“Las astillas de Yavé” de Rodolfo Martínez
Me da la sensación de que esta
reseña me va a llevar un cierto tiempo, así que iremos por partes. Empecemos
por el típico texto introductorio, una respetable tradición de obligado
cumplimiento. A fin de cuentas, cuando empecé a leer reseñas lo que quería era
hacerme una idea del argumento de la novela, porque, seamos francos, nunca me
ha importado una opinión que no sea la mía.
“Viola Mercante, "Uve", antigua policía y ahora detective
privada; seductora, bisexual y deslenguada. El padre Tomás Ardente, jesuita
joven y atractivo que trabaja en la parroquia de San Andrés, un barrio pobre
que es un reducto de la inmigración latinoamericana y de la violencia. La vida
de ambos se cruzará cuando el padre Ardente le encargue a Uve investigar la
Iglesia del Dios Primigenio, una secta de origen estadounidense, no
especialmente proselitista y en apariencia inofensiva , que ha levantado sus
sospechas por dos motivos: apenas hay referencias sobre ella en ninguna parte
y, desde su llegada al barrio, la criminalidad ha descendido de manera
sorprendente.
Uve moviliza a su ex novio y, sin embargo, mejor amigo, un friqui entrado en la cuarentena y genio de la informática, quien le confirma que apenas hay datos de esta iglesia. Sus otras fuentes, el policía Morales y Alberto el Retrepao (un personaje casi marginal y su contacto en la calle), le corroboran con su poca información lo que cada vez resulta más evidente: están sucediendo cosas muy extrañas... La ciudad, y en concreto la población del barrio, está como apática y sumisa. Todo ello parece relacionado, además, con unas pequeñas muñecas protectoras que venden los artesanos andinos en los puestos ambulantes.
Y así, poco a poco, sin apenas darse cuenta, Uve va cayendo en lo que parece una trampa urdida desde los más altos estamentos eclesiásticos que pondrá en peligro, no sólo sus vidas, sino todo lo que nos habían contado.”
Uve moviliza a su ex novio y, sin embargo, mejor amigo, un friqui entrado en la cuarentena y genio de la informática, quien le confirma que apenas hay datos de esta iglesia. Sus otras fuentes, el policía Morales y Alberto el Retrepao (un personaje casi marginal y su contacto en la calle), le corroboran con su poca información lo que cada vez resulta más evidente: están sucediendo cosas muy extrañas... La ciudad, y en concreto la población del barrio, está como apática y sumisa. Todo ello parece relacionado, además, con unas pequeñas muñecas protectoras que venden los artesanos andinos en los puestos ambulantes.
Y así, poco a poco, sin apenas darse cuenta, Uve va cayendo en lo que parece una trampa urdida desde los más altos estamentos eclesiásticos que pondrá en peligro, no sólo sus vidas, sino todo lo que nos habían contado.”
¿Les parece poco currado?
Efectivamente, lo acabo de copiar de la entrada del libro en amazon. Cumplida
ya esta honorable tradición, adoptaré un tono más personal y empezaré con mis
tonterías: Durante la lectura de esa novela, me he dado cuenta de que Rodolfo
Martínez, o sus personajes muy a menudo dicen una cosa para a continuación rebatirla o decir la contraria.
No sé si es exactamente el recurso literario llamado contraposición, tengo el
instituto un poco olvidado y aquello me sonaba más al contraste ir y venir,
cosas así. Sea el recurso literario que sea, lo emplea a menudo, a veces para
exponer las dudas de sus personajes, sus contradicciones, otras para dar más
fuerza a la idea que está a punto de explicar: exponiendo primero la tesis
contraria para, a continuación, rebatirla. Creo que es algo que está muy metido
en su modo de expresarse, que no aparece sólo en sus libros sino también en sus
introducciones, comentarios, post de opinión, etc. Revisándome el comienzo del
libro, he encontrado los siguientes antes de que me aburriera y dejara de
buscar:
“Ser detective es una mierda. Bueno, vale, en realidad no es tan malo y
el mundo está lleno de cosas peores.”
“Así que no podía quejarme. Pero, de todas formas, lo hacía.”
“No lo habría querido de otra manera. Bueno, a veces sí, para que
engañarnos.”
“Parte del decorado, pero sin demasiada importancia. Sólo que la tenía.”
“El muerto, simplemente, no contaba. Pero era mentira. Contaba.”
“He hecho el trabajo que nadie mas quería hacer, pero debía ser hecho.
Ad maiorem Dei Gloriam. O quizá no.”
No parece algo demasiado
importante y no lo es. O quizá si.
El problema es que fue como esas
canciones que se te meten en la cabeza y luego no puedes dejar de repetir el
estribillo, aunque maldita la gracia que te hacen. Durante la primera parte de
la novela, fue como si tuviera un enanito encima del hombro, que cada vez que
leía una frase apostillaba: “O no” “O tal vez todo lo contrario”. Lo peor de
todo es que en más ocasiones de lo esperable, el enanito cabrón tenía razón, me
entraba la risa floja y perdía la concentración.
