"2312" de Kim Stanley Robinson
Dice el resumen publicitario “Corre
el año 2312. Los avances científicos y tecnológicos han abierto una puerta a un
futuro extraordinario. La Tierra ya no es el único hogar de la humanidad: lunas
y planetas de todo el sistema solar se han convertido en nuevos hábitats. Pero
durante este año, 2312, una serie de sucesos forzará a la humanidad a afrontar
su pasado, su presente y su futuro. El primero de estos sucesos se produce en
Mercurio, en la ciudad de Terminador, lugar que supone un prodigio sin precedentes
de la ingeniería. Una muerte inesperada transforma la vida de Cisne Er Hong. Y
Cisne, que en el pasado se dedicaba al diseño de nuevos mundos, se verá
arrastrada a una intriga que tiene por objeto destruirlos.”
Hay algo de verdad en ello, pero
no deja de ser publicidad y como tal falsa. Los que la lean pueden esperar
encontrarse con una historia detectivesca dominada por la intriga y el
suspense. Nada más equivocado. Los que se embarquen en esta novela se
encontrarán con la descripción pormenorizada de los vagabundeos de Cisne Er
Hong por todo el sistema solar. En eso consiste la novela, en descripciones de
mercurio, Venus, saturno, titán, incluso la tierra, enlazadas por medio de una
trama endeble, en la que sí, aparece algo de intriga, resuelta de un modo
improvisado y poco interesante.
Nada extraordinario por otra
parte. A fin de cuentas, su famosa trilogía de Marte consistía más o menos en
lo mismo, centrándose en la superficie de un solo planeta. A menudo establezco
la distinción entre buenos escritores y buenos escritores de ciencia ficción,
distinción que sé que para mucha gente no tiene el menor sentido. Comprendo su
punto de vista. ¿Considero a Kim Stanley Robinson un buen escritor de ciencia
ficción? Pues….casi que no. Le considero, más bien, un buen escritor de temas
científicos.
Recuerdo que la lectura de “Marte
Rojo” me traumatizó. Me encantaban las descripciones del paisaje marciano. Me
gustaba la descripción de la vida en Marte, de la tecnología que usaban y
desarrollaban los protagonistas y de las estrategias de terraformación, pero
¿Cuándo iba a suceder algo de una puñetera vez? Tras un prólogo impactante
venían páginas y más páginas en las que, para mi desesperación, no pasaba
absolutamente nada. Curiosamente, disfruté bastante las continuaciones, aunque más
que secuelas en este caso se trata de una ¿novela? dividida en tres tochos.
Ello se debía a que ya había aprendido como leer a Robinson.
Kim Stanley Robinson es un autor
aburrido. Hay que aceptarlo. Uno no debe desesperarse por eso. Sus libros no
enganchan y no hay que intentar engancharse a ellos. No debe dedicarse mucho
tiempo seguido a la lectura de sus escritos. Si fuera un guionista de cómics o
de televisión y yo fuera de esos a los que les encanta sembrar de prestamos
léxicos sus posts, diría que sus capacidades como story teller son nulas. Que el libro avanza pero el plot no, es mas que no se ven indicios
de plot por ningún sitio. Lo ideal es
dedicarle ratos libres de manera esporádica y salpicar su lectura con la de
libros de otros autores. Soy un lector voraz. Un libro corto apenas me lleva
una semana. Uno gordo, como los tochos de Dan Simmons, dos, ocasionalmente
tres. Los martes de Kim Stanley Robinson me llevaron cada uno dos meses de
media.
Así que veamos, a lo resumido en
la publicidad, habría que añadir que el libro está estructurado en tres tipos
de capítulos, los normales, en los que se cuentan los viajes de Cisne Er Hong y
otros personajes, los de fragmentos y los de listas. Los de fragmentos son
fragmentos de libros ficticios, sirven para añadir información de ambientación
o de aspectos científicos, situando esta información fuera de la trama y así no
interrumpiendo directamente la ¿acción? Su naturaleza de fragmento resulta
frustrante, porque ni empiezan ni acaban, por lo que a menudo no terminan de
explicar lo que quieren explicar. Los de listas son esos, listas de cosas
relacionadas, no sirven a ningún propósito, más allá de rellenar páginas y de
hacer que la narrativa parezca moderna y chula.
El personaje principal, Cisne, me
ha resultado una neurótica bastante antipática con la que resulta imposible
empalizar, Robinson ya hacía cosas así en la trilogía de Marte, y tampoco es
que los personajes más simpáticos, como Wahram, resulten un prodigio de
humanidad. Al final, los personajes no son más que monigotes que Robinson mueve
de un lado a otro del sistema solar, para contemplarlo a gusto y para que
puedan servir de portavoces a sus propias reflexiones. El caso paradigmático es
el personaje de Kiran. Cisne le conoce en un incidente que no parece muy
relevante y a continuación la narración prosigue desde su punto de vista
durante un capítulo entero, que no parece tener nada que ver con la trama y que
no llega a ninguna parte. Podríamos decir que en ese capítulo no ocurre nada (aunque
lo mismo se puede decir de la mayoría de los capítulos de Cisne) y una vez
terminado, el libro sigue con Cisne donde la habíamos dejado, cómo si no
hubiera ocurrido nada. Kiran volverá a salir en otro par de capítulos y al
final proporcionará una información importante para la resolución de la trama.
Un narrador competente no le hubiera vuelto a sacar hasta ese momento, pero,
aparte de que no lo sea, eso no le hubiera permitido al bueno Kim Stanley Robinson
obsequiarnos con descripciones del proceso de terraformación de Venus.
Todo hay que decirlo, no había
vuelto a leer a Robinson desde lo de Marte, hace ya al menos diez años, y sólo
he leído cuatro libros suyos. Con esto quiero decir que no soy ningún experto
en su obra, aparte de que todo lo que digo no es más que mi opinión personal.
Dicho esto, me ha parecido la novela más amena de Robinson hasta la fecha. A
ello contribuye su longitud, mucho más reducida de lo habitual, la variedad de
escenarios y un ritmo algo más ágil de lo acostumbrado. Hay un par de
situaciones de supervivencia ante catástrofes que están a punto de ser
emocionantes, aunque no llegue a conseguirlo. Curiosamente esa variedad, que
hace que se eternice mucho menos en sus famosas descripciones, le quita parte
de su encanto, que consistía en trasladarnos a paisajes del espacio exterior a
base de lo detallados de sus escenarios.
En resumen, no he encontrado aquí
literatura. Tampoco entretenimiento. Ahora bien si he encontrado interesantes
reflexiones sobre el capitalismo, la ecología, la longevidad, la sexualidad,
incluso la música y descripciones bastante bellas de parajes del sistema solar
y hábitats imaginarios. Es lo que cabe esperar de Kim Stanley Robinson y si te
metes en ello con los ojos abiertos puedes disfrutarlo, aunque lo cierto es que
una vez terminada la novela, me siento más cómo si acabara de terminar un
trabajo, o dar los últimos toques a un proyecto, que cómo si hubiera terminado
de disfrutar la lectura de una novela. Y no me preocupa esperar otros diez años
para leerme algún otro libro suyo, quizá el de Galileo.
A mi el bofetón me lo dio Robinson cuando intenté releer la trilogía de Marte (que en su día me pareció excepcional). Es imposible releer a Robinson. ¡Vaya puto coñazo! Lo bueno de la lectura de sus obras se agota eso, en la primera lectura. Cosas raras
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