"El perfume de la dama de negro" de Gaston Leroux

En algún lugar leí que “El misterio del cuarto amarillo” era superior en todo a su secuela “El perfume de la dama de negro”, menos en el título. Algo de eso hay, pero, como siempre, las frases ingeniosas, por graciosas que sean, no son la mejor forma de evaluar una lectura.

“El perfume de la dama de negro” empieza casi donde lo dejó anterior novela. Larsan, aparentemente, ha muerto, lo que permitiría a Matilde Stangerson y Robert Darzac contraer matrimonio, pero, apenas empezada la luna de miel, los recién casados piden ayuda a Joseph Rouletabille, pues se ven acosados por apariciones, casi fantasmales de Larsan. El grupo se refugiará en un castillo en la frontera con Italia, que será testigo de trágicos acontecimientos.

Con respecto a “El misterio del cuarto amarillo” Gaston Leroux reincide en algunos de sus errores y comete otros nuevos. Mientras que “El misterio del cuarto amarillo” tenía un arranque modélico, con la transcripción de un artículo periodístico en el que se narraban los pormenores del ataque que daba pie al enigma, en “El perfume de la dama de negro” el supuesto asesinato a investigar ocurre cuando ya llevamos más de medio libro leído. La novela se demora en detalles de la infancia de Rouletabille y en su relación con Matilde de un modo que, para un lector moderno, resulta ñoño y cursi. A continuación, pone a prueba la paciencia del lector con pormenorizadas descripciones del castillo y sus habitaciones, igual que hizo en “El misterio del cuarto amarillo”, con esquemas y mapas incluidos. Es evidente que su intención era jugar limpio con el lector y proporcionarle todas las indicaciones para resolver el futuro misterio por sí mismo, pero hubiera sido de agradecer que hubiera conseguido hacerlo de un modo mas ameno. Pocas cosas hay menos agradecidas que leer en una novela cosas como “se movió de A’ a A’’”

(no recuerdo las palabras exactas, pero dice algo así)

El enigma principal, cuando llega, es igual de desconcertante y su resolución sigue siendo ingeniosa e inesperada, pero, en esta ocasión, la he encontrado más “traída por los pelos”. Leroux fuerza bastante la credibilidad del lector y hay una muerte explicada de un modo bastante chapucero.

A estos defectos hay que añadir la voz del narrador, el abogado Sainclair. Mucho se ha dicho sobre los grandes favores que le hizo Watson a Sherlock Holmes, tanto por parte del propio Conan Doyle como de sus imitadores: que si le apartó de las drogas, que si le protegía con su pistolón, que si le humanizó … Pero hay uno que nunca se ha tenido en cuenta: lo buen narrador que era. Sainclair no le llega a la suela de los zapatos, haciendo un flaco favor a su homenajeado. Sus raptos poéticos y sus exhibiciones culturales que no vienen a cuento podrían tener un pase, pero no sus excesos sentimentaloides y sus suspiros ¡Ah!, eso si que no hay quien lo aguante, ¡Ah! Por favor, que alguien le cite con un médico porque ¡Ah! tanto suspiro parece un caso de asma peligroso.

Una vez dicho todo esto, hay que reconocer que “El perfume de la dama de negro” resulta una novela más “atmosférica” que su predecesora. Leroux teje alrededor de sus personajes una tela de araña de intriga y amenaza de la que resulta imposible escapar. Para ello se acerca al fantástico, al convertir a Larsan en una paranoia omnipresente, revelándose como un maestro del disfraz capaz engañar a los propios seres queridos de las personas que suplanta y de rivalizar con el mismísimo Fantomas. Leroux va incrementando paulatinamente la tensión hasta que su presencia se manifiesta, de un modo excesivamente lento, pero aún así adictivo. Cuando por fin llega, el enigma es desconcertante y la explicación, lógica, aunque, ya digo, un tanto rebuscada.

Creo que Leroux fue víctima del síndrome del “más difícil todavía”. Intentó superar a su anterior novela, planteando un problema todavía más enrevesado y extraordinario que el del cuarto amarillo y en esa voluntad de superación se perdieron muchas de sus virtudes. Aún así, es una secuela más que digna.

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