Philip Marlowe y Raymond Chandler
Recientemente, he concluido la
lectura del gigantesco volumen “Todo Marlowe” que, como su nombre indica,
contiene todas las historias que Raymond Chandler escribió protagonizadas por
el mítico detective. Se ha dicho a menudo que, si bien Dashiell Hammett fue el
creador del género negro, Raymond Chandler fue quien lo desarrolló. En efecto,
la mayoría de los detectives privados que vinieron después, estaban cortado por
el mismo patrón que Marlowe. Todos bebían demasiado, eran melancólicos,
narraban sus aventuras en primera persona con gran ironía y aprovechaban la
menor ocasión para desvariar sobre los asuntos más variados y peregrinos.
Todo aficionado al cine negro
tiene su propio Marlowe favorito. Lo crean o no, Juan Carlos Planells se
decantaba por Elliot Gould. Carlos Boyero por Humphrey Bogart y Robert Mitchum.
El propio Chandler se lo imaginaba como a Cary Grant, y aunque en su juventud,
por ejemplo en “Luna nueva”, hubiera sido una elección absurda, el Grant maduro
con las sienes plateadas habría quedado bastante bien. Lo crean o no, mi
elección favorita es James Gardner, a quien considero un actor a reivindicar,
aunque la suya no sea la mejor de las películas que se han hecho de Marlowe, si
bien ostente el logro de arrojar a Bruce Lee por un balcón.
La obra de Chandler es idolatrada
casi unánimemente. Son fans suyos gente como el ya mencionado Carlos Boyero,
Rosa Montero, Soledad Puertolas, Rodolfo Martínez y un largo etcétera. Tal vez por
estar tan altas las expectativas, al principio se me resistió. Expondré mis
razones:
Los argumentos de Chandler suelen
ser, de puro enrevesados, delirantes. Al final, consigue que Marlowe mas o
menos ate todos los cabos sueltos que se han ido largando a lo largo de sus
historias, pero si las estudias con detenimiento, dichas explicaciones son a
menudo muy poco creíbles, como tampoco lo son la cantidad tan grande de
coincidencias que las salpican y las situaciones resueltas de modo improvisado,
tal vez incluso chapucero, aunque nada de ello te suele importar mientras las
estás leyendo.
Es famoso el dicho de Chandler
que dice algo así como, “Cuando no sepas como hacer avanzar la historia, haz
que uno de los personajes apunte al protagonista con un arma”. Chandler utiliza
bastante este truco para mantener el interés, eso no me molesta, pero tiene
otros vicios que si lo hacen, a saber, las descripciones excesivamente
pormenorizadas. Probablemente para alcanzar el número de páginas que haga
posible la publicación de la obra como novela, Marlowe nos cuenta absolutamente
todo lo que ve. Detalla con profundidad los itinerarios que sigue para llegar a
cualquier parte, para, a continuación, detallar con el máximo detalle las casas
y las habitaciones en las que entra y el vestuario de las personas con las que
habla. A menudo notaba como la vista se me iba, cruzando líneas y líneas,
esperando que terminara de describir las cosas.
El tema del vestuario es peculiar,
porque el lenguaje y el conocimiento demostrados, parecen dignos de un cronista
de la alta sociedad, oficio que aparentemente desprecia y que, además, es digno
de afeminados. Nadie es perfecto y, repartidos por las novelas de Marlowe se
encuentran varios comentarios homófobos que, si hubieran sido publicados hoy,
le habrían valido muchos problemas a Chandler.
Un último comentario al respecto.
No sé si será cosa de la traducción, pero se emplea mucho el material “piel de
cerdo”. No es que tenga nada que objetar, probablemente de eso exactamente se
trate, pero es una denominación tan carente de glamour que no puede menos que
extrañarme. Entiendo que una dama de la alta sociedad utilice unos guantes de
cuero. Comprendo que utilice unos guantes de piel. Pero ¿unos guantes de piel
de cerdo? Suena poco refinado.
