“La estación de la calle Perdido” de China Mieville


La incomparecencia de China Mieville este año a su cita veraniega anual me ha permitido, por fin, leer esta novela, la segunda publicada por su autor tras la, en mi opinión, muy mediocre “El rey rata”, la primera de las ubicadas en el universo de Bas-Lag y, si la memoria no me falla, la primera obra de China Mieville en ser publicada en España. A menudo se la cita entre las obras maestras del steam punk.

¿Cómo describir el universo de Bas-Lag? Pues, muy por encima, diría que es un mundo imaginario de reminiscencias victorianas, en el que la magia convive con las máquinas a vapor mas inverosímiles posibles, junto con alienígenas o razas de seres inteligentes diferentes del hombre.

Nueva Crobuzon, la inmensa urbe en la que transcurre la novela, es una especie de Londres victoriano, iluminado por farolas de gas recorrido por el metro, generalmente elevado sobre pilares, en el que los coches no son tirados normalmente por caballos, sino por pájaros que no vuelan, bueyes modificados por la magia (taumaturgia) para caminar sobre dos patas, o hombres rehechos por crueles sentencias judiciales. Simplificando su variopinta población, por sus calles circulan mujeres con cabezas de escarabajo, anfibios capaces de esculpir el agua, vegetales espinosos dotados de movimiento, hombres pájaros, hombres murciélago, robots movidos a vapor y dirigidos por ordenadores analíticos (con tarjetas perforadas) y veinte cosas mas.

Ahora por la red ha empezado a difundirse el término “worldbuilding” refiriéndose a la capacidad de los escritores de literatura fantástica para crear mundos imaginarios. Pues si tuvieras que explicarle a alguien lo que es el “worldbuilding” a una persona dotada de una paciencia infinita, lo mejor que podrías hacer es arrojar a sus manos un ejemplar de “La estación de la calle Perdido” y decirle: “Esto es worldbuilding”. Ante la imaginación desatada de China Mieville, el resto de autores famosos por sus “worldbuilding” palidecen en comparación. Nadie es capaz de crear lugar y biologías con un detallismo y una minuciosidad como los de China Mieville. Mieville es capaz de describir cada barrio de su ciudad, su arquitectura y su historia, así como la del pueblo que lo habita, sus costumbres, tradiciones y fiestas de guardar. No es que parezca que haya visitado en persona las tierras que sueña con sus palabras, es que parece que haya emigrado a ellas durante años.

Es innegable el atractivo que tienen los mundos imaginarios, es la razón del éxito de sagas como “Dune”, “El señor de los anillos” o la mismísima “Canción de hielo y fuego”. Me parece que cuando escribió esta obra, China Mieville era un escritor muy joven, deseoso de impresionar a la afición. La novela es una extensa carta de presentación y un grito de atención. ¡Mirad lo que soy capaz de hacer! ¡Esto sí que es un mundo bien descrito! La ciudad imaginaria mas bizarra y mejor descrita de todos los tiempos, con los alienígenas mas extraños, las imágenes mas impactantes y las escenas de acción mas espectaculares. Y todo eso en un entorno urbano, sin búsquedas de talismanes mágicos ni batallas definitivas contra el ejército del mal, pero si con putas y traficantes de drogas y una milicia omnisciente que reprime las huelgas de modo sangriento.

Podría decirse que toda la novela es “worldbuilding”. Sería una exageración, pero no tan gorda como parece sin haberla leído. Y ese es su principal problema. Tanta atención al detalle, tanto párrafo tras párrafo describiendo los diferentes barrios de la ciudad, resultan cansados. Es un tributo a Mieville lo poco aburridos que se hacen, dada su longitud. Peter Hamilton o Iain Banks me hacen bostezar con muchos menos. Tal vez sea porque estos autores te pasean por instantáneas turísticas, mientras que Mieville te pasea desde el ayuntamiento hasta los barrios bajos y su mundo vive, respira y resulta mucho mas auténtico. Aún así, él también cansa. Durante muchas páginas parece que, en vez de escribir una novela, haya querido crear un nuevo género, el de las guías turísticas de ciudades imaginarias. Aunque seguro que no es nuevo y hay precedentes. Siempre los hay.

