"El país de las nubes purpúreas" de Arkady y Boris Strugatski




“El caracol en la pendiente” me dejó tan agotado, que hubiera sido incapaz de intentar la lectura de las obras recuperadas por la editorial gigamesh de los hermanos Strugatski, como “Ciudad maldita”, cuyas reseñas parecen indicar que padece todos los defectos (¿o serán virtudes?) de “El caracol en la pendiente”. Entonces, cruzó por mi mente una idea extraña. Me había parecido leer que, en sus primeras obras, los hermanos Strugatsky se plegaron a la exigencias propagandísticas de la Unión Soviética y sólo con el paso del tiempo y quien sabe si su desengaño, por sus novelas empezaron a aflorar las dobles lecturas y las no tan sutiles metáforas que los hicieron famosos. Me embargó la curiosidad por esas primeras obras y, tras un par de búsquedas por Internet, encontré su primera novela, en español.

Los héroes son ciudadanos de la unión soviética y miembros del partido comunista (“el partido”) y trabajan por el bien de la humanidad. Fuera de estas máximas, hay menos propaganda de lo que cabría pensar. Como están glosando las proezas de héroes soviéticos, no era necesaria la retórica y la palabrería que incluyeron para disimular en “Que difícil es ser dios”, que recuerdo tenía algunas soporíferas páginas en las que glosaba el inevitable triunfo del socialismo.

“El país de las nubes purpúreas” es la historia de una expedición a Venus. Sigue el esquema habitual en este tipo de historias: presentación de la tripulación, entrenamiento y viaje. Es una novela vieja y los aspectos tecnológicos hace tiempo que quedaron caducos. Desde luego, la estanquidad de sus vehículos de superficie y de sus trajes, deja mucho que desear, la resistencia de los protagonistas a la radiación es sorprendente y dudo que sus “cohetes fotónicos” tengan mucha credibilidad, como tampoco la tienen las descripciones de los paisajes de Venus, aunque no carezcan de atractivo onírico. El Venus de los hermanos Strugatski es un paisaje hostil, infernal y radiactivo, velado continuamente por fenómenos meteorológicos violentos e incomprensibles y una fauna, apenas entrevista, igual de incomprensible.

La exploración espacial se presenta como una tarea ardua y peligrosa, que conlleva grandes sacrificios: las relaciones personales, la salud y, en última instancia, la vida. Los astronautas conversan continuamente sobre camaradas caídos, reciben transmisiones de emergencia a las que nunca se podrá socorrer y encuentran pecios abandonados, convertidos en tumbas. A pesar de estos sombríos detalles, la expansión espacial se contempla como un deber inexcusable. Si bien hay que reconocer que no les mueve la curiosidad ni el progreso científico, si no el deseo de aprovechar las riquezas naturales de Venus. Me ha recordado el prólogo de “Los astronautas” de Stanislaw Lem, donde se comentaba que la ciencia ficción soviética trataba sobre denunciar a tus vecinos al partido o construir fábricas, pero, siendo justos, esta visión del universo como mera fuente de recursos a explotar también es típica de Heinlein y del pensamiento cristiano.

Los protagonistas, con sus inevitables roces personales, rebosan camaradería y dedicación. Los Strugatsky tienen el acierto de elegir como protagonista a Bikov, un astronauta novel, reclutado por su habilidad para conducir vehículos oruga y sus conocimientos de los desiertos. Aunque, como todos es un gran profesional, Bikov es bastante obtuso y no particularmente despierto, lo que da pie a innumerables momentos de humor. Su ignorancia, además, proporciona la excusa perfecta para que los demás tengan que explicárselo todo y contribuyen a dotar a la novela de mayor humanidad.

Al final, se trata de una épica novela de aventuras, que fuerza hasta extremos sádicos la capacidad de resistencia de sus protagonistas, enfrentándoles al fracaso, la incertidumbre, la enfermedad, la muerte y el agotamiento físico más extremo. Como tal, funciona perfectamente, salvo por la lentitud de su comienzo.

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