Incluso a través de la
traducción, no se puede negar que hay algo mágico en la prosa de Chandler. Su
mezcla de ironía y lirismo es arrebatadora. Quizá sea el propio lenguaje y no
sus enrevesados argumentos los que nos hacen pasar hoja tras hoja. Sin embargo,
tal vez debido a que soy un lector muy rápido, eso hace que me canse muy
deprisa de un autor, el exceso de personalidad acabó empachándome, por que mantiene
siempre el mismo registro, independientemente de las circunstancias que
ocurran, siempre igual a si mismo a lo largo de toda la novela. Cuando empecé “El
sueño eterno”, disfrutaba de cada salida de tono de Marlowe. Cuando la acabé,
estaba deseando estrangularlo. Marlowe es siempre taaaan ingenioso. Al
principio, disfrutaba de su ingenio, de sus réplicas aceradas. Al final,
deseaba que, por una vez en la vida, contestara con un monosílabo. ¿Es que
siempre tenía que hacerse el gracioso? ¿No podía desperdiciar una sola
oportunidad de hacerse el listillo?
Quizá “El sueño eterno” no sea la
mejor novela para empezar. El problema es que la sombra de la inolvidable
película de Howard Hawks planea por encima de ella. Es una buena novela, pero
es que la película es una obra maestra, pero como adaptación es muy mala,
puesto que no mantiene el tono ni la personalidad del libro. Y es, en nueve
décimas partes, una comedia romántica, que mata toda posibilidad de
continuación, porque cualquier persona con dos dedos de frente se habría casado
con una chica tan encantadora como la Vivian Sternwood interpretada por Laurent Bacall (Bogart, por
ejemplo, lo hizo), que además de guapa, maja y simpática es una rica heredera y
felizmente casado y con el porvenir resuelto, no hay quien se ponga a resolver
casos. Que decepción descubrir que en la novela su personaje es mucho menos
interesante, y que Marlowe y ella no llegan demasiado lejos.
La parte romántica de sus
aventuras ha sido tremendamente exagerada en las mejores adaptaciones. El
Marlowe real no es un seductor encantador que salta sobre toda mujer que se
ponga en su radio de alcance. Bueno, quizá si lo sea en su última novela, pero
en las demás, es un solitario misántropo desengañado de todo, que bebe a todas
horas y cuya idea del tiempo libre es jugar al ajedrez consigo mismo,
intentando encontrar finales distintos a las partidas legendarias de los
grandes maestros. Marlowe se escuda tras su integridad para apartarse de un
mundo que no está a su altura moral. Es extraño que consiga clientes, por lo
altivo que se muestra con ellos, cuando los entrevista por primera vez, son sus
clientes los que tienen que demostrar que son dignos de que él trabaje para
ellos
Dicho esto, parece que el
personaje se me atragantó y así fue en un principio, pero la cosa pronto
cambió, porque todo lo dicho no niega que su integridad es auténtica. La mayor
aspiración de Marlowe, es ganarse la vida honradamente. Altivo frente los
grandes, es amable y humano con los pequeños, con humildes ascensoristas,
secretarias o taxistas con buen fondo. Está sólo, tremendamente sólo. A veces
acepta un caso, simplemente porque no tiene otra cosa que hacer. Aunque jamás
encubriría a un asesino, su profesionalidad le lleva a meterse en líos
increíbles para proteger a sus clientes, por los que afronta todo tipo de
penalidades, por las que quizá no cobre.
Marlowe es, además un quijote.
Una y otra vez, sin motivos claros, se empeña en ayudar a personas a las que,
ni le unen lazos personales, ni son sus clientes, ni se lo han pedido, pero él
es así. Un rufián acusado del asesinato de su esposa, un borracho al que recoge
del suelo, una mujer a la que su cliente no explica porqué quiere que le siga,
son causas suficientes para que blanda su lanza y espolee a su Rocinante.
En pocas palabras, Marlowe se
acaba haciendo un hueco en tu corazón, y no es la única virtud de estos libros.
Los personajes que los cruzan, sobre todo los secundarios, están llenos de
autenticidad. Hay una gran descripción de ambientes. Los diálogos son obras
maestras dignas de un marco o un pedestal. El sentido del ritmo con el que se
dosifica la intriga y la trama es ejemplar. Creo que ya he dicho bastante sobre
la prosa. Poca gente puede decir las cosas tan claras como Chandler. “Adiós
muñeca”, “La dama del lago”, “La venta alta”, son grandes novelas, pero es que
“El largo adiós” es una auténtica obra maestra, y no me importa que todavía no
tenga absolutamente claro si Terry Lenox asesinó o no a su mujer. La lectura de
las historias de Marlowe debería ser para todo lector una etapa en la vida, una
cita a la que hay que acudir inevitablemente, si puede ser antes mejor que
después.
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