“La nube negra” de Fred Hoyle

 


La verdad es que algunas búsquedas en Internet no dejan a Fred Hoyle muy favorecido. No pareció tomarse con mucho espíritu científico las evidencias en contra de la teoría del universo estacionario. Pero eso no tiene nada que ver con la calidad de sus trabajo profesional, o de aficionado, en este caso. Tengo mono de ciencia ficción dura y es lo que cabría esperar de un científico. Había leído hablar muy bien de la “La nube negra” en algún blog y Miquel Barceló parece que la consideraba un clásico indiscutible.

“La nube negra”, novela que, curiosamente, transcurre durante los años sesenta, cuenta la aparición de una densa nube de gas en el sistema solar, en movimiento, dirigiéndose hacia el sol. La nube es lo suficientemente densa como para que, de interponerse entre la luz del sol y la Tierra la congelaría por completo, mientras que si refleja la luz del sol la achicharraría.

Lo primero que me llama la atención de este libro, es la traducción, por lo mala que es. Hay ocasiones en que se escribe justo lo contrario de lo que la frase quiere decir y los adjetivos se apilan por delante de los sustantivos, al estilo ingles. Si no fuera porque nadie dice “Bondad graciosa” parecería que estuviera releyendo “Asterix en Bretaña” .

Lo siguiente es la escasa entidad de los personajes, si son dignos de tal nombre, puesto que la mayoría no hacen nada y solo dos o tres hablan y hablan mucho. El principal es un científico temperamental, atractivo para las mujeres y que no soporta a los políticos, a los que engaña para construir un refugio seguro para otros científicos y conocidos. Al parecer “La nube negra” arrastra cierta polémica porque defiende que los científicos están muchos mejor preparados para afrontar las crisis que los políticos o la gente de letras, en general. Estoy completamente de acuerdo, aunque también estoy seguro de que la cagarían de todos modos, no por científicos dejan de ser humanos. En todo caso, como alegato anti-político, “La nube negra” resulta bastante infantil, como infantiles resultan las manipulaciones de Kingsley para construir su refugio.

La novela ha envejecido terriblemente mal. Fred Hoyle presta mucha atención a los aspectos científicos y tecnológicos y el paso del tiempo ha dejado bastante atrás la tecnología que describe. Los ordenadores que aparecen son tan rudimentarios que no parecen muy superiores a un ábaco. Su apuesta por la digitalización es clarividente, aunque creo que ni él mismo sabía que la estaba haciendo, pues la tecnología utilizada es obsoleta. Además, tiene el vicio de incluir diagramas y esquemas para explicar las cosas más evidentes y pasar de puntillas por los aspecto más complejos.

Contiene algunos momentos magistrales, cuando habla de los asuntos que domina, Fred Hoyle puede ser cautivador: toda la parte en que describe las consecuencias que el paso de la nube tiene sobre la Tierra, es magnífica, aunque esté contada con la frialdad de un artículo periodístico. Después, hay sentido de maravilla y hay una especulación potente. Por desgracia, a medida que la novela avanza, se convierte en una serie de conferencias, que no diálogos, sobre temas cada vez más esotéricos, mientras los puntos de vista de Fred Hoyle van resultado progresivamente cada vez menos interesantes. El final, que debería resultar bastante dramático, podría habérselo ahorrado, porque está contado de una forma que no ha conseguido emocionarme.

Es una novela farragosa, en la que el interés no reside en lo que ocurre, si no en las especulaciones que propone. El disfrute de su lectura dependerá por completo del interés que el lector preste a sus especulaciones. A mi no ha conseguido enamorarme.

Me temo que esta es otra ofensa que no le podré perdonar a Miquel Barceló.

Comentarios

  1. Con Fred Hoyle me pasó una cosa curiosa. Había visto esta novela en la colección Nova y había oído su nombre relacionado con la panspermia en alguna novela, así que había llegado a la conclusión de que era alguno de esos misteriosos escritores de ciencia ficción casi inéditos en mi idioma, pero muy populares en el mundo anglosajón, a tal extremo que su nombre había quedado vinculado a las ideas que planteaba. Hasta que un día, hablando con mi hermano, descubrí que él lo conocía sólo como científico, no como escritor de ficción. Y mi hermano es geólogo, no astrónomo ni matemático, así que debía tratarse de un científico bastante popular.

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