“Aventuras y desventuras del príncipe Otto” de Robert Louis Stevenson



Historia de las desventuras amorosas de un príncipe de un pequeño y remoto estado europeo, Grunewald. El príncipe es descrito como una persona agradable, incluso inocentona, desprovisto de interés por el gobierno y de fortaleza, ha delegado todas sus responsabilidades en su joven esposa, Seraphine, a la que adora, pero con la que las relaciones no pueden ser peores. Seraphine, obsesionada con el poder, le desprecia por su falta de carácter y, aliada con el conde Grondemark, planea desatar una guerra sobre el país vecino. Otto, en el curso de una escapada de incógnito, a lo “mil y una noches” descubrirá la pobre opinión que el pueblo de Grunewald tiene de su persona, solo superada por la imagen de adúltera maquiavélica que tienen de Seraphine y tratará infructuosamente de cambiar el curso de su vida, con lamentables resultados.

Resulta curioso leer en la solapa de este libro “el protagonista vive su particular travesía del desierto para finalmente tomar conciencia del determinante papel que ejerce la integridad de su figura sobre el devenir de su pueblo”. Me pregunto si el que la escribió y yo habremos leído la misma novela. Otto es un simple bien intencionado, al que es fácil querer y que se gana con facilidad el respeto y la amistad de sus súbitos en cuanto le conocen, pero también como un inútil carente por completo de capacidad de liderazgo. Lo mejor que le puede ocurrir a Grunewald es que la monarquía sea depuesta y se convierta en una república.

Este republicanismo y su visión de la monarquía, como algo pintoresco y entrañable pero inútil y bastante ridículo, es lo que mas me ha gustado de lo que es, básicamente, una novela rosa. Una historia de amores que transcurre en los salones de grandes palacios en los que las grandes damas, cubiertas de joyas y ataviadas con vestidos de volantes agitan abanicos antes sus educadas naricitas.

Hasta me resultó escalofriante, el ardor que el narrador dedica al sufrimiento que a Otto le causa el distanciamiento de Seraphine, frente a la indiferencia que muestra ante el inminente estallido de una guerra absurda, (tan absurda como otras que han sacudido el mundo en nuestra propia época) o al de una revolución.

La novela parece el libreto de una obra de teatro: los personajes se expresan con un lenguaje muy elaborado y son proclives a los monólogos sobre cuestiones morales y éticas, cuando no religiosas o sobre los temas del corazón. Desconocemos su pasado casi por completo. Esta falta contexto hace que resulte difícil empatizar con ellos pues, aunque se les da muy bien explicar sus sentimientos, fallan por completo a la hora de expresarlos con actos.

Con la excepción de la condesa Providencia von Rosen, el único personaje que parece tener dos dedos de frente en todo el reparto, cuya frivolidad esconde un corazón de oro, irónica, egoísta y generosa a partes iguales. Curioso que su destino me preocupara mas que el de los auténticos personajes.

A menudo, cuando me estoy leyendo un libro, no puedo evitar ir pensando en lo que voy a decir de él en este blog, lo que, admitámoslo, no es la mejor manera de disfrutarlo. En esta ocasión, pensaba poner al pobre Robert Louis Stevenson de vuelta y media, por cursi y por panoli. El caso es que, aunque lo que leía no podía interesarme menos, no por ello podía dejar de seguir leyendo. Puede que el argumento no fuera interesante, pero si que lo era como me lo estaban contando y Stevenson es un maestro de la narración. La forma sobre el contenido. Hay quien a eso lo llama literatura. De acuerdo a esa definición “El príncipe Otto” es alta literatura. No puede negarse el gozo estético que proporciona su lectura. El capítulo I de la tercera parte, que consiste básicamente en descripciones de paisajes, aunque se hace un poco largo, es de una belleza alucinante y en el epílogo, en apenas un par de páginas, derrocha sutileza e ironía y más cariño por sus personajes que el que mostró en toda la novela.

El resto del público, los que no comportan esa visión de la literatura, esos groseros patanes obsesionados con burdos placeres, como que les cuenten una buena historia, será mejor que se abstengan de su lectura, a menos que pertenezcan a la logia de admiradores rendidos de la prosa de Stevenson, en la que me temo que he ingresado.

 

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