"El collar del hombre errante" de H. Rider Haggard




Este libro llegó a mí de improviso, avistado por sorpresa en las estanterías de la Fnac en la sección de novela histórica. Aficionado como soy a las novelas de aventuras clásicas o Pulp, para mí siempre es agradable saber de la creación de una nueva editorial, con el propósito aparente de recuperar estos clásicos populares. Normalmente su llegada suele venir precedida por posts en algún blog de internet, o, al menos, de una entrada en el catálogo de novedades de cyberdark.net. No ha sido el caso. Internet, tan locuaz otras veces, ha guardado un tupido silencio sobre Albo&Zarco. Pues, para tratarse de un hallazgo surgido de la nada, la calidad de la edición es indiscutible. Buen papel, buena tipografía, buena encuadernación, una atractiva portada y una traducción impecable, salvo por el vicio de traducir “memories” como “memorias” en lugar de “recuerdos”, pero, en fin, eso empieza a parecer una batalla perdida.

La publicación de este libro supone también la recuperación de la obra de Henry Ryder Haggard, de quien los lectores españoles parecían condenados a no leer más que reediciones de “Las minas del rey Salomón” a pesar de su papel fundamental en la evolución del género fantástico.

En la novela, un narrado anónimo (¿quizás el propio Haggard?) nos cuenta sus recuerdos de una vida pasada, en la que fue el vikingo Olaf. Olaf, a su vez, es la reencarnación de “el hombre errante” un remoto antepasado suyo, proviniente nada más y nada menos que del remoto Egipto, en el que tuvo que abandonar a su amada. En el momento de la despedida, como signo de su amor, los amantes parten en dos un collar, del que cada uno conservará una mitad. Desafiado por su prometida, Olaf irrumpe en la tumba del errante, de la que recupera su espada y el collar. Su destino queda así escrito: no amará a más mujer que a la que conserve la otra mitad del collar y cualquier otra mujer que lo luzca en su cuello atraerá sobre si la desgracia.

Muy romántico ¿no?. Se suele destacar a Haggard como escritor de novelas de aventuras. Que duda cabe que los viajes, las intrigas y alguna que otra batalla suelen formar parte de sus novelas, pero, por lo poco que lo conozco personalmente, tiene tanto de aventurero como de escritor de novelas románticas. El amor y el romance son parte de su obra, con predilección por los amantes separados por un destino aciago que les depara un trágico final. Eso no es necesariamente malo, al menos, para los lectores. La primera parte de la novela, que transcurre en el frío norte, es impecable, aparte de una lograda atmósfera de fatalidad, Haggard teje una eficaz trama de amor y traición, que termina en guerra, con sus dosis de épica y, por supuesto tragedia.

El problema es que no constituye ni una tercera parte de la novela.

El resto de la novela transcurre en Bizancio, en donde Olaf se ha establecido como general de la guardia varega, al servicio de la emperatriz Irene. Aquí se tuerce la cosa. La aventura deja paso al romanticismo y nos centramos en las desventuras que le ocurren a la pareja protagonista y la prosa toma un talante ejemplarizante que no es de mi gusto. Para colmo, Olaf no es gran cosa como protagonista. Es un hombre íntegro y compasivo, lo que no es poco, pero su moralismo, acrecentado por su conversión al cristianismo, acaba haciéndose irritante y es un personaje muy pasivo. Sus éxitos sociales vienen de dejarse querer por la emperatriz, aunque finja no enterarse de ello, quizá hasta para sí mismo. Fuera de tomar siempre la decisión que menos convenga a él y los suyos, nunca parece tomar iniciativas propias y ni siquiera es capaz de salvarse él sólo de los problemas en que se mete, si no que tiene que ser rescatado en el último momento por sus leales seguidores, que no entiendo como no se hartan de hacerlo.

En fin, como es inevitable, acabará conociendo a la portadora de la otra mitad del collar y, a partir de entonces, la novela consiste en los esfuerzos de la emperatriz Irene por hacer la puñeta a la feliz pareja. Todo muy esquemático y, en ocasiones, algo ñoño. Dado el escaso carisma de la pareja protagonista, a veces simpatizaba con la emperatriz, por más rencorosa que sea. 

Quitando un par de momentos emocionantes, no he encontrado demasiado interés en esta parte de la novela, la principal, y ni siquiera la intervención sorpresa del mismísimo califa Harun al-Rashid logra redimirla a mis ojos.

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