No he podido.



Me considero un lector muy curtido. Si no se me desencajara la mandíbula de risa al hacerlo, diría que soy un “alma sensible” o “una mente cultivada”. Centro mis lecturas en lo que más disfruto, pero no le hago ascos a la “alta literatura”, si tal cosa existe. Por lo general, cuando me he lanzado a la lectura de un autor al que todo el mundo considera poco menos que un clásico, la experiencia ha sido gratificante.

Hasta ahora.

Esta es la crónica de una derrota. No he conseguido pasar de las sesenta página de “La balsa de piedra” de José Saramago.

Saramago lo tenía todo para gustarme. Aparte de muy buena fama, cuando he leído una entrevista suya, encontré sus opiniones muy interesantes y sus críticas muy certeras. Tiene varias novelas que entran de lleno en lo fantástico. El par de películas americanadas que adaptaban novelas suyas, no me habían parecido mal. Pero no he aguantado.

Y no es que la historia no me interese. Lo que me ha matado ha sido el estilo. No es que escriba mal, probablemente incluso lo haga muy bien, pero es que nunca va al grano. Cualquier acción, casi cualquier diálogo, viene punteada por todo tipo de digresiones, vengan a cuento o no. El argumento se diluye mientras el autor reflexiona sobre los temas más banales o menos relacionados con la trama posible. Parece que habla de todo, menos de lo que está pasando y además lo hace con frases interminables en las que es fácil perderse.

En fin, sospecho que no se trata de separar el grano de la paja, sino de la paja en sí, que la gracia de su estilo debe estar precisamente en sus divagaciones. Pero yo no la encuentro.

Así que de momento he dejado aparcado al premio Nóbel portugués, quizás vuelva a intentarlo algún día.

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