“El vagabundo de las estrellas” de Jack London


 
“El vagabundo de las estrellas” finge ser el manuscrito que escribe un condenado a muerte, en Estados Unidos, en los primeros años del siglo XX, durante los días previos a su ejecución. El libro registra sus experiencias cuando fue torturado en una camisa de fuerza, en un ambiente de total privación sensorial. Durante esos periodos revive los días de las anteriores reencarnaciones de su alma.

Hay quien ha definido “El peregrino de las estrellas” como las alucinaciones de un preso torturada. Ferrnando Savater parece ser de la misma opinión en el prólogo, apropiadamente titulado “La imaginación al poder”. No comparto esa opinión. Independientemente de lo que yo piense al respecto, no veo indicios de que el protagonista se trate de un narrador poco fiable. Una cuarta parte, quizá más, del libro, consiste en un manifiesto a favor de la inmortalidad del espíritu, que incluso aporta supuestas pruebas.

La novela causó un gran impacto entre los escritores pulp de comienzos del siglo pasado. Su influencia es palpable en la obra de Robert E. Howard, quien confesó directamente que la idolatraba, en una carta dirigida a Clark Ashton Smith, incluida en el segundo tomo de “Miscelaneas” ya reseñadas en este blog. Al parecer H.P. Lovecraft y el propio Clark Ashton Smith eran de la misma opinión.

Jack London era uno de los sospechosos habituales en esas colecciones de “clásicos de la juventud” con las que me crié, aunque siempre se limitaban a incluir “Colmillo blanco” y “La llamada de lo salvaje”. Nunca entendí a que venía tanto interés en contar historias de perros, pese a que el comienzo de “Colmillo blanco”, con esos viajeros que transportaban el cadáver del hijo de un millonario por un Yukon asolado por los lobos, me encantaba. Sin embargo, mis gustos literarios cristalizaron mientras leía relatos suyos como “El ídolo rojo”, “El mexicano”, “Encender una hoguera”, “Amor a la vida” y más en los que los protagonistas ya eran bípedos.

Es por eso que me da casi pena reconocer que no me ha gustado demasiado la novela. Quede claro que es todo lo contrario a una mala obra. El dominio del lenguaje de London es notable y, por una vez, la traducción está a la altura. Hay momentos emocionantes y de gran belleza, trata temas interesantes, en su día debió de tener bastante de novela de denuncia sobre el trato a los presos y lo injusto de las leyes de los Estados Unidos. Las pinceladas de otras épocas tienen el punto justo de encanto y vitalidad, la visión que da de los hebreos durante la época de Poncio Pilatos se anticipó casi a “La vida de Brian”. ¿porqué, si todo es tan bueno, no me ha acabado de gustar?

Bueno, fundamentalmente, es un tema de estructura. Tenemos un conjunto de relatos hilvanados por un hilo principal, que son la experiencias del preso. El problema es que, en este hilo principal casi no pasa nada.

El arco del narrador está terminado desde el comienzo. Conocemos su destino desde las primeras página y también conocemos que ha conseguido experimentar sus vidas pasadas y que ya apuntaba maneras a que podía hacerlo desde niño.

De modo que todo el libro resulta un poco superfluo. No se puede decir que esta evasión tras-temporal sea el objetivo que ha buscado toda su vida, es algo en lo que cae casi por casualidad. A partir del momento en que lo consigue, la estructura del relato se vuelve repetitiva, alternando fragmentos de vidas pasadas con interrogatorios, reconocimientos médicos y burlas al alcaide, calcados todos unos de otros..

Me dirán que eso de que los capítulos intermedios sean repetitivos es bastante típico de los “fix-up” que utilizan una excusa para engarzar unos cuantos relatos que no tienen nada que ver entre sí. Si al menos los relatos fueran buenos... Algunos lo son. La narración de la caravana asesinada por los mormones es vibrante. Hay una historia bastante pasable sobre un naufrago que sobrevive durante años a base de una dieta, muy poco sana, de carne de foca y agua de lluvia. Pero muchos no lo son. Muchos no llegan a la categoría de relato y no pretenden serlo, son simples pinceladas de otras épocas. Recuerdo uno que trata de un asceta meditando en una montaña, que es sólo eso, el ermitaño quemándose al sol y meditando. No es que tenga una revelación, ni nada parecido. Sólo se tuesta al sol.

Otros relatos resultan frustrante por otros motivos. El relato sobre la muerte de Jesucristo, empieza como una historia de vikingos, hasta que el autor se cansa, lo interrumpe y nunca llegamos a saber como demonios el protagonista acabó alistado en la legión romana. Al final, los relatos se adelgazan a la mínima expresión y todo acaba siendo sólo un discurso sobre la raza humana, el espíritu y las mujeres. Y la visión de Jack London de las mujeres, en su día bastante convencional, resulta un poco incómoda de leer hoy en día.

Tengo la sensación de que Jack London no pretendía tanto escribir una novela como un ensayo o un manifiesto a favor de la creencia en la inmortalidad del espíritu. Pues bien, estaba en su derecho de pensar lo que quisiera, pero podía haber elegido otra forma de expresarlo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El fin de la muerte” de Cixin Liu

"Mark" de Robin Wood y Ricardo Villagrán

“La era del diamante: manual ilustrado para jovencitas” de Neal Stephenson