“Sidi” de Arturo Pérez Reverte






En “Sidi” Arturo Pérez Reverte recrea los primeros días de Rodrigo Díaz de Vivar en el destierro y la consolidación de su leyenda. Sucesivamente, vemos como gana su apodo, Sidi, adquiere su caballo, Babieca y finalmente la espada, Tizona. Al comienzo de la novela le vemos persiguiendo a una banda de incursores moriscos. Posteriormente, entrará al servicio del rey musulmán de Zaragoza y combatirá tanto a moros como a cristianos.

Pérez Reverte es un autor del que disfruté mucho en su día, pero que acabó cansándome. En concreto, me fastidiaba su costumbre de, en cualquier parte de sus novelas, interrumpir lo narrado con algún momento del pasado de sus protagonistas y de repetir las cosas una y otra vez.

De lo primero, parece haberse reformado bastante. Los flashbacks abundan a lo largo del primer tercio de la novela, pero es un modo lógico de presentar a los protagonistas y disminuyen luego, hasta ser imperceptibles. Todo correcto.

Sin embargo, nuestro académico de la lengua sigue siendo muy redicho.

Estimo que tenía dos objetivos en mente cuando escribió este libro. Uno era ilustrar como era la vida en la frontera durante la época de la reconquista, una vida dura, que podía tener un pronto final, aunque lo que más le interesa es el tipo de gente, criada en este entorno, que se alista en las bandas de mercenarios. Gente ruda y silenciosa, que acatan las órdenes más peligrosas sin rechistar, que saben luchar bien y bien morir y están dispuestas a morir por un gesto de aprecio de su líder. Este tipo de frases se repiten una y otra vez a lo largo del libro. Pérez Reverte parece pensar, como desgraciadamente tantos escritores, que desarrollar un concepto o una idea, consiste en repetirlos hasta el aburrimiento, casi con las mismas palabras.

El otro objetivo sería una reflexión sobre el liderazgo. “Sidi” es una especie de tratado sobre como debe pensar y comportarse un líder militar. Mantener la disciplina, siendo brutal si hace falta, parecer confiado en todas las ocasiones, prepararse siempre para el peor de los escenarios, nunca mostrar indecisión, conocer los nombres de todos sus subalternos, ganarse a sus tropas, asegurarse de que nunca les falte comida, cobijo o sueldo, estudiar el modo en que pueden aprovecharse los accidentes del terreno, mantenerse atento para elegir el momento adecuado en el que un ataque puede dar la vuelta a una batalla, rentabilizar la fama y aumentarla. 

No soy quien para valorar si este objetivo ha sido logrado. De hacerlo, este sería un libro que en el futuro estudiarán en las academias militares.

En el retrato del héroe, se podría decir que el autor se mueve entre claroscuros. Al comenzar la novela, don Rodrigo retrasa la captura de la banda que persigue, para asegurarse de obtener un botín mayor cuando finalmente los aprese. En todo momento, se muestra frío. Sus grandes gestos parecen fruto del cálculo, más que del corazón. Sin embargo, durante la mayor parte de las páginas, el autor roza la hagiografía, con muchos fragmentos elogiando el pedazo de estratega que es y como todos sus hombres morirían por él. Lo lastimoso es que los demás personajes lo dicen. Muchos diálogos consisten en los elogios que le dedican otros personajes. Su relación con el rey de Zaragoza roza lo homoerótico.

Aunque su uso de las onomatopeyas no me entusiasma, Pérez Reverte tiene suficiente personalidad y suficientes tablas para hacer un libro ameno, eso no lo discuto, pero echo en falta un argumento más definido y, sobre todo, una conclusión. Al Cid le van pasando cosas y podrían pasarle muchas más. Cierto es, se venga del desaire que le inflingió un poderoso, pero como catarsis no es gran cosa. Este ensayo sobre el liderazgo deja poco espacio para cosas tales como un planteamiento, un nudo y un desenlace.

Comentarios

  1. No sé qué hace reseñando libros alguien que no distingue infligir de infringir.

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    1. Reemplazo el infringió por inflingió y agradezco tu labor correctora. Sin embargo, ya que te has autoadjudicado esta labor, la próxima vez desearía un trabajo mas exahustivo. Has identificado correctamente la confusión entre inflingir e infringir y me apresuro a corregirla, pero has saltado olímpicamente sobre un "órdenes peligras" que era una herida a la vista.

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