“Vlad” de C.C. Humphreys
La edición española viene
subtitulada como “La última confesión del conde Drácula”, el título original
es, simplemente “Vlad: the last confession”, obviamente sin referencia a ningún
conde, pues esta es una novela sobre la vida del personaje histórico Vlad
Draculea, conocido ampliamente como Vlad Tepes, y no aparecen vampiros en ella.
En el epílogo, el autor comenta que Bram Stoker no sabía nada del personaje
real, que solo le gustó el nombre. Así que esto es una novela histórica, no hay
detalles sobrenaturales.
Humphreys se aplica a lo poco que
se sabe realmente del personaje. En ese mismo epílogo hace una lista de los
detalles conocidos a ciencia cierta y no es mucho más lo que ocurre, así que
supongo que el libro será correcto desde el punto de vista histórico, pero me
falta conocimiento para poder afirmarlo con seguridad. Por cierto, que todos
esos detalles también pueden encontrarse en e cómic “Drácula” de Robin Wood y
Alberto Salinas. No es lo mejor de Robin Wood, pero es un trabajo bastante
decente, y en el prólogo, en el que el protagonista comienza a dictar su
historia a un escriba, hay más calidad literaria que en toda esta novela.
El autor se esfuerza por tratar a
su personaje con ecuanimidad, no se refocila en exceso con ninguna de sus
barbaridades, aunque tampoco las oculta, pero se echa en falta un análisis
psicológico más profundo. Vlad parece alternativamente un héroe atormentado por
sus experiencias en la prisión de Tokat, o un monarca frío y calculador, que
cultiva una imagen de crueldad cómo un recurso más a emplear. La del trauma me
parece una visión demasiado simplista y tópica, la segunda tiene el
inconveniente de que se da de narices con la apasionada naturaleza de la que
hace gala el resto del tiempo, pareciendo en ocasiones un fanático religioso. Vlad
Draculea, además, no me parece gran cosa como estratega. Aunque se justifica la
mayor parte de las veces cómo que no tenía más opciones, la verdad es que, por
lo que se lee, se precipitó una y otra vez a la hora de enfrentarse a sus
enemigos y que siempre lo fiaba todo en el apoyo de gente de muy poca
confianza, que acabaron traicionándolo.
La excusa que se utiliza para
tejer la narración es una encuesta realizada más de una década después de su
muerte, para estudiar si es posible limpiar su imagen y rehabilitar la orden
del dragón. Tres personas que lo conocieron van relatando, supuestamente, su
vida entre todos. Digo “supuestamente”, porque fuera de hacer pequeñas
introducciones, nunca lo cuentan en primera persona, se limitan a ceder el
testigo al clásico narrador omnisciente que, además, narrará sucesos que
ninguno de los tres pudo presenciar.
No me quejo exactamente. El tema
de los diversos narradores en primera persona, cuando se realiza con talento,
queda de puta madre, pero es un auténtico engorro del que pocos autores salen
ilesos: hay que dar su propia voz a cada narrador y el hecho de que sólo puedan
contar lo que vivieron directamente es un verdadero desafío para los escritores
(y lectores) criados con el cine y la televisión. Mi única objeción es, si al
final lo vas a narrar todo en tercera persona, incluyendo incluso escenas de
los malos discutiendo de sus cosas en habitaciones cerradas, ¿para que te
molestas en montar este artificio? ¿Y para que haces que el lector se tenga que
tragar las páginas sobre la preparación y el desarrollo de la vista, que
mayormente no afectan para nada a Vlad? Con lo mucho que me molesta peder el
tiempo.
Bueno, en una ocasión sirve de
elipsis. Interrumpimos la conexión y uno de los presentes hace avanzar la trama
varios años, resumiendo lo que le ocurrió al príncipe de Valaquia entre el
final del anterior capítulo y el comienzo del siguiente. Podría haber servido,
también, para exponer los diferentes modos de enjuiciar sus actos y los
posibles puntos de vista con los que se puede ver el personaje, pero no se
hace, esa posibilidad se desperdicia totalmente, los asistentes a la vista no
hacen más que repetir los mismos pareceres, una y otra vez. En el fondo, su
única finalidad, es prepararnos una previsible sorpresa final, que todo lector
atento y experimentado vendría esperando desde la mitad del libro. Una sorpresa
poco creíble, innecesaria, destinada sólo a dar una especie de final feliz a su
protagonista, e incluso una especie de triunfo final.
Por lo demás, la vida de Vlad
Draculea es tan pródiga en batallas, traiciones, asesinatos y ejecuciones (con
estacas de punta roma), como para mantener entretenido al lector más exigente.
Se podría decir que el mérito es de la Historia, con mayúsculas y no del bueno
de C.C. Humphreys, pero creo que ya lo he machado demasiado. Él es quién decide
que fragmentos de su vida narrar y como narrarlos y estructura su narración con
notable eficacia. Así, asistimos a su época de rehén de los turcos, su
traumática estancia en la prisión de Tokat, su primer reinado, como títere
turco, su segundo reinado, la venganza contra los boyardos, su brutal
instauración del orden, la guerra contra los turcos, los bosques de empalados,
la derrota, la traición, la prisión y su última guerra.
Todo es aceptablemente
entretenido. A veces la puesta en escena resulta muy teatral, con lo que no
quiero decir que no resulta natural, sino que el modo en que transcurren las
escenas y los diálogos recuerdan a una obra de teatro. No sé si lo hubiera
pensado si no hubiera leído que el autor fue actor. Correcto, como he dicho que
me parece en lo histórico, Humphreys no es particularmente brillante en las
descripciones, que por lo general carecen de colorido y vitalidad. Las escenas
de torturas o empalamientos, siendo horribles, se escriben con los detalles
mínimos necesarios para no cargar las tintas en los aspectos truculentos.
Igualmente, se cuenta casi lo menos posible de las batallas y las campañas
militares, de toda una vida envuelta en ellas, sólo dos se describen en
profundidad. No estamos ante un Bernard Cornwell, no son particularmente
emocionantes o realistas. Con todo, entre ejecuciones y batallas, puede que
sean el sesenta por ciento de la novela.
La impresión general que me ha
producido, es de profesionalidad. Es un libro honrado, bien escrito y
entretenido, pero sin rastro de pretensión artística. O, caso de tenerlas, el
autor fracasa en ellas. Calma el hambre,
pero no cautiva con el sabor de la buena mesa. No sobresale por encima de la
media en ningún aspecto. Ni grandes defectos ni grandes aciertos. Se lee tan
rápidamente como se olvida. Una típica novela histórica, como cualquier otra de
los cientos de novedades que pueden encontrarse en nuestras estanterías. Ni
más, ni menos.
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