“Century rain” de Alastair Reynolds


Perdida por completo la esperanza de que Alastair Reynolds vuelva a ser publicado en España, he decidido resignarme a lo inevitable y empezar a leerle en ingles. La experiencia ha sido satisfactoria, a medias. La historia se entiende bien y los diálogos se comprenden perfectamente, al 100%, pero casi no hay un párrafo en el que no aparezcan palabras que me resulten desconocidas y Alastair Reynolds abusa bastante de esos verbos que, en ingles, parecen servir para todo, mientras que en otras ocasiones se usa en usar el verbo más críptico posible, para describir una acción de lo más trivial. ¿Y que decir de las preposiciones? Las preposiciones poseen una magia oculta para modificar el significado de los verbos sin que parezca haber una regla que la generalice. In y Out pueden modificar del mismo modo el significado de diferentes verbos. ¡Ah, los placeres ocultos que encierra la lengua del Bardo!

Esta reseña estará 100% plagada de spoilers, si alguien se indigna y no tiene un tío editor que pueda adquirir los derechos de la obra de Alastair Reynolds en español, sus comentarios serán gloriosamente ignorados.

Como ocurre en muchas de las novelas de su autor “Century Rain” consta de dos historias que acabarán confluyendo. Por un lado tenemos a Wendell Floyd, un ciudadano de los estados unidos, asentado en el París de los años cincuenta, músico de Jazz que completa sus magros ingresos trabajando como detective privado. Un arrendatario le contrata para que investigue la muerte de una de sus inquilinas, también estadounidense, que cayó desde un balcón, en lo que la policía considera un suicidio y él no, aunque lo único extraño sea una niña horrenda que se vio rondando por las cercanías del edificio y que la finada mantenía una extraña colección de souvenirs parisienses, como periódicos, callejeros y cosas de lo más trivial y poco interesante.

Los años cincuenta en los que vive Floyd transcurren en un siglo veinte en el que Francia jamás llegó a ser invadida por Alemania, cuya ofensiva se frustró en las Ardenas y el conflicto no llegó a globalizarse, por lo que el mundo sólo ha conocido una guerra mundial. La ausencia de esta guerra también ha provocado que su nivel tecnológico sea menor del que fue en realidad, pues la informática, la astronáutica y otras tecnologías no sufrieron el empujón que les proporcionó la guerra. (Tengo dudas sobre esta tesis, Colossus tuvo una influencia nimia sobre el desarrollo de la informática, porque, para cuando se desclasificó, ya existían ordenadores comerciales mucho más avanzados)

En paralelo, Verity Auge es un arqueóloga del futuro, que investiga las ruinas de París, después de que una catástrofe volviera inhabitable la Tierra y sólo sobrevivieran aquellos humanos que en aquel momento se encontraban en el espacio. Una imprudencia de Verity le costará afrontar un proceso judicial y el único modo de evitar sus consecuencias es aceptar un peligroso y misterioso encargo.

Aunque esta novela está fuera del ciclo de “Espacio Revelación”, los parecidos del universo de Verity con el de este ciclo son asombrosos. También ha habido una plaga de origen nanotecnológico, varias en realidad y la humanidad está dividida entre los conservadores que intentan preservar el pasado, facción a la que pertenece Verity y los que han abrazado la revolución nanotecnólogica, los Slashers, no tan diferentes de los combinados. La verdad es que no comprendo el origen del nombre de esta facción, no usan máscaras de hockey y no van por ahí con cuchillos, persiguiendo adolescentes en celo. Quizá se refiera a que han abandonado la carne, pero lo veo un poco retorcido.

No sé si debido a su extensión, o a los problemas con algunas palabras, me ha llevado bastante tiempo leer esta novela, pero en ningún momento se me ha hecho pesada, a pesar de que, durante su primera mitad el ritmo sea demasiado moroso. El caso de Wendell tarda mucho en arrancar y Verity tarda mucho en saber que es exactamente lo que se espera de ella. También hubo dos capítulos que me impacientaron un poco. En uno, se describe exhaustivamente el trayecto de una persona que cree estar siendo seguida. En otro, la persona que la seguía narra a una tercera el trayecto que siguió la primera, con un nivel de detalle similar. Es probable que le sobren unas cuantas páginas a esta mitad, aunque todo está muy meditado.

