, a fin de cuentas, por lo que a mi experiencia personal se refiere, uno JAMAS mantiene relaciones sexuales con las mujeres por las que se siente atraído en el mismo instante de conocerlas, pero una de las múltiples cosas en las que la ficción supera a la realidad es que todo suele ocurrir por un motivo, no hay comentarios irrelevantes. O así pienso que debería ser.

Es un libro malo, como decía, pero es un libro malo ameno y entretenido. A Joe Haldeman se le entiende sorprendentemente bien en inglés y el modo en el que se expresan sus narradores es divertido y fluido. Los diálogos son chispeantes. Por ejemplo, son tronchantes los comentarios de los marcianos sobre la superioridad del “diseño inteligente” con el que fueron concebidos por los Otros, frente a la chapuza de la especie humana, evidentemente fruto del azar de la evolución. Se tratan temas muy interesantes; a los ya mencionados, el aislamiento, la comunicación entre especies, la evolución, se añade al final y como quien no quiere la cosa, el transhumanismo. Por desgracia, aunque se hacen observaciones interesantes, no se profundiza en ninguno de ellos, ni se argumenta una tesis, quedando todo en un nivel, más que de conferenciante experto, de charla de bar.

Y la novela tiene ritmo. Ciertamente pausado, sobre todo al comienzo, pero a los protagonistas nunca dejan de sucederles cosas (les suceden, ellos no hacen nada), de modo que, después de cada rato de lectura arrancado al sueño, uno se siente satisfecho, porque la historia ha avanzado y cada vez parece más interesante. Así que me ratifico, aunque el libro es más bien malillo, ha sido una lectura muy agradable. Hasta su drástico final.

La trilogía sigue el camino marcado para las trilogías modernas, una primera parte más o menos auto-conclusiva, una segunda parte que lo deja todo en el aire y un tercer volumen en el que las cosas es de suponer que llegarán a su decepcionante final. En esta ocasión, todo apunta a que lo harán con un tipo de historia que obviará lo ocurrido hasta ahora para centrarse en un relato de supervivencia pos-apocalíptica que no tendrá nada que ver con las dos primeras entregas. Lo triste es que no espero tardar mucho en ponerme a leerlo.

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