“Crónicas de Atopía” de Matthew Mather
Dice la contraportada de este libro “En un futuro cercano, para escapar de la aglomeración y el desorden que asuelan una Tierra completamente contaminada, la élite mundial escapa a Atopía, una enorme isla artificial, y de propiedad corporativa, en medio del océano Pacífico. Hasta allí se dirige la doctora Patricia Killian para perfeccionar lo último en realidad virtual: un programa para salvar el planeta, devastado por el insaciable apetito de la humanidad por los recursos naturales.
Crónicas de Atopía es un viaje hacia la esencia de la humanidad a través de un apocalipsis en que los seres humanos y las máquinas se funden en un mundo al borde del desastre ecológico.”
En esta ocasión lo he copiado para advertir que pocas veces he visto una publicidad mas desencaminada y un comentario que menos tuviera que ver con el libro.
Afortunadamente las primeras páginas consisten en una introducción del propio Matthew Mather explicando la estructura del libro.
“La estructura de Crónicas de Atopía consiste en cinco novelas relacionadas entre sí y un último volumen que las amalgama. Cada una de las cinco historias sigue el recorrido personal de un personaje de Atopía y se entrelaza con las demás en la construcción de ese mundo. Es importante que tenga en cuenta que los relatos de Atopía no son secuelas sino historias paralelas. Todas ellas empiezan en el mismo momento, la misma época y suceden simultáneamente, en un único mundo.
Así que, mientras lea, no olvide, por favor, que cada nuevo relato empieza en el mismo punto temporal que el anterior y que será el último volumen el que los una a todos. ¡Que los disfrute”
Hablando en plata NO ES UNA NOVELA, ES UNA COLECCIÓN DE RELATOS, que transcurren en el mismo mundo, a la vez y que en el último de ellos se explican mas o menos las relaciones entre todos. Aunque es una figura vital en el mundo de la novela, Patricia Killian sólo tiene protagonismo en la última de ellas y nunca “se dirige” a Atopia, está en ella desde el comienzo. El empeño de Mather es dejar clara la estructura del libro a sus lectores es, a la vez, triste y conmovedor. Lo segundo por su honradez, lo primero, por la baja opinión que tiene de la inteligencia de sus lectores, que le hace creer necesario explicar la estructura del libro para poder ser entendido. Mas triste todavía es que he leído algunos comentarios de gente que se quejaba de lo lioso de esta novela.
Para los admiradores de “Cibertormenta” hago saber que uno de los protagonistas es un ya anciano, aunque increíblemente bien conservado, Vince Indigo y hay un ligero flashback relacionado con ella. Es solo un guiño y, en realidad, muy bien ejecutado, realmente no hace falta haber leído “Cibertormenta” para entender “Crónicas de Atopía”. Aunque transcurran en el mismo universo, son tipos diferentes de historias, con muy poco en común, casi diría que adecuadas para públicos diferentes.
Dicho todo esto, vayamos a lo que de verdad importa ¿que tal está? Bueno, no está mal. Desde mi punto de vista, Mather ha subido el nivel de un modo impresionante desde “Cibertormenta”, pero hay que tener en cuenta la pobre opinión que ésta me mereció. El peor aspecto, siguen siendo los personajes. Parece que Mather se esfuerza en evitar los héroes estereotipados cortados por un mismo patrón y trata desesperadamente de que sus protagonistas sean seres humanos, pero solo consigue que sean seres humanos estereotipados cortado siguiendo un patrón inspirado en los telefilmes de sobremesa. Concebidos por el autor como patrones de género (es decir, como reglas) en vez de lo que son: trucos baratos. Nada nuevo para los lectores de “Cibertormenta”, pero, lo que en aquella novela resultaba insufrible, funciona bastante bien dentro de un relato. El lector reconoce rápidamente la etiqueta que Mather ha adjudicado a cada personaje, la mujer de negocios obsesionada con el trabajo, el marido que descuida a su esposa, el joven cabeza hueca, y eso le permite al autor ahorrar tiempo de presentación e ir directamente al fondo de la cuestión.
