“El pirata” de Walter Scott


Walter Scott pertenece a un selecto grupo de autores que adoro. Gente como Robert Louis Stevenson, Jack London, Mark Twain o incluso Edgar Allan Poe, que, durante mi infancia, se suponía que debían ser leídos por los niños o, al menos, los adolescentes. “Ivanhoe” me reveló que las versiones cercanas al original eran muy superiores a las adaptaciones condensadas, con páginas de cómic, de las que yo solía alimentarme. “Quentin Durward” pareció desmentir esta afirmación, puesto que no pude terminarla, aunque algún día quiero volver a darle una oportunidad. “El talismán”, aunque con algunas escenas de una teatralidad ofensiva, volvió a encandilarme. Antes de morir, quería darle otra oportunidad a “Quentin Durward”, a “Rob Roy” y, por supuesto a la obra que nos ocupa.

Que ya anuncio que me ha resultado decepcionante.

“El pirata” transcurre en las islas Shetland, en el mar del norte. Sus principales protagonistas son Mertoun y Cleveland. El uno es el hijo de un emigrante extranjero, casi un ermitaño, tan misterioso como aparentemente rico y el otro el superviviente de un naufragio, al que el primero rescata en la orilla del mar. Cleveland parece relevar a Mertoun del afecto de un señor local y de sus dos bellas hijas, lo que lleva a una inevitable rivalidad, pero Cleveland, el pirata que da título a la novela, guarda sus propios secretos.

En general, “El pirata” me ha resultado almibarada, mojigata y grandilocuente. A pesar de ello, no carece de páginas buenas, incluso magníficas y, quieras que no, he sido capaz de acabarla, así que vamos a profundizar en las razones de mi disgusto.

“El pirata” está escrita como si de una obra de teatro se tratara. La trama avanza a golpe de escenas. Se empieza describiendo el escenario de la escena y a los personajes dentro de ese escenario. Luego los personajes empiezan a hablar y se definen a través de estos diálogos, en los que expresan su estado de ánimo y sus sentimiento, en larguísimos monólogos. Desde el noble de mas rancio abolengo hasta el mas mísero mendigo, todos los personajes se expresan con un lenguaje culto y alambicado, salpicado por poemas y versos, lleno de dobles sentidos, metáforas, símiles y una sintaxis de lo más retorcida, que hace difícil seguirlos. Salvando las distancias, o los abismos, a veces me recuerdan a los diálogos de Shakespeare. A veces son magníficos, pero generalmente son aburridos y siempre cansan.

Siguiendo la naturaleza teatral del texto, las escenas de acción, las peleas o las batallas, que aunque muy pocas las hay, transcurren normalmente fuera de foco, o no se describen o se contempla a través de una ventana. Aunque esas escenas tardan bastante en aparecer, porque, no nos engañemos, “El pirata” es una novela romántica y de una cursilería inmensa.

La trama tarda mucho en arrancar. Medio libro aproximadamente. Walter Scott hace cosas como dedicar diez páginas, nada mas y nada menos, para presentar a un secundario cómico que tendrá una importancia absolutamente nula en la trama, aunque, eso sí, al menos empieza el siguiente capítulo disculpándose por ello. Coloca lo que podría se un buen comienzo en la página 36 y un personaje tan fundamental como Cleveland, no aparece hasta la 76. Hace un uso abusivo de la adjetivación, digno de un escritor novato, empeñándose en realzar a todas horas las virtudes de sus protagonistas positivos, sobrepasando incluso al del pobre Robert E. Howard. Por último, malgasta continuamente el tiempo en admoniciones y pensamientos devotos y el argumento tiene algún agujero de cañón. ¿Cómo es posible que dos personas que fueron amantes se reencuentren, no se reconozcan (y eso que una de ellas sigue usando el mismo nombre) y luego en el desenlace se traten como si siempre hubieran conocido sus identidades?
En fin, todo este tipo de cosas hizo que estuviera a punto de cerrar el libro para siempre, durante cada uno de los minutos que duró su lectura.

¿Porqué no lo hice?

Bueno, las descripciones de las islas Shetland son interesantes, que no fascinantes, cuando Walter Scott se pone poético consigue que no se entienda lo que describe. Tengo la sensación de que otros autores habrían sabido aprovechar mejor un escenario tan atractivo.

Del interés histórico de la época que describe, no hablaré. No tengo conocimientos, pero el propio Scott reconoce en la introducción que se inventó las costumbres de la época, extrapolando de las actuales.

Los comportamientos son muy exagerados y teatrales, pero en ocasiones es teatro “del bueno” y algunas de las escenas son muy impactantes. De igual modo, a veces sus engolados diálogos son magníficos. También lo es el modo en el que sutilmente, muda el protagonismo de la novela de Mertoun a Cleveland, sin que el lector se de cuenta o le importe.

Walter Scott muestra una mano maestra en la creación de personajes, sobre todo los secundarios, especialmente aquellos que podríamos llamar “del pueblo llano”, aunque el mejor de todos ellos no pertenezca a este tipo: Norna de Fitful-Head, la sibila, quizá demente, medio embaucadora, medio bruja que mueve los hilos de la novela y que es, en el fondo, su auténtica protagonista. El título de este libro daría una mejor descripción de su contenido si en vez de ser “El pirata” fuera “La hechicera”, o algo parecido.

Complétense los puntos positivos con una ironía inteligente y más que disfrutable y comprenderán que consiguiera acabarme este libro. Llámese genio o talento, no cabe duda que Scott lo poseía y esa cualidad inasible es la que salva la lectura.

Pero no es probable que vuelva pronto a leer una novela suya.

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