"Cuentos completos" de Robert Louis Stevenson




Desde hace años, un ejército ha invadido mi casa. Poco a poco, se ha ido apoderando de todas y cada una de las habitaciones, con la excepción del baño y la cocina. Sus innumerables efectivos han trepado por todos y cada uno de los muebles, se han enseñoreado de la parte superior de los armarios, hasta que no quedó espacio entre ellos y el techo, es más, algunos se infiltraron en su interior, e incluso los apuntalaron desde el suelo. Se desparramaron por todas las estanterías que tuve, adoptando todas las posiciones posibles para no dejar en ellas un centímetro cúbico libre. Desesperado, probé a encerrarlos en cajas y archivadores, no sirvió de nada, las cajas se fueron apilando unas sobre otras, organizando torres de babel en miniatura.

Vivo acosado por la superpoblación. Por supuesto, estoy hablando de los libros.

Esta situación ha hecho que prefiera alquilarlos en la biblioteca a comprarlos, que cuando los compro, evite el formato de tapa dura, pues opino que ocupa mas espacio, aguarde a que salgan en edición de bolsillo y prefiera la edición digital sobre todas las cosas.

Y sin embargo,… Sin embargo, a veces me encuentro en una librería un ejemplar que despierta mis mas bajos instintos, que inspira en mi el deseo de poseerlo a cualquier precio. Eso fue lo que ocurrió en cuanto vi esta edición de Grandes Clásicos Mondadori de los cuentos de Robert Louis Stevenson. La codicia me poseyó y me olvidé de cualquier otro pensamiento. Casi mil páginas, formato grande y lujosos, tapa dura. Con dos cojones.

En retrospectiva, resulta extraño que haya tardado casi siete años en decidirme a leerlo.

Cuando yo me crié, existía una serie de autores con los que se suponía que los niños aprendíamos a leer. Julio Verne, Emilio Salgari, incluso Karl May. Y por supuesto Robert Louis Stevenson, el mejor escritor de todos ellos y, tal vez, el único que ha perdurado. “La isla del tesoro” debía ser una estación inevitable en el camino de la vida, y por ahí debía estar también “La flecha negra” y algún otro. Lo curioso es que cuando tenía la edad en la que se supone que debía leerlo, no lo disfruté nada. Jim Hawkins y Dick Shelton me resultaban demasiado inmaduros, ingenuos e indefensos, a pesar de la capacidad para los mandobles de este último. En aquella época apreciaba mas el exterminio de la fauna local y la fría racionalidad de los héroes de Julio Verne, buscando seguramente en ellos una madurez que ya sé que jamás alcanzaré.

En plena madurez llegué a la “Isla del tesoro” y la disfruté como debió hacer el niño que fui y mis siguientes experiencias con Tusitala me convirtieron en su defensor a ultranza. Stevenson es un gran escritor, uno de los mejores de todos los tiempos, y en este libro continua demostrándolo.

Cuantas palabras llevo y que poco he dicho todavía sobre la obra que nos ocupa. ¿Así que Robert Louis Stevenson mola, eh? ¡Que gran descubrimiento! Generaciones llevan descubriéndolo desde finales del siglo XIX. ¿Qué puedo decir de este libro? ¿Cómo puedo resaltar sus virtudes?

Bueno, diré que Robert Louis Stevenson es un genio en la creación de atmósferas, el mayor creador de atmósferas de todos los tiempos, que nadie como él sabe como dar con el ambiente adecuado para un relato. El modo en que construye sus tramas es perfecto, su sentido del ritmo, el modo en que dosifica la información y la narración, es modélico. Es sus narraciones nunca hay un elemento que sobre, cada detalle cumple con su función, hace que la historia avance y está a la vez perfectamente integrado en el todo. Sus descripciones de de paisajes son, a veces líricas, otras, misteriosas y tenebrosas, pero no son un fin en sí mismas. Cuando narra una escena, el paisaje o el decorado en que ésta transcurre, aunque solo haya sido descrito con un par de pinceladas, contribuye a hacer la escena más impactante y eficaz, y lo hace, sin embargo, de un modo transparente, sin forzar las cosas ni que parezca artificioso. Stevenson consigue que lo difícil parezca fácil.

Todos los relatos están repletos de imágenes impactantes. Es increíble que tamaña imaginación visual provenga de un hombre que murió un año antes de la invención del cinematógrafo.

Con la misma aparente sencillez consigue caracterizar a sus personajes. Los entiende y hace que el lector los entienda, a pesar de cierto ánimo moralizante, no los juzga, sus dobleces resultan comprensibles y lógicas al lector, pues son fruto de la combinación de su personalidad y las circunstancias. Así, consigue despertar simpatías por el sacerdote metido a traficante de joyas robadas de “Historia del joven sacerdote”, o del bribón desamparado de “Un sitio donde pasar la noche” o el inolvidable comerciante marrullero y racista de “La playa de Falesá”, felizmente casado con una nativa.

