“La era del diamante: manual ilustrado para jovencitas” de Neal Stephenson


 

Neal Stephenson es un autor que me aterra. Ese es el motivo por el que sólo he leído tres de sus novelas, incluyendo la presente. El motivo principal es la longitud de sus novelas (“Cryptonomicon” se publicó inicialmente en España como una trilogía). También me han influido los comentarios que he leído de obras suyas, escritas por auténticos entusiastas, que no por ello niegan la abundante paja que crece entre sus páginas y, lo que es peor, rebaten la existencia de un argumento consistente o una mínima planificación. En se sentido, las reseñas que he leído de “El ciclo del barroco” me provocan pesadillas.

Sin embargo, pocos de los autores modernos gozan de su prestigio, así que algo debe tener. Y “Siete evas” me encantó, a pesar de su dilatado final, así que, si vivo lo suficiente, me iré acercando a su obra.

Su imaginación, desde luego, es desbordante y más pegada a la realidad de lo que parece. En “La era del diamante” el poder es detentado por las phyles o tribus, asociaciones de personas con intereses comunes, culturales, étnicos o de cualquier tipo. Parece que ya nos dirijamos en esa dirección. Gracias a internet están proliferando las comunidades supranacionales. El estado islámico es el mejor ejemplo, aunque no sea el que a mí me hubiera gustado. (Si, eso ha sido una cita de Alan Moore)

En cualquier caso, en esta ocasión, la clave de la novela no es tanto la informática como la nanotecnología, que se ha convertido en una especie de varita mágica en la ciencia ficción, que permite explicar cualquier prodigio y cualquier poder. También es el caso en “La era del diamante”, lo que no quita que, por lo que llevo leído, me parezca la gran novela de ciencia ficción sobre la nanotecnología. Hasta ahora, ninguna especulación sobre su evolución y aplicaciones, me ha parecido tan creíble. Y tan alucinante. Las descripciones de las cúpulas de “anticuerpos” de seguridad que cubren las comunidades, la “lluvia de hollín”, reflejo de una lucha invisible entre microorganismos de diferentes phyles o el peculiar ensamblado de programas que aparece al final, son momentos que rebosan sentido de maravilla y que dejaran alucinado al lector.

En cuanto al argumento, siempre me ha sorprendido lo poco interesantes que resultan las sinopsis que he leído: “Una de las principales figuras neovictorianas, encarga a su ingeniero más brillante la elaboración de un manual interactivo para la educación de su nieta. El ingeniero realiza una copia ilegal destinada a la instrucción de su propia hija, pero, poco después, le es sustraída por un grupo de delincuentes y acaba en manos de una niña pobre, Nell”.

A partir de aquí la trama se escinde en dos, casi tres. Por un lado, las desventuras del ingeniero, John Percival Hackworth, al que su transgresión obliga a involucrarse en las luchas y tejemanejes entre la phyles neovictoria y el reino celeste y por otro, el principal, el crecimiento y desarrollo de Nell, tutelada por el manual. Gran parte de esta instrucción se realiza a través de cuentos interactivos en los que Nell se convierte en la princesa Nell, que vive aventuras en un mundo de fantasía lejanamente inspirado en los cuentos de los hermanos Grimm.

“La era del diamante” es una de esas novelas en las que hay que relajarse y dejar que el relato fluya a su ritmo, aunque al principio no se entienda muy bien lo que está pasando y los capítulos se sucedan entre sí, sin relación aparente ni progresión dramática. La mezcla entre realidad y fantasía es uno de los atractivos de la novela. Los cuentos de Nell tienen su encanto, pero ocupan muchas páginas y sólo al final empiezan a ponerse interesantes, cuando lo narrado salta entre la realidad y la ficción sin solución de continuidad, o cuando los relatos se usan para explicar de un modo muy sencillo que es una máquina de Turing o la tesis de Church-Turing. Esto último jamás hubiera creído que pudiera ser explicado por medio de una especie de cuento para niños.

