“Los cronolitos” de Robert Charles Wilson


 
Por la faz del mundo empiezan a aparecer monumentos enviados desde el futuro que conmemoran las victorias militares de un dictador desconocido, Kuin, que parece que, en un periodo de veinte años, se habrá apoderado, como mínimo, del continente asiático.

Con este original punto de partida, Robert Charles Wilson construye lo que es, en el fondo, una clásica historia de viajes en el tiempo, con el típico conflicto entre la causa y el efecto, el libre albedrío y el destino.

Las apariciones de los monumentos provocan inmensas catástrofes, graban a fuego una sensación de fatalismo en la psique de toda una generación y fascinan a los jóvenes y a los que no lo son tanto, creando un grupo de adoradores de Kuin, que tal vez sea el germen de sus futuras conquistas. A la vez aparecen también grupos de colaboracionistas, que consideran que, siendo la victoria de Kuin inevitable, no de debe intentarse combatirlo, a lo más lograr una rendición honorable.

La novela transcurre a través de muchos años, por los ojos de Scott Warden un diseñador de software cuya vida fue casi destrozada por la llegada del primer cronolito, al que una serie de coincidencias muy sospechosas colocan en el entorno de la investigación de los artefactos. Wilson lo dota de una voz irónica que resulta muy fácil de leer y, ocasiones, muy efectiva.

Aunque infinitamente superior a “Mysterium”, esta novela encaja en la categoría de obras menores del autor. Aunque el esfuerzo por definir a los personajes es evidente, todavía no consigue escapar a los clichés de los betsellers y las películas para televisión. Abusa demasiado del trauma. El complejo de culpabilidad que Warden arrastra durante toda la novela, no era necesario para justificar sus acciones durante la parte central del libro, en la que se comporta igual que lo harían la mayor parte de padres no traumatizados. Más extrañado me dejó el tema de los problemas mentales de su madre. No porque no estén bien explicados, al igual que la descripción de como afectaron al Warden niño, sino porque no se mencionan durante casi todo el primer tercio de la novela, luego se introducen en un largo flashback y, a partir de ese momento, son otro de los traumas omnipresentes de Warden. Tampoco me convence, como personaje su hija, Katilin. Básicamente, es demasiado buena, típica idealización femenina, quizá. Su único momento de rebeldía parece una imposición por las necesidades de la trama, en vez de algo auténtico. Otros personajes me resultan más logrados, unos más tópicos que otros.

La novela nunca resulta aburrida, aunque si repetitiva. En cierto momento, se descubre el modo de predecir la aparición de un cronolito. A partir de ahí, la trama se mueve de llegada de cronolito en llegada de cronolito. Si, Wilson sabe crear expectación, la sensación de que algo inmenso está a punto de ocurrir, eleva la tensión poco a poco hasta llegar al momento culminante … y luego lo vuelve a hacer. Y otra. Como pueden imaginar, a la tercera va la vencida.

Sin embargo, la trama es correcta, tanto desde el punto de vista de la acción como del sentimental. Consigue crear empatía por sus atribulados personajes en incluso conmover en determinados momentos. La conclusión deja todos los cabos bien atados y su uso de las paradojas y los bucles temporales es lo suficientemente ingenioso como para satisfacer a los lectores de ciencia ficción veteranos. En suman, es una lectura amena y bastante bien escrita, que no pasará a la historia, pero proporcionará a los lectores unos ratos muy entretenidos.

Con esta obra, he terminado con la lectura de las novelas de Robert Charles Wilson traducidas al español.

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