Es una novela muy larga. La edición de bolsillo en que yo la he leído son 824 páginas. No se trata de que le sobren un par de docenas de páginas, desperdigadas por aquí y por allá, que ya sería grave. Es que le sobran un par de cientos. Pasan alrededor de 200 antes de que las piezas empiecen a encajar y la trama a coger forma. Antes de eso los personajes se limitan a hacer su vida: trabajan, conversan entre ellos y pasean por Nueva Crobuzon. Mucho de esto último. En ese periodo, la narración no parece tener ningún objetivo y no me sorprendería que así fuera. Tal parece que China Mieville fuera escribiendo el libro sobre la marcha, hasta que de repente se le ocurrió el argumento.

No se trata solo de las descripciones, otros apartados se me han hecho largos. En ocasiones, con el objeto de crear suspense o expectación, o que un hecho aparentemente insignificante pero que tendrá graves repercusiones futuras se grave en la cabeza del lector, lo subraya dilatando el ritmo estilístico, empleando muchas palabras para contar muy poco. Es lo que pasa en las cuatro páginas que tarda el constructo aspiradora en cobrar conciencia de si mismo, en las que, con sintaxis complicadas y muchísima soltura, no dice absolutamente nada hasta la última línea, o en las interminables vueltas y revueltas que ciertos cables dan por toda la ciudad, justo antes de su clímax final.

Se echa en falta una labor de poda. Mieville está demasiado enamorado de sus creaciones y es incapaz de desechar ninguna. En determinado momento, el protagonista Isaac Dan der Grimnebulin se marca una conferencia sobre “la torsión” durante seis páginas. A través de ella el autor hace una alegoría bastante inspirada sobre el bombardeo nuclear de Japón y un alegato anti nuclear. Muy bien, muy bonito y comprometido, pero ¿qué demonios tiene que ver con el resto de la novela? ¿porqué la ha interrumpido para contárnosla? Lo mismo pasa con los manecros, una creación realmente fascinante. Los presenta, los involucra en la lucha y, acto seguido, los mata a casi todos. Tras una escena de acción bastante lograda, los manecros desaparecen del mapa, dejando la historia en el mismo estado en que la encontraron. Al final, podrían haberse eliminado de la trama sin que esta se viera afectada, los lectores incluso pueden saltarse las páginas en que aparecen, sin tener el menor problema para seguir la historia.

A estos defectos, se les podría añadir otros de naturaleza estilística: la repetición machacona de metáforas, símiles e imágenes desagradables. En “La estación de la calle Perdido” todo es coagular y tumorizar, todo son heces, pus y flema. Tal vez pretenda con ello reflejar la decadencia de la ciudad, pero resulta monótono. También lo es su uso exagerado de los adjetivos (me debo estar haciendo muy viejo, esto nunca me molestó con Lovecraft, que es el que tiene la fama, pero ahora me molesta) y esos consabidos fragmentos escritos en cursiva, en los que se intenta reflejar el pensamiento de un ente no humano, o una visión interdimensional, con una escritura deliberadamente confusa. un lugar común dentro de la literatura fantástica, entendido como una regla, en vez de como un cliché con el que hay que acabar y otra forma de rellenar páginas que no dicen nada.

Por último, está el tema de los personajes. Mieville es genial con los personajes secundarios. Personajes que solo aparecen unas pocas páginas o que ni siquiera aparecen, el embajador infernal, Jack Mediamisa, los manecros, la propia tejedora, el consejo mecánico, pero también, sencillamente, los videntes, líderes callejeros, taberneros, mendigos y los diferentes vodyanoy que aparecen, gozan de un carisma y un empaque que, por contraste, resalta mas la poca entidad de los personajes principales. Durante la mayor parte de la novel, el reparto descansa en los hombros del trío formado por Grimnebulin, Derkhan y Yagharek. Yagharek, el hombre pájaro cuyas alas fueron cercenadas merecidamente por la justicia de su pueblo, es deliberadamente, un enigma. Derkhan es poco mas que un nombre. En cuanto a Grimnebulin, es agradable que Mieville haya querido romper con tópicos y que lo mas parecido al héroe de la historia sea un hombre de mediana edad y gordo, pero tampoco es un personaje muy definido. Mas allá de su pasión por la ciencia y por la khepri Lin, el único rasgo aparente de su carácter es su costumbre de hablar como un matón de colegio, que no parece casar mucho con un hombre de ciencia. Este problema también se agudiza porque, sin duda, el personaje mas interesante de la novela y el mejor desarrollado, es Lin. Por desgracia, tras haber dedicado un montón de tiempo a hurgar en su pasado y su personalidad, Mieville se deshace de la mujer escarabajo justo cuando la trama empieza a ponerse interesante.

