"Historias de Xuya" de Aliette de Bodard


Nunca he lamentado tanto mis nuevos habios de tabajo como durante la lectura de este libro. Creo que para disfrutarlo al cien por cien hay que leerlo con un grado de concentración vetado a quienes le roban algunos minutos al sueño, para no despedirse de su afición favorita. Así y todo, me he percatado de que el trabajo de “worldbuildin” es impresionante y lo es, sobre todo, porque no se nota. En sus breves páginas nos enteramos de que en el universo de Xuya la Tierra ha sido abandonada, la gente vive en orbitales y estaciones espaciales, en la que casi cada superficie puede emplearse como revestimiento, en el que proyectar las imágenes que se deseen, las personas viven rodeadas de pequeños robots de propósito general, existen complicadas redes informáticas de muy fácil acceso, el estado ejerce una autoridad asfixiante a través de sus magistrados, que usan rutinariamente la tortura y las drogas. La erudición y la cultura son las características más respetadas, la sociedad es una meritocracia aparente, en la que el puesto que se alcanza en el funcionariado depende de los resultados de unos exámenes, para cuya preparación se busca a los mejores preceptores. De entre ellos los más apreciados son los que disponen de chips neuronales, que almacenan recuerdos y parte de la personalidad de los antepasados, antepasados a los que se rinde culto y que son muy reverenciados. Los vínculos familiares son vitales y entre ellos destacan los que se mantienen con las naves espaciales. Las naves son seres conscientes, el núcleo de dicha consciencia lo compone una persona (son nacidas de mujer) insertada en ellas desde recién nacidas, que tienen una alta longevidad y se convierten en cabezas de clanes. Las naves pueden proyectan avatares en los hábitats con los que se puede interactuar físicamente, e incluso mantener relaciones sexuales, lo que resulta placentero para las naves, cosa, esta última que no acabo de veo claro.

Toda esta información se inserta en la trama, sin necesidad de explicaciones, y puede ser absorbida con toda facilidad por los lectores más despistados que desconozcan por completo el universo de Xuya, , incluidos aquellos cuyo encefalograma, por culpa de la falta de sueño, oscila entre el de un coma total y un muerto viviente sediento de cerebros vivos. No es poco tributo a la habilidad de Aliette de Bodard, pero, a pesar de su talento para el “worldbuildin” las historias que componen el ejemplar están más orientadas hacia los personajes que hacia el escenario.

La primera “La maestra del té y la detective” narra el primer encuentro entre una nave traumatizada por sus experiencias durante la guerra que sobrevive preparando infusiones de hierbas y … una detective consultora. Siendo amena, para mi gusto falla en lo principal, la historia que se cuenta. Las dos protagonistas son carismáticas e interesantes, pero la trama que las envuelve no lo es, sobre todo para mí, porque incide en alunas de mis manías mas recientes, razonamientos que ignoran las leyes de la causalidad presentados como evidentes y una importancia muy grande dedicada al hiperespacio, aunque no lo llamen por ese nombre. A pesar de ello, el final, el modo en el que las dos protagonistas consiguen comprenderse mutuamente y aprenden a respetarse, que no el desenlace del supuesto misterio, es muy bueno. Además ¿acaso hay alguien que pueda resistirse al aroma de Baker Street, aunque sea en el espacio? Yo no, desde luego. Sobre todo, si es en el espacio.

En la segunda historia, “Siete de infinitos” una erudita de origen humilde, que esconde un secreto vergonzoso y trabaja de preceptora de una joven prometedora, requiere la asistencia de una nave, socia del mismo club de poesía al que ella pertenece, cuando se encuentra con un cadáver en sus aposentos. Casi inmediatamente, descubrimos que la erudita nave es en realidad un legendario ladrón de guante blanco. Parece que, si en “La maestra de té y la detective” Bodard recreaba a Sherlock Holmes en su universo ficticio, en “Siete de infinitos” hace lo mismo con Arsenio Lupin. Como no he leído a Maurice Leblanc no puedo asegurarlo. Hay muchas similitudes entre las dos historias, da la impresión de que Aliette de Bodard intenta repetir la jugada, limando las imperfecciones de la anterior. El resultado es superior. El argumento es más interesante y ligeramente más complejo. También hay más personajes, aunque el verdadero peso de la historia recae sobre el binomio protagonista, con el punto de vista del narrador saltando continuamente entre una y otra. Aquí es donde me ha impresionado la delicadeza, aparente sencillez y precisión con la que Bodard describe a sus personajes y los vericuetos que se forman en el interior de sus cabezas. Aquí fue también donde empezaron mis problemas, disfrutar de la lectura requería una paciencia y atención que parecían vedados a mi estado somnoliento. Y quizá también Bodard sea un poquito demasiado expositiva. Aún así, en general, el esfuerzo valió la pena. Pero, aunque fue una mejora, y me deleité más con su estilo, y me entretuvo y tuvo momentos conmovedores, cuando está dicho y hecho, hay que reconocer que, el argumento de “Siete de infinitos”, tampoco es gran cosa y que el modo en que se soluciona el conflicto final … no me convence, me parece entre demasiado fácil y demasiado ñoño.

En líneas enerales, creo que las virtudes del libro superar sus defectos. No ha sido una revelación de esas de ¿cómo he podido estar perdiéndome a este autor toda mi vida?, pero me ha despertado el interés de la obra de su autora. El tiempo dirá si vale más que C.J. Cheryl o Marion Zimmer Bradley. Lástima de la manía que le estoy cogiendo a las ambientaciones orientales …


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