"Misterio del cuarto amarillo" Gaston Leroux




Gaston Leroux fue un escritor y periodista francés de principios del siglo XX. Mis limitados conocimientos le hacen famoso, principalmente, por su novela “El fantasma de la ópera”. Sin embargo, es un escritor de culto dentro del mundillo de los devotos de la novela policiaca, debido, precisamente, a esta novela, que está considerada la máxima expresión del problema del “cuarto cerrado”. La premisa del mismo suele ser un cadáver asesinado que aparece en una habitación completamente cerrada … por dentro. En este caso no se trata de un cadáver, si no una víctima de agresión. La novela es la carta de presentación del personaje de Joseph Rouletabille, un joven periodista, detective aficionado, con el que probablemente el autor quería crear una especie de trasunto francés de Sherlock Holmes.

Me van a permitir que me explaye sobre cosas personales. Esta novela fue una de las primeras que leí en mi vida, debido en parte a que en clase de mi hermana habían realizado una lectura del primer capítulo y ella decía que daba mucho miedo. Fue el primer libro que tomé en préstamo en una biblioteca. Como consecuencia, me lo leí con muchas prisas, agobiado por devolverlo a tiempo y si me enteré de algo, no lo recuerdo, aparte de que mi hermano mayor también lo leyó e identificó con facilidad al culpable. Volver a leerlo era una cita pendiente que tenía desde hace mucho tiempo. Finalmente lo hice.

Bien, han pasado muchos años desde que se escribió y en ese tiempo la literatura ha evolucionado mucho, incluso la que llamamos “literatura popular”. Incluso así, no se puede negar que “El misterio del cuarto amarillo” mantiene su capacidad para intrigar y sorprender al lector, aunque los personajes muestren unos convencionalismos y maneras ya caducos. Hay cierto amaneramiento en los diálogos y un detallismo excesivo en las descripciones, necesario para proporcionar al lector toda la información necesaria para comprender la investigación, pero que otros autores resuelven sin resultar pesados. Leroux llega a incluir planos y esquemas para asegurarse de poner todas las cartas sobre la mesa y aún así, no puede evitar alguna pequeña trampa, típica de las novelas policiacas, ocultando algún detalle que luego resultará importante, aunque hay que reconocer que no lo hace en los aspectos más fundamentales. (Estoy pensando en las vueltas que le dan a que el agresor dejara huellas al abandonar el castillo, pero no al entrar. ¿Cómo fue posible? Porque el criminal entró por el sendero de grava. ¿Qué sendero de grava?. El que el narrador no te había mencionado hasta este mismo instante)

Subterfugios que no me molestarían demasiado, si no consistieran en la pura razón de ser de la novela. Por lo demás, Leroux se confesaba un admirador de Conan Doyle, pero le lanza unos pullazos bastante absurdos. Rouletabille llega a burlarse de la obsesión de examinar las huellas y la recolección de pistas, que pueden llevarnos a equivocaciones, porque, al parecer, como parte de su modus operandi, todos los criminales se dedican a dejar pistas falsas para la policía. El método de Rouletabille consiste en algo así como elegir la hipótesis más probable y luego comprobar si hay alguna evidencia en las pruebas que la contradiga. No suena mal, pero no dista mucho de eso de “una vez eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”, que está expresado de un modo mucho más sencillo y eficaz.

Se trata de una novela-problema, como solían ser las novelas policiacas, en los orígenes del género. Todo el interés de la misma estriba en hacer posible lo imposible, imponer orden al caos, encontrando una explicación mundana a un suceso aparentemente imposible. Leroux, efectivamente, resuelve el rompecabezas con matricula de honor: su solución que, por más que rebuscada, encaja con todos los indicios presentados desde el comienzo, sin necesidad de recurrir a pasadizos secretos ni trucos de escapista profesional. Supongo que no se le pueden poner pegas, ofrece lo que promete.

(aunque el primer capítulo no dé ningún miedo a quien no sea una niña impresionable y, aunque logró engañarme otra vez, el asesino no pase el filtro de la primera regla del detective de ficción de Mike Hammer)

Solían gustarme mucho estas novelas, cuando empecé con la lectura, aunque reconozco que ahora prefiero cosas más viscerales.

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