“El último teorema” Arthur C. Clarke y Frederik Pohl


 

Para un lector de mis gustos, una novela escrita a cuatro manos por Frederik Pohl y Arthur C. Clarke debería ser como si en un concierto tocaran juntos Jimmy Page y Ritchie Blackmore(1). Aunque sin duda sería una actuación memorable, en el mundo de la palabra escrita las cosas no suelen salir tan bien. Ya es un cliché el comentario de que la calidad de una película es inversamente proporcional al número de guionistas que intervienen en ella. Para colaborar en la escritura de una novela, hace falta algo especial en uno de los autores, algo especial de la que la mayoría de los mortales carecemos. En este caso la sinergia era todavía más improbable. Según he leído, Clarke le pidió ayuda a Pohl para terminar el libro porque aciagas circunstancias le impedían concentrarse en su escritura. (Se estaba muriendo) En esa situación, no creo que haya nadie capaz de idear un argumento apasionante. 

“El último teorema” tiene dos. Por un lado se nos cuenta la vida de un aficionado a las matemáticas, Ranjit Subramanian nacido en Sri Lanka y obsesionado con el teorema de Fermat y por otro se nos cuenta la historia de unos alienígenas que se dirigen a la Tierra a exterminar a la especie humana. Ambos argumentos terminarán convergiendo justo antes del final. El problema es que ninguno de los dos es demasiado apasionante. 

A Ranjit Subramanian no le ocurre nada llamativo durante la mayor parte de su vida, salvo un par de años absolutamente terribles. Se pelea con sus padre, se aburre en la universidad, se casa, hace turismo, tiene hijos … Todos ellos acontecimientos importantes en la vida de una persona, pero insuficientes para dedicarles una novela. Incluso ese par de años tan horribles, ocupan menos páginas que las que se dedican a describir sus viajes turísticos. 

La parte de los extraterrestres tiene su gracia, son pintorescos, si no originales, pero sus capítulos son simples instantáneas, cuadros apresurados que describen sus especies con un par de pinceladas, o cuentan alguna pequeña anécdota. Su función se limita a descansar al lector, brevemente, de las peripecias de Ranjit Subramanian. Si es que pueden llamarse peripecias. 

La novela carece de objetivos y de progresión dramática. En ningún momento se tiene la sensación de que la trama esté avanzando hacia alguna parte. Es una mera acumulación de sucesos, sin ton ni son, ni casi relación. Los cambios políticos que presencian Ranjit y su familia me parecen ingenuos y poco creíbles. En los aspectos científicos y especulativos, los autores se defienden mejor, explican cosas interesantes de un modo fácilmente comprensible, aunque no son muy originales: se construye un ascensor orbital en Sri Lanka, a pesar de los problemas geográficos reconocidos en uno de los epílogos y, en determinado momento, se escenifica una carrera de veleros solares. Estoy seguro de que, en ese capítulo, hay párrafos enteros copiados del cuento “El viento solar” de Arthur C. Clarke. 

Las cosas mejoran bastante al final, cuando por fin llega los extraterrestres, porque tanto Clarke como Pohl eran maestros de la ciencia ficción y una historia de primer contacto les sale sola, sin necesidad de pensar. A pesar de ello, ninguno de los dos está a la altura de sus mejores libros, el desenlace parece escrito con el piloto automático puesto, termina porque en algún momento tenía que acabar. 

Es un mal libro, que quede claro y por supuesto que recomiendo a los que no lo hayan hecho ya, que NO lo lean. Sin embargo, hay libros malos y libros malos. En “El último teorema” asistimos a una mezcla de estilos estimulante, en la que cada autor parece haber asimilado lo más representativo de su compañero. Así tenemos al Frederik Pohl más optimista y al Arthur C. Clarke más satírico. Ranjit es un personaje simpático, aunque poco esbozados, casi todos los personajes del libro lo son y es fácil cogerles cierto cariño. En ningún momento la novela me ha resultado aburrida, aunque si monótona. Recuerdo que una noche me puse a leer el libro ilusionado por la curiosidad de ver como Ranjit conseguía ganarse el interés de los estudiantes de sus seminarios. Y conseguir que algo así me interese, requiere un talento nada despreciable. Es una novel amena y fácil de leer. Quizá se deba a la claridad y a la sencillez del estilo en que está escrita. O quizá se deba a lo cortos que son los capítulos. 

(1) Esto es una cita de Mark Millar, hablando de “All stars Batman & Robin” de Frank Miller y Jim Lee, pero no he conseguida encontrarla, así que la he rellenado con dos de mis guitarristas favoritos.

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