“El planeta de Shakespeare” de Clifford D. Simak



Disto mucho de ser un experto en este autor. Conservo un recuerdo idealizado de “Estación de tránsito” leída durante la adolescencia. He leído varias veces el relato que venía incluido en el volumen 2 de la antología de Brian Aldiss “Imperios galácticos” y la novela “La autopista de la eternidad” me pareció malísima. Internet le define como un autor de ciencia ficción “pastoril” que transcurre en entornos idílicos e idealiza la vida rural, lo que no me resulta demasiado atrayente.

Podemos decir que las espadas estaban en alto con “El planeta de Shakespeare” y que su lectura debía decidir si profundizaría o no en este autor en el futuro.

La primera decepción llega cuando me encuentro que la acción no transcurre en un planeta poblado por los personajes de las obras de Shakespeare, ni tampoco son la aventuras intergalácticas de un William Shakespeare abducido por extraterrestres.

Vayamos por partes. Tenemos una nave espacial, que viaja a velocidades relativistas, cuya consciencia está formada por las personalidades de tres personas, que partió hace un millar de años a buscar mundos habitables. Un accidente acabó con toda su tripulación criogenizada salvo uno, al que descongelan cuando por fin encuentran un mundo habitable. Da la casualidad de que en este mundo hay un portal de teleportación perteneciente a una red de transporte creada por seres desconocidos, ese portal sin embargo, está cerrado por el extremo del planeta, de modo que los que llegan a él, no pueden marcharse, como le ocurrió a un humano que consignó sus pensamientos en los espacios en blanco de una edición de las obras completas de Shakespeare. Ése es el Shakespeare del relato.

Hay mas: Ruinas misteriosas, un alienígena llamado Carnivore por motivos obvios, de buen corazón y no demasiado despierto y mas sorpresas que no revelaré por si algún día les da por leer esta novela. Ninguna de las muchas ideas que se exponen se desarrolla con mucha profundidad, Simak salta de una a la siguiente sin preocuparse demasiado. No es un especulador ni un científico, aunque tiene algo de poeta. Se limita a barajar las convenciones del género, dándoles un ligero toque personal.

El estilo es transparente, sin artificios dotado de una sorprendente serenidad. Algunos pasajes me han resultado intensamente líricos, como la descripción del entierro de los tripulantes de la nave en un planeta deshabitado. Los personajes son sencillos, escasamente caracterizados, algunos incluso caricaturescos y probablemente es intencionado, porque todo tiene un aire de fábula. Aunque tienen sus mezquindades y mantienen sus diferencias entre ellos, les une una especie de camaradería que cruza la barrera entre especies y entre máquinas. En “El planeta de Shakespeare” un robot puede asistir a un moribundo y velar su cadáver, un humano preocuparse de no herir los sentimientos de un ser que podría considerarse una bestia asesina y, aunque la comunicación sea imposible, se pueden establecer lazos de camaradería con unos seres con el aspecto y el tamaño de babosas. El momento cumbre de la novela, es, en mi opinión, la comunión mental del protagonista humano con una forma de vida extrañísima e incomprensible. A mi entender, Simak parece abogar por una especie de fraternidad entre todas las formas de vida y acepta una definición muy flexible de lo que es la vida. En un mensaje optimista, que muchos calificarán de ingenuo, pero con el que no cuesta nada simpatizar y que resulta refrescante, dado el pesimismo que campa por la ciencia ficción últimamente.

A pesar de este aparente buen rollismo, el misterio y la acción están presentes. La novela es corta y está plagada de acontecimientos, así que el aburrimiento no es una opción. Sin embargo, no carece de defectos. Abundan las digresiones filosóficas sobre el tiempo, el universo y su propósito, algunas interesantes, las mas, aburridas. Los diálogos entre las tres personalidades que componen la personalidad de la nave se vuelven progresivamente tediosos. El mas largo de ellos, que prácticamente cierra la novela, es un auténtico dolor de muelas que no le recomiendo a nadie.

Además, los acontecimientos se suceden unos a otros sin ningún tipo de lógica interna. El final, un tanto precipitado, ocurre porque sí, da un final a los frentes abiertos, pero no explica ninguno de los misterios. Uno de los personajes se planeta si no cometen un error al intentar imponer un sentido a las cosas, que carecen de información suficiente como para intentar comprender lo que ha ocurrido realmente. Buen intento, señor Simak, pero no me engaña, es usted el que no es capaz de dar sentido a su propia historia, así que no trate de engañarme dándoselas de profundo, que le he pillado. He leído a escritores que tratan sobre la imposibilidad de comprender el cosmos y usted no ha disparado contra ese blanco en toda la novela.

 Conclusión, una novela entretenida, bien escrita, con algunos momentos bonitos. También un disparate argumental sin pies ni cabeza. Las espadas siguen en alto para Clifford D. Simak.






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