Una vez la pareja protagonista se encuentra y empiezan a saltar chispas, el lector debe ponerse el cinturón de seguridad y prepararse, porque empieza un viaje en el que no conocerá el descanso hasta llegar a su final. Un viaje tremendamente adictivo en el que Alastair Reynolds toca diferentes palos. El más evidente es el “noir”, motivo por el que voy a tener que incluir “Serie negra” entre las etiquetas de este post, pero también hay unos personajes que parecen salidos de una historia de terror, aunque quizás sean lo más flojos y lo más sorprendente, un un toque de comedia romántica. La evolución de la relación entre los dos protagonistas puede ser algo forzada, pero los diálogos entre los dos son chispeantes, por momentos recuerda un homenaje a la comedia clásica hollywoodense. Y por supuesto, hay space-opera, batallas espaciales y explosiones titánicas.

Aunque va mejorando en su tratamiento de los personajes, sobre todo de los secundarios, los caracteres principales siguen siendo el punto flaco de Alastair Reynolds, quien no pasará a la historia de la literatura ni por su profundidad psicológica ni por la brillantez de su estilo. Auger es la típica persona obsesionada con su trabajo, aunque la rediman su valor, la lealtad a sus compañeros y la capacidad de cambiar sus puntos de vista. Wendell es, simplemente, encantador. Una persona agradable y llena de recursos, que siempre mantiene la cabeza fría y se adapta a todo tipo de situaciones con una facilidad impensable. Wendell jamás tiene una crisis de incredulidad a lo largo de la novela, ni se plantea que pueda estar volviéndose loco y afronta la inevitabilidad de la muerte o la pérdida de todo lo que ha conocido con un mero encogerse de hombros y un chiste. Demasiado hábil y majo para mi gusto, poco creíble. Por contraste, la acción final con la que cierra el libro, me resulta por completo reprobable y, lo peor de todo, innecesaria. Wendell no tendría que tomar una decisión tan inmoral de no ser por una ocurrencia también suya, tomada pocas páginas antes. Reynolds se lo podría haber ahorrado.

El uso de la nanotecnología en esta novela me parece exagerado. Reynolds la convierte en una forma de magia que permite hacer cualquier cosa, todavía más exagerada que mis odiados “campos de fuerza”, por más que permita una secuencia de lucha muy original y sacar algunos conejos del sombrero bastante curiosos.

El recuerdo que tengo de Alastair Reynolds, después de tantos años, es de un autor entretenido, con buena mano para la ambientación de sus universos de ficción, pero que siempre tiene algunas ideas originales o unos conceptos interesantes que elevan sus obras por encima de la media y las fijan en mi recuerdos. En esta ocasión también ha sido así, hay una reflexión muy interesante sobre la volatilidad del conocimiento que mantenemos de nuestro pasado y la inestabilidad de los medios de almacenamiento moderno. Los agoreros dicen que estamos sólo a un click, un virus informático o un mal día electrónico de perder toda nuestra cultura y que nuestra sociedad será la que menos registros documentales dejará a las generaciones futuras, desde que se inventaron las tablillas de arcilla. También me ha descubierto la amusia, un peculiar trastorno cerebral que inhabilita a sus víctimas a reconocer tonos o ritmos musicales. Bastante escalofriante y existe en el mundo real.

No sé si será un tema de preferencias personales, si será por la riqueza de los ambientes en los que transcurre, o por lo completo de la odisea que hace sufrir a sus personajes, pero hacía tiempo que una novela de ciencia ficción no me “llenaba” tanto. Me ha dejado mucho más satisfecho que las obras que se publican últimamente en español.

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