“Víbora”. de Andrzej Sapkowski
En esta novela, el autor polaco
nos traslada a los tiempos de la intervención de la antigua URS en Afganistán,
para contarnos la historia de Pavel Levart, un soldado soviético que desarrolla
una peligrosa fascinación por una víbora que habita un barranco cercano a su
campamento. Una víbora que parece poseer cualidades sobrenaturales, en cuya
presencia Levart tiene visiones de las vidas de otros invasores de Afganistán,
ya fuera con el ejército de Alejandro Magno o con la intervención inglesa en
1880 y que tal vez guarde un gran tesoro, la muerte o la entrada a otro mundo, difícil
es saberlo, puesto que la realidad se distorsiona en su presencia y se confunde
con la alucinación o el sueño.
Valga por delante que Sapkowski
es un gran escritor, y, si no lo he dicho ya, lo repito es un gran escritor, a
secas, no un gran escritor del género fantástico. Sin embargo, en esta breve
novela ha habido varias cosas que no me han convencido.
Para empezar, está el uso
exagerado de términos militares del ejército soviético: argot militar,
abreviaturas y acrónimos. Puesto que la novela originalmente debió ser escrita
en polaco, supongo que la inclusión de estos términos no es una característica
de la traducción, sino de la obra original. La mayor parte de las veces, se
explican la primera vez que se usan, y si no, siempre puede irse uno al
glosario que aparece al final del libro, pero eso obliga a que te pases las
primeras páginas interrumpiendo continuamente la lectura para ir a consultarlo.
Supongo que su utilización obedece a un loable esfuerzo de documentación que
pretende dotar de mayor realismo a la ambientación, pero que, en realidad, lo
único que consigue es interrumpir continuamente la narración, restándole así
fuerza a lo narrado. De todos modos, como ocurre como en muchas novelas de
ciencia ficción, esas palabras extrañas que entorpecen la lectura desaparecen
misteriosamente cuando llega el clímax y el final de la novela.
Luego, buena parte de la fuerza
de Sapkowski está en sus diálogos. No puedo calificar sus diálogos con una
palabra diferente de “cojonudos”, sin embargo en esta ocasión el uso del
lenguaje que ejercen los protagonistas no me ha parecido acorde con lo que
cabría esperar de unos soldados de infantería sin cultura. Cierto, el personaje
de Lomonosov es un antiguo profesor universitario, y es este personaje el que
más habla y hace mayor alarde de erudición, pero otros personajes, que son
descritos como auténticos garrulos, a su debido tiempo, desgranan complicadas
frases que, en castellano al menos, me parecen llenas de arcaísmos que
recuerdan al siglo de oro. Nada que me hubiera extrañado en boca de Jaskier, de
cualquiera de los amigos y enemigos de Geralt de Rivia, o de alemanes de la
edad media, pero que aquí no terminan de convencerme.
Los expertos han repetido mil
veces que nadie como Sapkowski refleja el polaco actual de las clases
populares. Desconozco ese lenguaje, así que puede ser que el que esté
confundido sea yo, y que dichos diálogos suenen perfectamente naturales en
versión original.
De igual modo, las duras palabras
de Vika, en las páginas 81 y 82, me han resultado demasiado panfletarias. ¿De
verdad la gente habla así en un café? Yo creía que sólo se hacía en los mítines
y entrevistas por televisión.
Por último, Sapkowski es un autor
de una cultura impresionante y, por una vez, eso está a punto de convertirse en
un obstáculo para la lectura. La página 138 consiste en una enumeración de
monedas antiguas, la 139, de joyas y estatuas. Está currado, tiene ritmo, provoca
un cierto placer estético, pero es monótono y cansino. Ese exceso de erudición
también se deja notar en las partes de la novela que transcurren en los días de
Alejandro Magno o en el siglo XIX, cuando se describe la situación política y
militar de Afganistán, parece que se esté consultando algún libro antiguo de
historia militar. Se citan un montón de líderes, lugares geográficos y pueblos
y ya está. A menos que seas un experto en la historia del país no sacarás mucho
en claro, porque no sabes quien es quien, ni cuantas provincias hay ni que
importancia estratégica tienen los sitios de los que hablan. Lo más que se
entiende es que, tanto los macedonios como los ingleses creyeron tenerlo todo
ya ganado, y poco después, la situación se fue al garete.
En lo que se refiere a la
descripción del ambiente bélico en Afganistán, si cambias la nacionalidad de
los bandos, el opio por el hachís y la jungla por las montañas, recuerda mucho
a la que hacen las películas de Estados Unidos de la guerra del Vietnam. En
ambos casos tenemos soldados enviados a luchar a un país lejano, en una guerra
carente de apoyo popular en la que su país no pinta nada, enfrentados a un
enemigo fanático, sádico, cruel y sanguinario, soportado por una tercera
potencia (Estados Unidos en este caso). Soldados que cuando vuelven a casa
traumatizados se encuentran con el rechazo de sus paisanos, cuando no son
considerados directamente culpables de la guerra y su fracaso.
No hay duda de la simpatía que
Sapkowski muestra por estos soldados, no así por sus líderes, pero eso no les
exime de comportamientos monstruosos. No hay en ésta novela blancos y negros. Al
contrario que en las películas que antes mencioné, aquí si aparece el enemigo,
en la genial escena de las negociaciones con el líder local. A pesar de algún
fanático, este enemigo resulta tan terrenal como los propios protagonistas.
Estamos ante una novela anti
belicista, en la que la guerra es mostrada con toda su crudeza, toda su
confusión y todo su horror. Los mismos personajes que a veces muestran una
inmensa humanidad, pueden hacer luego auténticas barbaridades. Sapkowski ni les
juzga ni les absuelve, así es como son las cosas en la guerra, parece querer
decir. El único pecado contra el que arremete es el conformismo, del que Pavel Levart
acumula no poco. En comparación con otros personajes de Sapkowski es un
personaje muy gris, no es ni un rebelde ni un libre pensador. Ni siquiera un
pícaro con buen corazón, sólo es un mero superviviente que hace lo que se le
ordena, procura no destacar y apechuga con el daño psíquico que dicha
aquiescencia le va causando.
Como se ve por el espacio que he
dedicado en mis comentarios, considero que la parte relativa a la guerra de
Afganistán me ha resultado mucho más interesante que la parte fantástica, a
pesar de que ésta se desarrolle con una profesionalidad rayana en la maestría.
Las subtramas relativas a las invasiones realizadas por otros imperios, más que
nada, estorban, o lo harían en manos menos expertas. Me dan la impresión de que
sirven para aumentar el número de páginas hasta unas dimensiones que permitan
su publicación en formato de novela. El librito tiene un cierto aire a relato
alargado.
Lo mejor, para mi gusto, las
páginas en las que se desglosa el destino de los soldados supervivientes de la
historia, a muchos de los cuales, referenciados a lo largo de la misma apenas
con un nombre. Da igual que no sepamos quien demonios eran, sus destinos son lo
suficientemente dolorosos. Hay en ellos, y en las reflexiones sobre la
evolución de la URS y posteriormente Rusia, demasiada realidad cómo para dejar
indiferente al lector.
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