Ya va siendo hora de que escriba la reseña de “La espada del demonio” de Richard A. Lupoff


 
Para entender mi opinión de esta novela es conveniente desentrañar algunos detalles de su “argumento”. Ojito, hay “spoilers” a partir de aquí.

Empieza con dos figuras flotando en una especie de vacío primordial, una amarilla, andrógina y otra negra. La negra ataca y persigue a la amarilla, que, en el proceso, pierde su miembro viril y, a partir de entonces, será referida como mujer. La mujer atraviesa una especie de grieta en el espacio tiempo, donde la recoge un tipo, luego sabremos que una especie de dios, que la monta en una avispa gigante, se sumergen en un agua respirable, van a parar a un barco, descendiendo por unas escaleras del barco llegan a una cueva llena de demonios que encienden una llama que provoca visiones y …

En fin, no pretendía desentrañar el “argumento” sólo mostrar algunos ejemplos de la absoluta falta de sentido del mismo. Si fuera intencionado, podría tratarse de un alarde de maestría técnica, una novela cuyos capítulos pueden leerse en cualquier orden, sin que por ello el argumento resulte menos caótico de lo que ya es. Un sinsentido que, a juzgar por las tres novelas que he leído de Richard A. Lupoff, parece que era totalmente a posta y un rasgo de su personalidad literaria. Después de todo, parece que sus novelas de “La Mazmorra” no fueron un mero trabajo mercenario, sino que se implicó en ellas lo suficiente como para dejar su sello personal.

“La espada del demonio” es una novela sin propósito ni objetivo, en la que las cosas ocurren porque sí, no existe hilo narrativo, ni progresión, ni revelación final que otorgue significado a la secuencia de escenas incoherentes que lo preceden. De hecho, termina porque a Richard A. Lupoff le dio la gana terminar el libro de una vez y gracias a Dios que lo hizo (y eso que no es una novela larga) Como ya he dicho, no hay una conclusión final, los personajes no alcanzan la sabiduría, ni un nuevo grado de auto-conocimiento . Nada. Si al menos, en la última página hubiera aparecido Richard A. Lupoff y hubiera dicho a sus personajes “He alcanzado el número de páginas exigido por mi editor, ya podéis descansar” al menos el lector podría haber sonreído y hubiera sido una conclusión coherente con el tono de la novela.

Que triste es cuando se te ocurre un final para una novela superior al que le dio su autor, pero que no por ello deja de ser una birria.

En fin, los personajes: esquemáticos, quizá arquetípicos. El estilo: la novela está escrita en presente, prácticamente sin diálogos, cuando los hay se incluyen en el discurso del narrador. Su adjetivación es repetitiva hasta la nausea. Perdí la cuenta cuentas veces se refiere al color “amarillo gatuno” de los ojos de la protagonista, aunque, pasado cierto tiempo pasa a referirse a su cabello negro. Hace lo mismo con el resto de personajes. Lupoff hinca sus garras en algún rasgo físico o, más probablemente, del vestuario y lo repite una y otra vez, frecuentemente acompañado de su nombre en japonés. Quizá sea algo intencionado, para dar a la prosa un tono arcaico, coherente con la fabula atemporal que intuyo que el libro pretende ser. Las comparaciones son odiosas, pero ya saben “Aquileo el de los pies ligeros”, “Odiseo, fecundo en ardides”, “el que en buena hora nació” (no todo van a ser griegos) Esas cosas son comunes en los viejos cantares de gesta. Si ese era su objetivo, no me parece que consiga otra cosa más que entorpecer la lectura.

Dije que acompañaba las reiteraciones de elementos del vestuario (y mobiliario) con su traducción al japonés. Bien, esa es la baza más atractiva de la novela: su ambientación. Mis conocimientos de mitología japonesa no pasan de que los japoneses sentían cierta obsesión hacia los pepinos y los zorros y que la hazaña más recordada de su héroe más legendario consistió en travestirse para cometer un asesinato. Es decir, no puedo saber si Lupoff se inspiró en la mitología japonesa para la ambientación. Eso parece, pero no puedo asegurarlo. El caso es que la ambientación resulta atractiva, al menos a mi me lo resulta. También hay un momento en que Lupoff parece olvidarse de sus protagonistas y se centra en cierto canciller y consigue los mejores momentos de la novela. No son extraordinarios, parece un cuento de Perrault o de los hermanos Grimm, pero está bien y el modo en el que el canciller vuelve a su corte es extraordinario. Y por caóticas o lisérgicas que resultan, algunas de las visiones que recorren la trama me resultaron fascinantes. Debido a ello (y a que es una novela corta) no puedo decir que lamente su lectura, pero desde luego que no se la recomendaría a nadie.

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