Independientemente de que se traten de una historia de terror, una comedia o una parábola, cada uno de los relatos se va apoderando progresivamente de la mente del lector, hasta que ya resulta imposible abandonarlo. Se habla mucho de que un libro “te atrapa” o “te engancha” pero creo que ha pasado mucho tiempo desde que unos cuentos como estos “me absorbieron”, captaron de tal modo mi atención que lograron que el mundo que me rodea desapareciera y perdiera la noción del tiempo.

Llegados a este punto, los sufridos lectores que hayan aguantado tantos párrafos se estarán preguntando si es que no hay nada malo en este libro, o no he encontrado nada de lo que quejarme. Mi primer impulso sería contestar con un “NO” rotundo, pero uno siempre puede encontrar de qué quejarse.

Para empezar, aunque tardío, Stevenson es un escritor victoriano. Eso quiere decir que hay una cierta mojigatez inevitable en su obra. Las castas escenas románticas alcanzan altas cotas de cursilería, el modo en el que los personajes expresan sus sentimientos puede parecerle afectado y exageradamente normal a un lector moderno, aunque resultaran naturales en su día. Y no es por cebarse en el morbo, pero su discreción a veces es desconcertante. Estoy pensando, por supuesto, en “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” en el cual jamás llegamos a saber cuales eran exactamente los vicios que tanto atormentaban a su celebérrimo protagonista. En la actualidad, con lo obsesionados que empezamos a estar, una interpretación homosexual parece evidente, pero quién sabe cual sería la verdad.

No sé si será también cultural, o se debía a la personalidad de Stevenson, pero hay también una omnipresencia de la religión que resulta algo agobiante. Sus personajes siempre son conscientes de que habrán de responder ante su creador, el fuego y la condenación aguardan a la vuelta de la esquina, la justicia de los hombres no puede compararse con el juicio de Dios. Personalmente, encontraba esos fragmentos irritantes, supongo que depende de las creencias personales de cada uno.

Por último, cuando Stevenson se adentra por los terrenos de la sátira y el humor, abandona ese estilo maravilloso, tan aparentemente sencillo, para emplear una gran cantidad de retórica y culteranismo, que hacen la lectura más pesada, aunque no impidan que se disfrute de “La providencia y la guitarra”, “El tesoro de Franchard” o “Una vieja canción”, pero sin duda mitigan su disfrute.

Su propio talento a veces juega en su contra. A veces, la atmósfera ha sido creada de un modo tan primoroso que, la acción, cuando llega, resulta decepcionante. Es el caso de sus dos narraciones medievales “Un sitio donde pasar la noche” y “La puerta del señor de Malétroit”. Ambas parten de un arranque tan magnífico, sobre todo la primera, con esa atmósfera tan tétrica y hostil, en la que el lector podría creerse dentro de una pesadilla, que luego, cuando se llega a la verdadera razón de ser de cada uno, un divertido parlamento en el que se compara a los ladrones y a los militares y un casamiento forzado, parecen poca cosa.

En cuanto a la edición de “Grandes clásicos Mondadori”, modélica como es, le hecho en falta una presentación, sobre todo para “Mas mil y una noches”. Supongo que la intención de Stevenson era homenajear a “Las mil y una noches”, y mas concretamente a las traducciones que se publicaron en sus días, ubicando el mismo tipo de historias en sus días. El príncipe Florizel y el coronel Geraldine se pueden ver como unos trasuntos del califa Harun al Rashid y el visir Jaffar, pero, sin un aviso previo, las referencias al autor árabe que conectan los cuentos dejan al lector desprevenido bastante perplejo.

Mi opinión sobre las notas y comentarios es ambigua. Al aportar información, a menudo permiten entender y disfrutar mas una obra, pero es un fastidio que te interrumpan continuamente. En esta edición hay bastante pocas, pero su distribución es delirante, parece que aparecen cuando todo está claro, pero desaparecen misteriosamente cuando hay una referencia oscura. ¿Quién demonios es Almaviva? Igual de delirante resulta la distribución de las inquietantes y borrosas ilustraciones de Alexander Jansson, excelentes, si, pero coladas al tun-tun, sin la menor relación con los relatos dentro de los que aparecen insertadas. Pero, lo que mas me ha dolido, es que, justo después de terminar este excelente libro, he descubierto la existencia de algo llamado “El sótano de la plaga” que no aparece por ningún lado. ¿No se suponían que eran los cuentos completos?

Comentarios

  1. Recuerdo haber leído Secuestrado y flipar por lo contemporáneo (o atemporal) de su narrativa. Sobre todo cierta anécdota delirante pero perfectamente real, nada novelesca, que me hizo pensar "yo quiero escribir como este tío". Muy grande.

    Alb

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  2. Los cuentos completos son los de la editorial Valdemar. La traducción de Valdemar, según mi gusto, es también mucho mejor. En serio, no sé cómo no se la hace más caso a una editorial tan cojonuda como Valdemar. Saludos.

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