"Por el tiempo" de Robert Silverberg



“Por el tiempo” cuenta la historia de un joven atolondrado y obsesionado con el sexo que se une al servicio temporal como guía especializado en la historia de Bizancio. En el mundo imaginado por Silverberg los viajes por el tiempo son fáciles y económicos y el gobierno ha decidido darles el empleo útil y juicioso: ¡Organizar viajes turísticos por los momentos más emblemáticos de la historia!

Queda claro que, aunque no es una novela de humor, la ironía predomina la narración, con algunas ideas muy ingeniosas. Por ejemplo, a fuerza de visitar siempre los mismos momentos, por ejemplo, la crucifixión de Jesucristo, estos están cada vez más poblados y los guías tienen que hacer auténticos malabarismos para no encontrarse con ellos mismos, con lo que estos momentos están abarrotados de muchedumbres de viajeros del tiempo que hacen lo que pueden por ignorarse unos a otros, como dictan las reglas del viaje temporal. Uno de los guías, por ejemplo, queda siempre, el mismo día, con la misma prostituta, a diferentes horas por supuesto y la tiene agotada. También, siguiendo con el tema de la crucifixión, aparece un guía temporal penalizado por llevar un negocio de tráfico de reliquias de astillas de la cruz de Jesús, auténticas.

Con estas simpáticas ideas, Silverberg se gana la benevolencia del lector, durante la mayor parte de una breve novela que se hace muy larga. Estaba seguro de que este libro tenía que ser una novella alargada para convertirla en novela, como “Estación Hawksbill” o “Alas nocturnas”, pero no, parece que ese no es el caso, que Silverberg ya alargó innecesariamente su historia desde la primera versión. Siempre es triste acusar a una novela de que le sobran sus dos terceras partes, pero, en este caso, es más triste todavía, porque es una novela bastante corta.

Mi benevolencia empezó a acabarse justo al comienzo. Para empezar, recurre a uno de los trucos mas viles de la historia de la literatura. En el primer párrafo del primer capítulo, nos anticipa lo que va a ser el nudo gordiano de la obra. Es como si estuviera diciendo: “Sed pacientes. Tenéis que seguir leyendo hasta que ocurra esto”. Por mi parte, lo que yo pensé al leerlo fue: “¿Qué motivo tengo para seguir leyendo hasta que ocurra esto?”. Ninguno. “Por el tiempo” se compone, principalmente, de paja, hasta que llegamos a ese nudo gordiano. A esta novela le sobran, como ya he dicho, dos terceras partes.

En esas dos terceras partes se nos cuenta el proceso de aprendizaje para llegar a convertirse en un guía turístico del tiempo. Esto permite explicar las reglas del viaje en el tiempo, siempre rebuscadas y siempre dadas a equívocos, pero eso es todo. Robert Silverberg imagina una serie de pasos bastante lógicos, pero que no tienen interés por si mismos y en ninguna de las etapas de su aprendizaje le ocurre al protagonista nada interesante.

Además, se nos da mucha información sobre la historia de Bizancio. Parece que Silverberg controle el tema, pero no logra hacer que sus conocimientos resulten interesantes al lector, como si conseguía Poul Anderson en sus relatos de la patrulla del tiempo o como consiguen tantos autores de novela histórica. Cualquiera diría que Silverberg se limitó a copiar una serie de entradas de una enciclopedia (en la época en que se escribió la novela todavía se usaban las enciclopedias)

Cuando, por fin, el propio Silverberg se aburre de tanto relleno, por fin ocurren cosas y el último tercio de la novela es bastante ameno e imaginativo, aunque en este tercio Silverberg se muestre tan benévolo con los abusos a menores como acostumbra a hacerlo con la violación, mientras que, en la mismísima última línea de la novela, descarga sobre los hombros de su necio protagonista un estricto y desagradable destino que desentona con el tono jocoso que hasta entonces había presidido la novela.

Es una pena que Silverberg haya convertido lo que podría haber sido un buen relato o novela corta en una novela mediocre.

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