Hemos llegado al momento en que doy un golpe al timón de mi reseña. Lo dicho hasta ahora podría dar una sensación muy negativa. Nada mas lejos de mi intención. He disfrutado mucho con “La estación de la calle Perdido”, como con casi todas las novelas de Mieville. Una vez la trama coge velocidad, es imposible abandonarla y estoy hablando de una 600 páginas. La historia se convierte en una novela que podríamos llamar “de terror”, pues hay monstruos sueltos en Nueva Crobuzon, depredando a su población. Mieville no crea un clima de pesadilla, ni transmite una sensación de indefensión e impotencia ante el mal, pero sus monstruos son criaturas bastante fascinantes y, a cambio nos da un vibrante historia de cacería, en la que seres humanos normales y las entidades mas extrañas compiten, colaboran y mueren mientras se enfrentan a un adversario animalesco y todopoderoso. En estas páginas se suceden todo tipo de lances, a cual mas violento, espantoso y espectacular. Hay carnicerías, persecuciones, tiroteos, evasiones y batallas, en medio de una ambientación magistral y un gran sentido de maravilla.

Después de tal frenesí, el epílogo resulta algo anticlimático, aunque también muy inquietante.

No es una novela genial, pero es una novela repleta de genialidades. Una demostración de talento e imaginación, portentosa y excesiva. Un escaparate de excesos. Una de esas novelas que, a pesar de sus innegables defectos, parecen nacer destinadas a convertirse en obras de culto.

PD: Este post ya dura demasiado y no he encontrado un hueco en él para referirme al capítulo que contiene la visita al burdel de las putas rehechas. No puede resignarme a no hacer ningún comentario. ¡Grrrrr! Que mal rollo, hacía décadas que no leía algo que me causara tanto repelús.

Comentarios

  1. Coincido totalmente. Fascinante y envidiable -de morderse los nudillos- la capacidad imaginativa de este hombre. Sin embargo, como narración me pareció más conseguida su continuación, "La cicatriz", que tiene casi tanta imaginación barroca y desatada pero es menos pastosa. Esta última, por cierto, contiene una escena que aún me sigue poniendo los pelos de punta, por bien contada y por terrorífica y porque nunca jamás se me podrían imaginar unas criaturas tan repelentes como asombrosas.

    Alb

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  2. Por cosas de la vida, "La cicatriz" fue la primera novela de Mieville que leí, mucho antes de que empezara este blog y es la causa de que empezara a seguir su obra.Si que guardo de ella mejor recuerdo, pero también pudo ser por ser la primera, el autor todavia conservaba para mi la frescura.

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  3. Te acordarás entonces del ataque de las mujeres-mosquito. A mí es que me dejó patitieso. Y ya que estoy, el Consejo de Hierro me pareció plúmbeo.

    Alb

    Alb

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    1. Huf, "El consejo de Hierro". entiendo lo que dices. Los flasbacks eran muy laaaarrrgggooos y no parecían tener relación con el resto de la novela y, aunque China Mieville diga que le pareció la única conclusión lógica, a mi me parece que la terminó con lo primero que se le ocurrió. Lo peor, creo, es que permitió que su ideología interfiriera con la historia y, aunque esté en su derecho, eso siempre suele resultar mal. Que se lo digan a Robert A. Henlein.

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  4. Buena reseña. Sus personajes principales no son entrañables y la longitud es innecesaria. Tiene tantos detalles irrelevantes que terminé perdiendo el interés.

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