En fin, paranoias mías, pero ¿si
no las suelto en mi blog, dónde voy a soltarlas?
Vayamos con la estructura de la
novela.
Los capítulos normales se
intercalan con entradas del blog de “Iván el terrible”, donde básicamente, se
estudian los orígenes del cristianismo, junto con recortes de prensa, cartas o
incluso fragmentos de chats, donde se proporciona información adicional al
lector que acabará siendo de importancia.
Cada capítulo empieza con unas
cuantas frases extraídas del mismo, a modo de título, a las que les iremos
encontrando el sentido al leerlo. Continúan con Uve huyendo por una ciudad
fría, solitaria y abandonada, de un enemigo al que las más de las veces sólo se
intuye, en la forma de las famosas muñequitas mencionadas en la introducción. A
continuación, se prosigue con la historia allá donde se dejase en el capítulo
anterior. Aparentemente, tenemos dos líneas argumentales paralelas, destinadas
a confluir en el clímax de la novela. Esto es lo que menos me ha gustado de
todo el libro.
La verdad es que tenía mucha
curiosidad por saber que era lo que iba a ocurrir, cómo demonios iba a acabar
Uve metida en semejante berenjenal, así cómo que prodigio dejaría desierta la
Ciudad… Algo debí olerme, cuando apenas quedaban cuarenta páginas para acabar
y, efectivamente, los acontecimientos se precipitaban hacia su desenlace, pero
la Ciudad no sólo seguía llena de gente, sino que sus calles se volvían a
llenar, tras haber quedado desiertas en el nudo de la novela. No diré mucho
para no divulgar spoilers, algo que
no sé si conseguiré evitar más adelante, pero si diré que, aquellos que se
muriesen de curiosidad por ver cómo la trama principal se transformaba en la
trama secundaria, se llevarán una decepción sólo comparable a la del final de “Perdidos”. Que digo, a la de toda la
temporada final de “Battlestar Galactica”.
De hecho, tal vez debería
olvidarme de los spoilers y avisar de
que, en el fondo, no confluyen, así que olvídense de ello, y disfruten la
novela por el resto de sus méritos, que los tiene.
A menos, claro está, que “Las
astillas de Yavé” ofrezca una doble lectura en la que yo no haya caído y su
conclusión sea mucho más terrible y solipsista de lo que parece. No lo creo, y
si tuviera cabeza para este tipo de dobles lecturas, no habría dejado de leer a
Gene Wolfe.
También, me temo, que la
narración sufre algunos altibajos de ritmo, o al menos tiene un bajón gordo,
cuando llevas dos terceras partes de la novela. Hasta ahí todo ha ido muy bien,
las cosas se han ido acelerando progresivamente, todo está de lo más
emocionante. Y entonces, los buenos ganan.
Esa es prácticamente la sensación
que te produce. Hasta ahora, podemos decir que los protagonistas se encontraban
atrapados entre dos amenazas, las dos bastante terribles, supuestamente, pero
sólo una de ellas se había mostrado como un peligro activo. La otra, que por
cierto da nombre a la novela, como que permanece latente, sin resultar
abiertamente hostil. Entonces, aparentemente, la amenaza principal queda
derrotada. Uno tiene la sensación de que ya se ha acabado todo. ¿Qué hacen
entonces nuestros héroes? Primero nos dan un montón de explicaciones sobre la
participación en este medio-desenlace de aquellos personajes secundarios no han
aparecido hasta el final, cuál séptimo de caballería. Son explicaciones
necesarias para entender globalmente la historia, el tipo de cosas que te
suelen poner en el capítulo final para dejar los cabos sueltos bien atados. El
problema es que lo que hicieron esos personajes no es demasiado interesante,
gran parte de ello se podía intuir, y que la historia no se ha terminado
todavía.
Más que nada, estas
explicaciones, estorban, aunque no seré yo el que explique como habrían podido
evitarse.
Los protagonistas se preparan
para ir a por la segunda amenaza, a pesar de que, por terrible que sea, no
parece muy urgente. Hablan de sus cosas y explican sus planes. Bueno, esta
pausa antes del combate final para explicar como habrá de librarse, es algo muy
extendido en la ficción. Aparece, mismamente, en el interludio en las lunas de
Yavín de “La guerra de las galaxias”. Estoy seguro que en muchos sitios más.
Pero, por frecuente que sea, no tiene porqué gustarme. Yo soy partidaria de que
la parte final de una historia debe ser un crescendo
continuo que mantenga cautiva la imaginación del espectador o lector hasta el
final. Estas pausas le hacen desconectar, son como un jarro de agua fría que apacigua
sus ánimos, que hay que volver a levantar, con gran esfuerzo a lo largo del
final.