La mitad de los relatos funcionan como episodios de “Twilight zone” o “Outer Limits”, el protagonista realiza un pacto faústico encubierto, por medio del uso de una nueva tecnología y su abuso de la misma acabará trayendo la tragedia o el castigo sobre él. Una visión harto desconfiada de la tecnología que ya estaba en la primera obra del autor.
Ideologías aparte, los dos primeros relatos, aunque previsibles, me han parecido modélicos, ideas interesantes desarrolladas hasta su conclusión lógica y terrible. Las cosas se empiezan a torcer en el tercero, precisamente el protagonizado por Vince Indigo, no porque la idea no sea buena, es casi genial, sino por lo mal desarrollada que está. La eterna huida de la muerte del protagonista debería ser algo desesperante, pero, si Vince Indigo la siente, no lo hace el lector, Mather no consigue, puede que ni siquiera intente, transmitir su angustia al lector y la pifia por completo en el final, inexistente, por tratarse de una historia estrechamente relacionada con la conclusión del libro, sacrificando la parte por el todo.
Entonces llega Bobby Baxter y las cosas se tuercen del todo. A raíz del final sospecho que Mather intenta que el personaje sea simpático, pero, precisamente por eso, a mí me resulta insufrible, pero sobre todo, el libro se tuerce porque durante la mayor parte de esta interminable historia, no ocurre absolutamente nada. Este relato es usado por Mather para presentar a unos cuantos personajes y como escaparate para mostrarnos las múltiples aplicaciones de la tecnología, fundamentalmente lúdicas que pueblan su futuro. Hay imaginación y hay sentido de maravilla. La aparición de los “trolls” es para partirse de risa, pero a pesar de ello, cansa. Las experiencias con realidad virtual (¿porqué la llaman sintética, me he perdido algo?) que pueblan algunas novelas modernas me recuerdan mucho a las novelas de los años sesenta y setenta que contaban experiencias con drogas ficticias, parecen entusiasmar al mismo público y me resultan igual de aburridas. Así y todo, el final es excelente y no solo porque por fin se acabe.
Nancy Killiam no aporta mucho, aunque protagonice uno de los momentos mas chocantes y sorprendente y de William McIntyre hay poco que contar, vuelve a seguir el esquema ya referido de abuso de tecnología con terribles consecuencias. Su historia no está mal, pero soy incapaz de tomarme en serio algo que termine con eso tan manido de “tenía que perderlo todo para darme cuenta de lo que realmente importa en la vida”.
De la parte final, cuanto menos diga mejor. Hay algunos esperables giros inesperados y es bastante entretenido. Confieso que el final me tuvo bastante absorto, a pesar de la impericia de Mather para crear un clímax, que me hacia desear abandonar la lectura cada vez que empezaba uno mas de sus breves capítulos. Por desgracia, los lectores que hayan llegado hasta aquí se encontrarán con que, justo cuando por fin parece que estamos en medio de una novela, esta termina. Habemus saga, efectivamente. Ya existe una segunda parte, que al parecer concluye sin que termine nada y Mather ya está preparando la tercera.
Según las páginas finales, Mather tiene amplios conocimiento en ciberseguridad, nanotecnología computacional y otra muchas cosas. Por desgracia, no aplica dichos conocimientos al libro, excepto como fuente de inspiración. Los “inteligentículos” de su obra resultan una especie de llave mágica que sirve para absolutamente todo, incluido predecir el futuro o explorar líneas alternativas. Seguramente en los siguientes tomos proporcionarán poderes extrasensoriales y viajes en el tiempo. No me parece que se trate para nada de ciencia ficción hard, a menos que se me haya escapado algo, ni siquiera se aclara en ningún momento de donde sacan los ordenadores la potencia de cálculo necesaria para generar la realidad “sintética” y si alguien me dice que del cerebro humano, me pego un tiro. Funciona sin embargo como una fantasía agradable, que no por ello deja de tratar temas muy serios y muy preocupantes para nuestro futuro inmediato.
