“A través de un billón de años” de Robert Silverberg


Novela que cuenta las investigaciones que una expedición arqueológica hace alrededor de una misteriosa civilización, los Superiores, de la que se han encontrado restos en varios planetas de la galaxia, datados con fechas de entre 1100 y 850 millones de años. Su misterio emana no sólo de su antigüedad sino del apabullante hecho de que su civilización duró al menos 250 millones de años y eso contando desde el momento en que empezaron a viajar por el espacio. Dado que la edad de la humanidad se cuenta en unos escasos tres millones de años, comparen.

Curiosamente, nadie en toda la novela plantea la posibilidad de que no dispusieran de un modo de propulsión más rápido que la luz, lo que hubiera sido una explicación bastante prosaica al misterio de su longevidad.

Se trata, por tanto de una novela sobre xeno arqueología. Otra más. Cualquier día, alguien se inventará una palabra para referirse a este sub género. Las ruinas extraterrestres tienen algo que resulta fascinante para los escritores… y los lectores. Los protagonistas de este tipo de relatos suelen pasearse por ruinas de miles de siglos, pobladas por extraños artefactos tecnológicos que funcionan demasiado bien. Bastante de eso hay en la última parte de “A través de un billón de años”, pero es de agradecer que, durante el resto de la obra, los personajes se comportan como arqueólogos de verdad, no como Indiana Jones con trajes espaciales y se dediquen a lo que suelen hacer los arqueólogos: excavar. He leído algún comentario que dice que Silverberg capta muy bien el ambiente de este tipo de expediciones y que, salvando las diferencias de especie, clava a los personajes y sus relaciones. No sabría decirlo, nunca estuve en ninguna.

El título está, evidentemente mal traducido, ya sabemos que para los americanos un billón son mil millones, pero a ver quien era el guapo que encontraba una opción mejor.

La novela se compone de diferentes cartas que el protagonista dicta para su hermana, en la que va contando la marcha de la expedición y la relación con sus compañeros. Este recurso ahorra a Silverberg el trabajo de escribir escenas para presentar a estos: en el primer capítulo los describe uno por uno y ya está, ole sus huevos. Aunque hay que reconocer que así va directamente al grano y la novela gana en fluidez, de otro modo, la presentación de personajes hubiera durado casi tanto como el resto del libro.

El colorido universo de la novela es un batiburrillo entrañable de diferentes ideas de la ciencia ficción clásica. Los humanos viven en paz con varias especies alienígenas, una de aspecto no antropomorfo, genéticamente compatible y otras no (de las cuales, una de ellas se embriaga comiendo flores), hay androides, ahora diríamos replicantes, que han conseguido que se les reconozcan sus derechos como seres humanos, las comunicaciones interestelares se hacen vía telépatas ¡y no me hagan contarles el medio que utilizan para transmitir imágenes! De sonido, video o programas, ni hablamos. Si tuviera que definirlo en una palabra, diría que es un universo encantador. Un futuro optimista y agradable.

Como agradable resulta la lectura de la novela. Aunque hay una única muerte, la violencia está prácticamente ausente. Todo es bastante blanco. El protagonista, joven inexperto, va madurando y superando sus prejuicios, tampoco muy grandes, mientras la excavación va dando paso a la exploración y la aventura. El final, sin ser excelente, es bastante bueno. Lo más soso es la inevitable historia de amor, bastante insulsa. Con todo aquí y allá hay ramalazos de ingenio, tanto en la forma como en el fondo, que calmarán a los lectores sedientos de transcendencia. Los demás se contentarán con un buen pasa ratos, que dejará un recuerdo entrañable.

No obstante, hay una cosa que no me ha gustado nada...

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