“El día de la estrella negra” de Frederik Pohl



Ya iba siendo hora de que Pohl apareciese por aquí. A fin de cuentas, se trata de uno de mis autores favoritos. A menudo se habla de los tres grandes, refiriéndose a los autores más importantes de la época dorada de la ciencia ficción: Robert A. Henlein, Isaac Asimos y Arthur C. Clarke. A mí, personalmente, me gusta hablar de los cuatro grandes: Isaac Asimos, Arthur C Clarke, Frederik Pohl y Poul Anderson. Con una cultura científica que podía rivalizar con la de sus colegas, Pohl destaca por sus preocupaciones medioambientales y sociales. Las catástrofes ecológicas, el agotamiento de los recursos naturales y la superpoblación eran temas habituales suyos y a su capacidad de sátira no era inmune el sistema capitalista, lo que resulta sorprendente en un autor originario de Estados Unidos.

Su escritura era irónica y escéptica, propia de alguien que conoce bien a la especie humana, pero que, a pesar de ello, no ha perdido la esperanza. A la hora de elegir sus personajes sentía predilección por pobres diablos, tipos no especialmente carismáticos ni heroicos, atrapados, o más bien aplastados, por situaciones que les sobrepasaban.

“El día de la estrella negra”, una novela escrita en 1985 cuando ya contaba con sesenta y seis años, me ha resultado desconcertante. No por el argumento, que se entiende perfectamente: Después de una guerra nuclear entre EE UU y Rusia, ambas naciones quedaron aniquiladas y la China y la India se repartieron el mundo. Los antiguos EE UU fueron colonizados por China, que organizó a los escasos supervivientes, junto con los ciudadanos del país que en el momento de la catástrofe se encontraban en China, siguiendo el patrón de la república popular. Así que tenemos a estadounidenses agrupados en comunidades agrícolas que cultivan arrozales. Durante la primera mitad de la novela se nos describe esta sociedad con detalle, lo que le permite a Pohl poner de vuelta y media a las sociedades comunistas, demostrando que ningún sistema político estaba libre de sus dardos. Y hay que reconocer que lo hace sin demonizar y sin propaganda. La mayoría de las personas que aparecen se comportan de modo mezquino y egoísta… de igual modo que lo hacen en una sociedad capitalista. No sólo dispara contra el comunismo, en una hábil pirueta, se las arregla para darle la vuelta a la sociedad actual y convierte a China en el primer mundo: los turistas chinos son una gran fuente de ingresos y les gusta hacerse fotos junto a los pintorescos campesinos estadounidenses. Es decir, hace que los ciudadanos de EE UU sean tratados exactamente como ellos tratan al tercer mundo.

En esas aparece en el cielo una nave extraterrestre, creada por una especie que entró en contacto con la humana gracias a unos astronautas de EE UU, abandonados tras la catástrofe… y que está decidida a ayudar a sus descendientes a liberar la nación de sus antepasados.

Poco más se puede decir sin destrozar la historia. Sinceramente, ya he dicho demasiado. Es una novela muy agradable de leer. Ocurren cosas lo suficientemente a menudo como para que uno no pueda aburrirse y además, cosas cada vez más gordas. Tanto esos EE UU colonizados por China como el mundo en que conviven humanos y Erks son escenarios muy trabajados, que satisfarán plenamente a ese ramo de los aficionados a la ciencia ficción que buscan sumergirse en mundos extraños y exóticos, descritos con el suficiente detalle para hacerlos cercanos, y Pohl lo hace sin necesitar tres libros.

La estructura del libro es conocida: Los capítulos se componen de capítulos pequeñitos que componen uno grande. Cada capítulo grande esta contado desde el punto de vista de uno de los protagonista y empiezan con su nombre en letras mayúsculas y grandes, aunque, cosa curiosa, el nombre forma parte de una frase.

Los personajes son lo que menos me ha convencido, porque los he encontrado demasiado caricaturescos. Muchascaras parece directamente salido de un episodio de Futurama y no comprendo la inclusión de tal personaje, a menos que sirva para reírse un poco de la propia ciencia ficción, lo que es sano. Pettyman Castor me resultaría muy creíble si fuera un adolescente de trece años. Ya en otras ocasiones Pohl ha utilizado el punto de vista de un adolescente en sus novelas y suele quedarle bastante bien. El problema es que tiene veintidós años y unos estudios autodidactas inmensos. De Feng Miranda no hablo, porque es tan unidimensional que me cuesta considerarla un personaje.

No descarto que este tratamiento de los personajes sea algo intencionado, que se haya hecho aposta para resultar más cómico y ridículo.

Se tratan muchas ideas y temas interesantes. Dice Domingo Santos que es una novela que admite muchas capas de lectura. No seré yo quien lo niegue. A lo ya comentado, hay una clara crítica a la guerra, el militarismo y el revanchismo y a ese defecto tan humano de obsesionarse tanto con las ideas que se defienden que se pierden de vista los medios con los que se hace y las consecuencias que producen. Probablemente haya detectado muchos más, que no me vienen ahora a la cabeza. Tal vez demasiados. Por eso mismo esta novela me ha resultado desconcertante. Al igual que en “El mundo al final del tiempo”, no acabo de entender que era lo que Pohl pretendía exactamente con este libro. ¿Hacer pasar unos ratos entretenidos a sus lectores, obligándoles a pensar además? Si es así, premio, pero si había algo más en sus intenciones, no lo pillo.

Plantea tantas ideas, que no termina de desarrollar en profundidad ninguna de ellas. Parece más un esbozo de las preocupaciones de su autor, que una plasmación de las mismas. Seguramente por eso se la considera una obra menor, un fracaso, quizá, aunque un fracaso interesante, entretenido y agradable de leer.

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