No es un mal libro. Hay en el un despliegue de imaginación muy disfrutable y un batiburrillo de ideas bastante fascinante. No me disgustaría leer la continuación, aunque no la espero con ansía precisamente, pero eso sí, Matthew Mather necesita urgentemente pulir sus defectos como narrador. Que vaya a un curso de escritura creativa o se busque la vida, pero que, por favor, deje de inspirarse en los culebrones de televisión y en los seriales para toda la familia. Si no lo hace, corre el riesgo de convertirse en otro Robert Sawyer.
Afortunadamente las primeras páginas consisten en una introducción del propio Matthew Mather explicando la estructura del libro.
“La estructura de Crónicas de Atopía consiste en cinco novelas relacionadas entre sí y un último volumen que las amalgama. Cada una de las cinco historias sigue el recorrido personal de un personaje de Atopía y se entrelaza con las demás en la construcción de ese mundo. Es importante que tenga en cuenta que los relatos de Atopía no son secuelas sino historias paralelas. Todas ellas empiezan en el mismo momento, la misma época y suceden simultáneamente, en un único mundo.
Así que, mientras lea, no olvide, por favor, que cada nuevo relato empieza en el mismo punto temporal que el anterior y que será el último volumen el que los una a todos. ¡Que los disfrute”
Hablando en plata NO ES UNA NOVELA, ES UNA COLECCIÓN DE RELATOS, que transcurren en el mismo mundo, a la vez y que en el último de ellos se explican mas o menos las relaciones entre todos. Aunque es una figura vital en el mundo de la novela, Patricia Killian sólo tiene protagonismo en la última de ellas y nunca “se dirige” a Atopia, está en ella desde el comienzo. El empeño de Mather es dejar clara la estructura del libro a sus lectores es, a la vez, triste y conmovedor. Lo segundo por su honradez, lo primero, por la baja opinión que tiene de la inteligencia de sus lectores, que le hace creer necesario explicar la estructura del libro para poder ser entendido. Mas triste todavía es que he leído algunos comentarios de gente que se quejaba de lo lioso de esta novela.
Para los admiradores de “Cibertormenta” hago saber que uno de los protagonistas es un ya anciano, aunque increíblemente bien conservado, Vince Indigo y hay un ligero flashback relacionado con ella. Es solo un guiño y, en realidad, muy bien ejecutado, realmente no hace falta haber leído “Cibertormenta” para entender “Crónicas de Atopía”. Aunque transcurran en el mismo universo, son tipos diferentes de historias, con muy poco en común, casi diría que adecuadas para públicos diferentes.
Dicho todo esto, vayamos a lo que de verdad importa ¿que tal está? Bueno, no está mal. Desde mi punto de vista, Mather ha subido el nivel de un modo impresionante desde “Cibertormenta”, pero hay que tener en cuenta la pobre opinión que ésta me mereció. El peor aspecto, siguen siendo los personajes. Parece que Mather se esfuerza en evitar los héroes estereotipados cortados por un mismo patrón y trata desesperadamente de que sus protagonistas sean seres humanos, pero solo consigue que sean seres humanos estereotipados cortado siguiendo un patrón inspirado en los telefilmes de sobremesa. Concebidos por el autor como patrones de género (es decir, como reglas) en vez de lo que son: trucos baratos. Nada nuevo para los lectores de “Cibertormenta”, pero, lo que en aquella novela resultaba insufrible, funciona bastante bien dentro de un relato. El lector reconoce rápidamente la etiqueta que Mather ha adjudicado a cada personaje, la mujer de negocios obsesionada con el trabajo, el marido que descuida a su esposa, el joven cabeza hueca, y eso le permite al autor ahorrar tiempo de presentación e ir directamente al fondo de la cuestión.
La mitad de los relatos funcionan como episodios de “Twilight zone” o “Outer Limits”, el protagonista realiza un pacto faústico encubierto, por medio del uso de una nueva tecnología y su abuso de la misma acabará trayendo la tragedia o el castigo sobre él. Una visión harto desconfiada de la tecnología que ya estaba en la primera obra del autor.