En el caso que nos ocupa, esa
sensación se vio acrecentada por la esperable aparición de un personaje del que
se habla bastante en la novela, pero que no aparece hasta el final. Lo malo es
que cuando aparece, le da por explicar al público la situación, y repite todo
lo que éste ya sabe. Creo que en todo su discurso no hay una sola migaja de
información nueva. Repite punto por punto todo lo que ya se ha expuesto. A ver,
no se hace aburrido, ni demasiado largo, porque no se enrolla indebidamente,
pero todo lo que no suma resta y las reiteraciones restan bastante.
De modo que tenemos un hiato, un
paréntesis un parón en la acción, que pierde bastante interés, antes de que remonte
para el final.
Finalmente, señalaré que siempre
he pensado que Rodolfo Martínez se mueve en el límite de la credibilidad con
sus referencias a la cultura popular. En esta obra casi todos los personajes
pueden estar influidos por Iván, el informático friqui de turno (¿se escribe
friqui o friki? ¿Es una palabra admitida por la RAE? Estoy divagando.), pero
hasta el momento en que Uve sale del armario y confiesa que Iván sacó de ella
la friqui que llevaba dentro, sus conocimientos en tal materia me parecían un
poco exagerados. Aún así, en el mundo de la Ciudad, todas las personas conocen
la obra de H.P. Lovecraft y saben que el tuerto director de SHIELD es un hombre
blanco de pelo canoso y no un negro con la cabeza rapada.
Uve no parece un gran detective.
Sus métodos de investigación consisten en preguntar a sus contactos y esperar
sus respuestas mientras se dedica a llevar el papeleo de su agencia, darse
atracones a la hora de comer, ir al gimnasio y salir de marcha los sábados por
la noche, algo por otra parte bastante habitual al comienzo de las novelas
policíacas. Lo que sí es, es un grandísimo personaje. Rodolfo Martínez logra
imponer a la voz de su narradora un tono muy personal, irónico y vitalista.
También, supongo, que muy femenino; según
relata en los agradecimientos, un comité formado por tres mujeres
dictaminó que su modo de hablar resultaba creíble como mujer. Desde mi
desconocimiento masculino, no haré comentarios al respecto, puesto que carezco
de perspectiva. Qué demonios, si que los haré. A mí también me convenció y hay
que reconocer el talento, no es un logro pequeño narrar una novela completa
desde el punto de vista de una persona del sexo contrario, y que convenza a los
miembros de dicho sexo.
Femenina o no, Uve también es
simpática, y resulta muy fácil encariñarse de ella.
En cambio, encontré que el estilo
de las cartas o diarios personales, era muy parecido, pese a pertenecer a
personajes diferentes. Encontré que, por escrito, el padre Kovacs y Taira
empleaban un lenguaje muy similar, aunque esto es muy subjetivo.
La tesis principal del libro, el
secreto, la revelación, es un gran hallazgo. Una idea muy impactante y muy bien
expuesta, desarrollada de tal modo que resulta casi creíble, a pesar de
tratarse de una novela fantástica, con yinns de por medio. Es el tipo de cosas
que te hacen reflexionar y darle vueltas a la cabeza un buen rato. Fascinante e
inquietante a partes iguales. Junto con el personaje de Uve, me parece uno de
los tres grandes hallazgos de la novela.
El tercero, es por supuesto, la
habilidad literaria de su autor. Su uso del lenguaje, engañosamente sencillo,
tan transparente como eficaz. La facilidad con la que se introduce en las
cabezas de sus personajes, sobre todo en sus momentos bajos. La habilidad con
la que guía el timón de la narración de escena en escena. La dosificación de la
acción y la información, de modo cada escena y cada capítulo jamás tienen una
palabra de más y dejan al lector suspirando por el siguiente. El modo en que
más que leer, este libro se devora. El modo en que los diálogos se integran en
lo narrado. Tengo un amigo que diría que, en esta novela, la mayor parte del
tiempo, lo único que se hace es hablar y hablar. Puede ser cierto, ¿y qué? El
caso es que funciona. En los mejores momentos estás prendado de sus
conversaciones. Recuerdo especialmente el fragmento en que Iván recuerda los
acontecimientos de cierta noche. Se crean muchas expectativas, demasiadas, en
mi opinión, tirando de trucos burdos como el legendario “no me lo cuentes
ahora, cuéntamelo dentro de un par de páginas” Al final de dicho relato, como
en los peores capítulos de “Expediente X” prácticamente no se ha añadido
ninguna información nueva. Sin embargo, a pesar de la traición de las
expectativas, el relato me tuvo prendado hasta que acabó. Magia, oficio, trucos
de trilero que desarrolla un escritor con oficio.
Se puede hablar mucho de qué es
lo que hace que una novela funcione, se podrían trazar muchas reglas a seguir,
sin embargo el caso es que independientemente de ellas, las novelas funcionan o
no funcionan. Definir en qué consiste exactamente la magia de la escritura de
un autor es una tarea demencial. El caso es que Rodolfo Martínez ha pulido ya
sus armas en un buen puñado de narraciones, es un escritor en pleno dominio de
su oficio, y sus historias funcionan.
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