“La invención de Morel” de Adolfo Bioy Casares



“La invención de Morel” se presenta como el diario de un prófugo de la justicia que se refugia en una isla desierta, origen de una extraña plaga mortal. En la isla encuentra un conjunto de edificios completamente desiertos y abandonados, con aspecto de resort turístico, junto a una extrañas máquinas. La sorpresa llega cuando, sin que se haya producido el atraque de un barco o el aterrizaje de un avión, los edificios, bruscamente, pasan a estar ocupados por alegres turistas que no parecen percatarse de la presencia del protagonista.

Se poco de Adolfo Bioy Casares, aparte de que sus obras, o muchas de sus obras (esta, “La invención de Morel”, concretamente), son muy estimadas por el círculo de aficionados al fantástico y la ciencia ficción, aunque no se pueda concebir una persona más ajena al fandom que él. Eso y que era amigo de Borges y que me parece que tuvo algún problema con su mujer. La influencia de Borges es palpable en todo el relato, tanto por el tipo de argumento como por el lenguaje empleado para narrarlo. El propio Borges escribe una excesivamente pedante introducción a la novela, en la que la califica de perfecta. Ambiciosas palabras, que no carecen de su parte de verdad. El libro es un mecanismo de relojería perfecto, en el que todas las piezas encajan con exactitud milimétrica. Poco a poco, se van sembrando indicios, en los que se intuye una relación que aparentemente no tienen, que conducen a una increíble revelación, al final de la novela, que esclarece todos los detalles. Los años pasados desde su publicación quizá hayan hecho la revelación menos asombrosa de lo que fue en su momento, pero la escrupulosidad con la que el autor se ciñe a su premisa es pasmosa, igual que su desconcertante final.

A pesar de su innegable brillantez, hay un par de cosas que no me gustan. El modo de expresarse del narrador es muy rebuscado, intentando dar siempre la vuelta a las frases hechas y las convenciones lingüísticas, en lo que me suele parecer un esfuerzo desesperado y, en este caso, innecesario, del autor por demostrar lo inteligente que es. Además, en todo lo que se refiere al amor, el protagonista exhibe una cursilería que ignoro si habría resultado más admisible cuando se escribió, quizá tiempos menos materialistas que los actuales, en los que predominaba una sensibilidad más delicada. A día de hoy, su comportamiento es, simplemente, ridículo. Cómico, incluso. Por encima de toda la novela flota la sospecha de que lo que ocurre puedan ser, simplemente, los desvaríos de la mente del narrador, desequilibrada por las privaciones y padecimientos sufridos durante su fuga y travesía marítima. Eso explicaría su peculiar modo de expresarse y su amaneramiento, pero dudo que sea algo buscado.

La novela es mu breve, lo que es de agradecer, puesto que nunca decae el ritmo, pero esa misma brevedad incide en que se eche en falta un mayor desarrollo de los personajes, aunque sea algo casi imposible, dado el argumento. Por otro lado, sus descripciones de las mareas, algunas de las vueltas y revueltas de su protagonista por las habitaciones y escaleras de los edificios de la isla, resultan repetitivas. La obra queda en una extraña tierra de nadie, poco desarrollo para novela, demasiadas revueltas para un relato.

Esta es una novela que me encantaría debatir con un amigo, intentando pillar a Bioy Casares en un renuncio, planeando finales alternativos o discutiendo sus puntos de vista. Las virtudes de la invención de Bioy Casares son muchas y le han merecido su justa fama, pero hacen referencia a los detalles del argumento, del que ya he revelado demasiado puesto que, para su disfrute lo mejor es saber lo menos posible.

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