Ideologías aparte, los dos primeros relatos, aunque previsibles, me han parecido modélicos, ideas interesantes desarrolladas hasta su conclusión lógica y terrible. Las cosas se empiezan a torcer en el tercero, precisamente el protagonizado por Vince Indigo, no porque la idea no sea buena, es casi genial, sino por lo mal desarrollada que está. La eterna huida de la muerte del protagonista debería ser algo desesperante, pero, si Vince Indigo la siente, no lo hace el lector, Mather no consigue, puede que ni siquiera intente, transmitir su angustia al lector y la pifia por completo en el final, inexistente, por tratarse de una historia estrechamente relacionada con la conclusión del libro, sacrificando la parte por el todo.
Entonces llega Bobby Baxter y las cosas se tuercen del todo. A raíz del final sospecho que Mather intenta que el personaje sea simpático, pero, precisamente por eso, a mí me resulta insufrible, pero sobre todo, el libro se tuerce porque durante la mayor parte de esta interminable historia, no ocurre absolutamente nada. Este relato es usado por Mather para presentar a unos cuantos personajes y como escaparate para mostrarnos las múltiples aplicaciones de la tecnología, fundamentalmente lúdicas que pueblan su futuro. Hay imaginación y hay sentido de maravilla. La aparición de los “trolls” es para partirse de risa, pero a pesar de ello, cansa. Las experiencias con realidad virtual (¿porqué la llaman sintética, me he perdido algo?) que pueblan algunas novelas modernas me recuerdan mucho a las novelas de los años sesenta y setenta que contaban experiencias con drogas ficticias, parecen entusiasmar al mismo público y me resultan igual de aburridas. Así y todo, el final es excelente y no solo porque por fin se acabe.
Nancy Killiam no aporta mucho, aunque protagonice uno de los momentos mas chocantes y sorprendente y de William McIntyre hay poco que contar, vuelve a seguir el esquema ya referido de abuso de tecnología con terribles consecuencias. Su historia no está mal, pero soy incapaz de tomarme en serio algo que termine con eso tan manido de “tenía que perderlo todo para darme cuenta de lo que realmente importa en la vida”.
De la parte final, cuanto menos diga mejor. Hay algunos esperables giros inesperados y es bastante entretenido. Confieso que el final me tuvo bastante absorto, a pesar de la impericia de Mather para crear un clímax, que me hacia desear abandonar la lectura cada vez que empezaba uno mas de sus breves capítulos. Por desgracia, los lectores que hayan llegado hasta aquí se encontrarán con que, justo cuando por fin parece que estamos en medio de una novela, esta termina. Habemus saga, efectivamente. Ya existe una segunda parte, que al parecer concluye sin que termine nada y Mather ya está preparando la tercera.
Según las páginas finales, Mather tiene amplios conocimiento en ciberseguridad, nanotecnología computacional y otra muchas cosas. Por desgracia, no aplica dichos conocimientos al libro, excepto como fuente de inspiración. Los “inteligentículos” de su obra resultan una especie de llave mágica que sirve para absolutamente todo, incluido predecir el futuro o explorar líneas alternativas. Seguramente en los siguientes tomos proporcionarán poderes extrasensoriales y viajes en el tiempo. No me parece que se trate para nada de ciencia ficción hard, a menos que se me haya escapado algo, ni siquiera se aclara en ningún momento de donde sacan los ordenadores la potencia de cálculo necesaria para generar la realidad “sintética” y si alguien me dice que del cerebro humano, me pego un tiro. Funciona sin embargo como una fantasía agradable, que no por ello deja de tratar temas muy serios y muy preocupantes para nuestro futuro inmediato.
No es un mal libro. Hay en el un despliegue de imaginación muy disfrutable y un batiburrillo de ideas bastante fascinante. No me disgustaría leer la continuación, aunque no la espero con ansía precisamente, pero eso sí, Matthew Mather necesita urgentemente pulir sus defectos como narrador. Que vaya a un curso de escritura creativa o se busque la vida, pero que, por favor, deje de inspirarse en los culebrones de televisión y en los seriales para toda la familia. Si no lo hace, corre el riesgo de convertirse en otro Robert Sawyer.
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