El otro gran atractivo son las descripciones, imaginativas y fascinantes de ese mundo futuro, tan parecido al nuestro en algunas cosas y tan lejano en otras, puesto que el mundo que nos presenta Neal Stephenson no deja de ser una evolución del mundo actual… La mayor parte de las veces. De vez en cuando, el autor se enreda con ideas y situaciones curiosos, muy poco creíbles, que están allí porque le gustan o le hacen gracia.

Los tamborileros, por ejemplo, parecen sacados de un pulp de comienzos del siglo XX. No tanto la idea que subyace bajo ellos, que es interesante, sino el modo en el que se presentan: realizan lo que parece rituales atávicos en oscuras profundidades, llenos de sexo y muerte. Me desconcierta ser capaz de decidir si la opinión de de Stephenson sobre ellos es o no benevolente. Evidentemente son útiles o, al menos, son creativos. Las personas que forman parte de ellos parecen estar pasándoselo bien, incluso cuando mueren, pero no todos los participantes se unen voluntariamente. A juzgar por las últimas páginas, parece que la mayoría no lo hagan. A mi, personalmente, me dan mas miedo que un huerto de vainas ladronas de cuerpos. Neutralizan el ego, aniquilan la voluntad y matan alegremente a sus miembros. Pero a Stephenson parece que le resultan simpáticos.

El sentido del humor de Stephenson no va conmigo. Hay fragmentos tan absurdos que imagino que tienen que ser una broma (el peculiar funcionamiento de las líneas aéreas chinas) pero los cuenta de modo que no les veo maldita la gracia. Me resultan particularmente irritantes las interminables batallas de cortesías entrecruzadas que entablan entre sí los personajes chinos. A mucha gente le parecen divertidas, pero no es mi caso, motivo por el que no pasé de “Puente de pájaros” cuando intenté leer a Barry Hughart. Los personajes de Cixin Liu no hablan así, por cierto.

En fin, soy de la opinión de que todo en esta novela resulta un poco deslavazado, que unas partes no parecen tener nada que ver con otras, como manifiesta el hecho de que haya 3 personajes, que son fundamentales durante toda la primera mitad del libro, que luego desaparecen sin que se vuelva a saber de ellos nunca más. O lo precipitado que resulta que después decenas de capítulos plagados con infinitas descripciones de Shanghái y el delta del Yangtsé y los territorios emergidos, en las últimas páginas, de repente, se monte un follón de mil demonios. Tan cierto es que las semillas de ese follón fueron plantadas al comienzo de la novela, como que su desarrollo es precipitado y todavía más lo es el final. “La era del diamante” es una de esas obras en las que te encuentras a 10 páginas de terminar su lectura y las cosas parecen lejos de dirigirse hacia un final. Y justo cuando la alarma detectora de secuelas de tu subconsciente de lector empedernido está empezando a gritar “¡Segunda parte!” termina, de un modo apresurado, aunque bastante aceptable, a pesar de que no acaba de cerrar bien todas las tramas.

Desearía que “La era del diamante” fuera más corta y que el argumento siguiera una dirección más precisa. Así y todo, me parece una lectura harto recomendable, porque aúna algunos momentos muy emocionantes con la reflexión y la imaginación que caracterizan a lo mejor de la ciencia ficción.

Comentarios

  1. La verdad es que lo empecé a leer en unas circunstancias poco favorables y lo había alineado en el lado de los saturantes (Criptonomicon), pero si existe la posibilidad de que ingrese en el lado de los apasionantes (Seveneves, Anatema), le voy a tener que dar otra oportunidad.

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    Respuestas
    1. Está más en la línea de Snowcrash.
      Me ha gustado bastante, pero hay que tomárselo con mucha calma y mucha paciencia.
      Está lleno de cosas que tienen pinta de entusiasmar a Neal Stephenson, pero que no tienen porque entusiasmar al resto de los mortales.
      Veo que Criptonomicon lo has alineado como "saturante". Me sorprendes, hasta ahora todas las críticas que había leído lo ponían muy bien y tenía previsto intentar su lectura algún día, si vivo lo suficiente.

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