“La fiebre del heno” de Stanislaw Lem



En esta novela Stanislaw Lem propone un interesante enigma. Un grupo de hombres han sufrido incomprensibles ataques de locura. Algunos han muerto. Las muertes podrían o no estar relacionadas. El patrón es difuso, todas las víctimas son hombres de mediana edad, solteros y solitarios, alérgicos a las gramíneas, la mayoría con calva incipiente (en este punto empecé a tener escalofríos y preguntarme si no se trataría de una novela de terror), en buena forma, ricos y frecuentaban los balnearios de aguas termales (aquí pararon mis escalofríos. Además mi calva no tiene nada de incipiente).

No se trata de descubrir al asesino, sino de determinar si existe un asesino, si se trata de un fenómeno natural o de una anormalidad estadística.

La técnica que emplea el autor para conducir esta peculiar investigación, consiste en empachar al lector con todo tipo de acontecimientos y detalles irrelevantes, de manera que, cuando por fin ocurre algo que no lo es, su efecto quede magnificado.

El primer capítulo ejemplifica de modo perfecto esta técnica. En él no ocurre prácticamente nada. El protagonista se viste, deja su hotel en Napoles, come algo, conduce hasta Roma, se registra en otro hotel y se acuesta. Por en medio, se van colocando detalles intrigantes: antes de vestirse, se coloca los sensores que miden sus constantes vitales. Mientras lo hace, descubrimos que utiliza la ropa y las pertenencias de un muerto, que el mismo es un astronauta ¡Vive Dios!, que le siguen las mismas personas que monitorizan su estado y que está inquieto. El punto álgido es cuando una muchacha se desmaya a sus pies en una área de descanso y él pone pies en polvorosa. Descubrimos así que el protagonista está desempeñando una misión que considera tan vital que no admite ninguna interferencia. Y, desde mi punto de vista, que es un bastardo irresponsable.

El modo en el que va insertando estas perlas de información en medio de un relato horrorosamente banal, es propio de un maestro. Son perfectas en su función de generar intriga y estimular el interés del lector, muy necesitado de ello, en medio del tedio que se enseñorea del resto del capítulo.

“La fiebre del heno” es una novela disfrutable, pero sólo por aquellos lectores capaces de armarse de paciencia. De grandes dosis de paciencia. Es una novela corta y su extensión podría reducirse a la mitad. El segundo capítulo, que el protagonista pasa casa íntegramente en un aeropuerto, podría eliminarse por completo y es un capítulo muy grande, lastrado por una larga descripciones de unas medidas de seguridad tan peregrinas como absurdas, vistas hoy, casi cincuenta años después de cuando se escribió la novela. La única importancia del capítulo en la trama, es que el protagonista se aprovechará de lo que allí ocurre para conseguir una habitación en un hotel durante el desenlace, lo que podría haber hecho, por ejemplo, valiéndose de su condición de astronauta, que tampoco es obligatoria, aunque esté algo más justificada.

Otro momento en que se necesita una paciencia a prueba de balas se produce casi a la mitad del libro. Cuando pide ayuda a un matemático, nuestro astronauta le relata con pelos y señales cada uno de los casos investigados. Ya no recuerdo si eran ocho o era doce. Página tras página de un ininterrumpida sucesión de detalles de la vida de cada una de las víctimas y sus síntomas. Posteriormente ese matemático le acogerá en su casa y celebrará una fiesta, narrada también con mucho detalle. Fiesta que, en la narración, tiene el único fin de presentar a otro personaje, que será el que exponga, al final de la novela, la tesis que Stanislaw Lem quería ilustrar al escribirla.

Sería fácil hacer el chiste de que la novela debería titularse: “La fiebre de la paja”. Y tal vez injusto. El lector paciente, bregado en la lectura de Stanislaw Lem, encontrará un escritor más que brillante, que cuando se molesta es completamente capaz de enhebrar la atención del lector por el ojo de su pluma y coserla a una intriga curiosa, plagada de unas reflexiones más que interesantes, aunque ausentes durante la mitad del libro. Todo ello a pesar de la tendencia de su autor a expresarlas del modo más complicado posible, para parecer más inteligente.

wikipedia: “La obra ilustra el concepto de que los hechos tenidos como improbables en una serie experimental acaban presentándose si los experimentos son muchos, lo que es decir que cuanto mayor sea el número de interacciones tanto mayor es la probabilidad de que se den hechos que son improbables cuando el número de interacciones es muy bajo. Como se dice en el texto de la novela, la humanidad se ha vuelto tan populosa y tan hacinada que comienza a parecer estar sometida a leyes similares a las que rigen los movimientos y las interacciones de las partículas. En conceptos similares de mecánica estadística se funda la idea de la psicohistoria que maneja Isaac Asimov en su ciclo de las Fundaciones.

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