"Pushing ice" de Alastair Reynolds
Tras un breve prólogo, situado 18.000 años en el futuro, la novela empieza cuando, en un futuro cercano, la luna de Saturno Janus se revela como un objeto artificial, al abandonar su órbita y ponerse en camino hacía la constelación de Virgo, a la binaria de Spica, para ser exactos, donde observaciones posteriores detectan otro gigantesco artefacto. Una nave prospectora de hielo, la Rockhopper, es relevada de sus tareas para que investigue el artefacto, antes de que abandone el sistema solar. Tras un accidente, surgirá un conflicto entre la comandante de la nave, Bella Linda y la ingeniera, Svetlana Barseghian, cuando esta última afirme haber encontrado evidencias de que la nave ha sido hackeada para ocultar el hecho de que no tienen suficiente combustible para volver a la Tierra después de la exploración.
Finalmente, la Rockhopper quedará atrapada en la “estela” de Janus y sus tripulantes se verán obligados a convertirse en sus colonos forzosos.
“Pushing ice” me hace pensar en una propuesta para una serie de televisión. Consideradlo bien, población perdida en el espacio sin posibilidad de rescate, luchando por su supervivencia y enfrentados a un misterio alienígena. Dicho así, se despiertan en el cerebro ecos de Espacio 1999, Battlestar Galactica y otros títulos, menos afortunados. La división de los protagonistas en dos grupos rivales enfrentados, los partidarios de Bella y los de Svetlana, podría dar mucho de sí, en cuestión de relaciones interpersonales. Me pregunto si algo parecido no cruzaría por la cabeza de Alastair Reynolds, porque hay múltiples guiños a una ficticia serie de televisión, tipo Star Trek, aunque de la sensación de que con un aspecto más de la armada inglesa.
Reynolds desperdicia todo el potencial dramático de la historia, al volcar el interés emocional de la obra en el enfrentamiento entre las dos líderes, antiguas amigas íntimas. No hay nada de la desesperación al tener que pasar lo que resta de tu vida en el equivalente espacial de una isla desierta, sin el menor contacto con el resto de la humanidad, ni de las alegrías y tragedias que acarrearían la llegada de los hijos a este entorno. No son los peces que quiere pescar, ni los que a mi me interesan, la verdad. Aun así, me ha parecido ver una mejora con respecto a otras novelas del mismo autor. Siendo Reynolds un autor que siempre caracteriza a los personajes lo justito, aquí los dos principales y algún secundario están bien logrados y hay alguna escena dramática efectiva, por más que el odio de Svetlana hacia Bella se antoje desproporcionado e injusto, aunque reconozco que la mesura y la integridad no suelen regir el comportamiento humano.
Es una novela que abarca muchos años subjetivos y muchos, muchos, muchos, muchísimos, pero que muchos, años objetivos, lo que da permite transformaciones en el escenario, tanto físicas como políticas. Una de estas transiciones es tan brusca, que me dejó muy perplejo, entre una página y la siguiente no solo pasan década si no que el equilibrio de poder se invierte por completo, con una rápidez que contrasta con la morosidad con la que Reynolds se tomó previamente, para describir un fragmento de vida cotidiana, la celebración de un cumpleaños infantil que alberga todo un capítulo, cuyo único objetivo sería descubrir, al final, cuales son los cocos que aterrorizan el sueño de Janus. No me parecería mal, de no ser porque la revelación es completamente irrelevante para la narración.
El final tiene algún detalle desconcertante, como también empieza a ser norma en el autor.
Me encantan las novelas de “objetos grandes” y ya hace tiempo que leí una, (“Titan”, para ser exactos). También me encantan las novelas de ciencia ficción “hard” y el modo en el que los escritores talentosos consiguen que plegarse a las restricciones del conocimiento científico no sólo no limite sus historias, si no que consigue hacerlas más interesantes. Es por eso que conviene moderar las expectativas ante la lectura de “Pushing Ice”. Hay un par de cosas que la novela no es.
No es una novela de “objetos grandes”. Desde el primer momento, queda claro que Janus es una máquina que funciona en modo automático, pero sólo se la describe de un modo muy general. Hay líneas de lava que transportan materias primas hacía unas presuntas fábricas, nunca vistas. Hay unos extraños caracteres luminosos que recubre todo, apagándose, encendiéndose y cambiando de color, excrecencias del terreno, que se mueven, aunque despacio y alguna sorpresa que aguarda a sus involuntarios polizones. Poco más. La novela no se centra en la exploración de Janus, el “sentimiento de maravilla” aunque no está ausente, es bastante limitado.
Tampoco es una novela “hard”. A pesar de que al principio lo parece: el efecto Doppler está bien explicado y metido en la historia y hay un fragmento en el que se explica la velocidad a la que se mueve la Rockhopper, comparando las distancias que recorre cada segundo con distancias entre lugares geográficos de la Tierra que es para enmarcarlo, pero conforme avanza la narración aparecen tecnologías cada vez más mágicas, control de gravedad, campos de fuerza, nanotecnología o femtotecnologia, que sé yo, y cosas así. Incluso se mencionan medios de transporte más rápidos que la luz. Que aparezcan no es bueno, ni malo. Que no sienta predilección por ellas es un gusto personal, aunque algunas de ellas tienen un cierto regusto a conejo sacado del sombrero en el último momento para sacar las castañas del fuego a los protagonistas.
Solía decir que los puntos fuertes de Alastair Reynolds eran la ambientación y que, en cada una de sus novelas, por lo menos, había una idea interesante. Y es verdad. Aunque nunca se profundice en sus misterios y sólo haya un par de pasajes describiendo sus rincones, Janus es un escenario fascinante. Según avanza la novela, aparecen algunos alienígenas muy originales y se contempla una posible solución a los problemas de reunir a especies inteligentes, aunque, si bien desde una óptica de dioses metomentodos, me recuerda a algunas ideas que expuso David Brin en el relato “Las esferas de cristal” y puede que incluso en la novela “Los límites del cielo”.
Al margen de expectativas y preferencias personales, lo que “Pushing Ice” desde luego que sí es, es una novela amena y entretenida que se lee con agrado.
Es curioso, Alastair Reynolds no es un escritor que me apasione tanto como Vernor Vinge, Peter Watts o Greg Egan, pero, por algún motivo, es uno de los escritores desaparecidos del mercado español que más echo de menos.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo. En su momento me pareció el mejor escritor de ciencia ficción.
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