"El fantasma del Titanic" de Arthur C. Clarke


 
Escrita en 1990, en “El fantasma del Titanic” Arhur C. Clarke especula con que, a punto de celebrarse el centenario de su hundimiento, dos proyectos diferentes competían por rescatar a tiempo sus restos, uno dedicándose a la proa y otro a la popa.

He tenido la mala suerte de leer “El fantasma del Titanic” poco tiempo después de “Naufragio en el mar selenita”. A pesar de que esa última dista mucho de ser una de las mejores obras de Clarke, la diferencia es abismal. En ella escribía un Clarke joven y en plena forma, sus argumentos podían ser excesivamente sencillos y quizá no fuera un gran creado de personajes, pero tenía claro lo que quería contar y lo narraba con eficacia, claridad expositiva y una cierta ironía.

La ironía permanece, pero es la única de las virtudes del autor que pervive. Sinceramente, no da la sensación de que Clarke tuviera muy claro lo que quería escribir.

Por ejemplo, el tema de los personajes. Cualquier curso de guionista te dirá que cada personaje debe tener su propio arco argumental, que lo lleve del punto A al punto B y, a ser posible, lo deje transformado de un modo irreversible (creo que eso lo oí en “Los Soprano”). Bien, esto no tiene porque ser exactamente así. Puede ocurrir, por ejemplo, que un personaje simplemente tenga la función de ser testigo de hechos importantes para la trama que ocurren fuera del foco de los personajes principales.

En “El fantasma del Titanic” hay hasta 3 personajes principales, de esos cuyo nombre encabezaría los capítulos. Dos de ellos carecen de cualquier tipo de arco y el tercero es irrelevante. Veámoslos uno por uno.

Roy Emerson, el inventor del parabrisas sónico. A veces pienso que Clarke lo incluyó sólo porque tenía esa idea para limpiar los parabrisas. Es un millonario al que consultan para uno de los provectos de rescate. Quizá debía servir para ilustrar este proyecto, los dos proyectos no sólo de dedican a mitades distintas del pecio si no que utilizan distintas tecnología. Durante la primera mitad del libro, acude a reuniones en las que explican la marcha del proyecto. No aporta nada y no realiza ninguna acción ni toma ninguna decisión relevante para la “trama” de la novela. A partir de cierto momento, Clarke se olvida de él y deja de aparecer.

Donald Craig. Este es el único cuya historia tiene sentido. Lamentablemente, dicha historia no tiene nada que ver con el resto del libro. En particular, no tiene nada que ver con el Titanic. Además, la conclusión de la misma, es terriblemente ñoña. Me duele decirlo, porque parece que ridiculice el dolor de unos padres a los que les ocurre la peor desgracia posible, pero es una conclusión digna de telefilm de fin de semana por la tarde. El hecho de que Clarke la narre sin sentimentalismo y cursilería, no quita que sea terriblemente sensiblera y cursi. De vez en cuando un japonés le llama para contar como va el otro proyecto.

Por último Jason Bradley es un buzo profesional, cuya situación le permite estar al tanto de los dimes y diretes de las operaciones de rescate. Es el que más presencia tiene, podía decirse que abre y cierra la novela. Cuenta además con varios flashbacks se indaga, de un modo incluso innecesario, en su vida personal. Así y todo, sus capítulos no parecen tener un objetivo claro, deambula de un lado a otro, tiene conversaciones y mantiene muchas entrevistas. Quizá haya demasiadas entrevistas en este libro.

En resumidas cuentas, Clarke no se esfuerza en contar una historia,

Para empeorarlo todo, tampoco consigue interesar al lector por las operaciones de rescate ni por las descripciones del fondo marino. Una pena, puesto que era un tema que le fascinaba y en otras ocasiones consiguió transmitir al lector esa fascinación, recuerdo algunos relatos y la novela “The Deep range” titulada en español “En las profundidades”, pero no lo hace en esta ocasión.

¿Hay algo positivo?

Hombre, de Clarke siempre se puede sacar algo. Por ejemplo, me apunto sus recomendaciones literarios, Kipling y Lord Dunsany. Centrándonos en lo puramente formal, el libro es corto y los capítulos también son cortos, lo que lo hace fácil de leer y de vez en cuando aparece algún ramalazo de ingenio típico del autor, alguna imagen o símil que deja las cosas rematadamente claras, con una precisión que muchos otros escritores de ciencia ficción han intentado imitar y pocos han conseguido

Luego está la gracia de que la acción transcurra en un futuro tan cercano que ya es pasado. Es divertido ver como, incluso alguien sensato y bien documentado, puede meter la pata hasta el fondo. Me han llamado particularmente la atención los estragos del efecto 2000 y que el trabajo que hizo ricos a unos protagonistas consistiera en editar las películas clásicas para eliminar los cigarrillos y las referencias al tabaco. También que se aluda constantemente a una convención de las Naciones Unidas sobre el derecho del mar realizada en los años ochenta que parece mucho más respetada de lo que es hoy día.

Y por último la parte de Donald Craig. En esa parte de la novela hay una continua referencia al conjunto de Mandelbrot. Había visto alguna imagen de fractales, pero lo desconocía todo sobre dicho conjunto, o sobre los gráficos que engendra. Está todo muy bien explicado, de modo que hasta un completo profano como yo puede entender como se genera y, la verdad es que he quedado anonadado. Al contrario que con las profundidades marinas, en este caso Clarke si ha logrado trasmitirme su fascinación.

Y está el epílogo. Puede que no sea su vuelo especulativo de mayor altura, ni originalidad, pero es un pequeño diamante de Arthur Clarke en estado puro. No compensa la lectura de la novela, pero hace que la valore.

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